ESPECIALITOS (Exquisitez positiva)

By María García Baranda - septiembre 23, 2017




      La edad nos trae rarezas, manías, intolerancias. Pero también una mayor flexibilidad a la hora de enfrentar lo propio en los demás. Al final es un juego de tira y afloja que permite que nos llevemos medianamente bien, que convivamos con cierto equilibrio y que capeemos temporales. Lo que sí es verdad es que la edad nos hace, a poco listos que andemos, algo más sabios respecto a nosotros. Si las circunstancias nos lo permiten, nos rodeamos de un pequeño, pero selecto, grupo de seres que suman a nuestra existencia. Ya lo dije hace un par de días, tendemos a tener cerca a aquellos que de veras hacen por conocernos y se dejan ver por dentro, sin tener que jugar para ello a las adivinanzas.  ¿Será que nos volvemos un poco especialitos? Será, será. ¿Quién sabe? No seré yo quien desmonte esa creencia. Tal vez se trate de que ya no nos convence cualquiera a la hora de compartir un tiempo, cuyo contador, sabemos, ya no está a cero. Aún así, y aunque sí que creo que el no regalarnos tiene considerable presencia, me inclino mucho más por otra teoría que explique por qué con el tiempo nos volvemos más exquisitos a la hora de elegir quién sí y quién no. Los familiares visitados, los amigos que se llevan nuestras confidencias, las personas que se ganan nuestros sentimientos más nobles,… Y es evidente que el amor no va a ser una excepción. Gana por goleada en este asunto, diría yo. Y es que cuando van pasando los años, no ya por tiempo, sino por experiencias acumuladas, enamorarse de alguien trae mucho de esto.
     Conoces a alguien. Te gusta, te gusta mucho. Encajas. Hay química, hay atracción. Hay confianza. Y hay complicidad.… Ya sabemos de lo que estoy hablando. Bien, pues, ¿qué es lo que hace que esa persona pase el filtro y tú pases el suyo? No es algo deliberado, y eso lo sabemos a poca vida que tengamos. Es una de las experiencias más naturales que existen. Inesperada muchas veces. De pronto esa persona se instala en tu interior y te gusta caminar con ella. Y el chispazo que hace que eso sea así bien creo que es fruto de la acción de dos cuestiones complementarias: lo que ese ser es y tiene, y aquello que ni es ni representa. Veamos. Por un lado, reúne sin duda todas esas cualidades que te gustan y que te atraen sobre manera. Eso está claro. Lo tiene, tiene ese algo que te cautiva. Eso es evidente y se te suele ver en los ojillos. Esos rasgos y formas de conducirse que, por hache o por be, inequívocamente te atrapan. Al tiempo, vas descubriendo indicios nuevos, maneras que tal vez no sabías que te llamaban la atención o que nunca habías podido disfrutar de nadie, cualidades que también te seducen. Todo ello hace que te inclines hacia esa persona irremediablemente. Pero al otro lado, existe un factor realmente poderoso y es el hecho de que no tenga ninguno, o casi ninguno, de los rasgos que con seguridad no quieres volver a ver tan de cerca, al menos en cuestiones realmente importantes y que sabes que te llevarían como mínimo al desasosiego. Ya tenemos el “lo que tiene” y “lo que no tiene”. Al final nos descubrimos a nosotros mismos diciéndonos que nos han conquistado porque son así y así, y porque no son esto ni lo otro. Y no, ¡no estamos locos! Es tan sencillo como que el hecho de que se den ambas cuestiones a un tiempo y en una misma persona, el que alguien sea lo que te gusta y lo opuesto a lo que te disgusta, es cosa de lotería. Así que permitidme que diga que, a no ser que seamos un ficus esperando a que lo rieguen, esto es lo que traen los años, el identificar bien dónde somos felices y dónde no lo somos. Esa es nuestra exquisitez, ni más ni menos. El saber cómo queremos y necesitamos vivir para seguir alimentando esa alegría y esas ganas de construir vida. También y por supuesto con alguien. 


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