Mi querida amiga:
Jamás te mantengas parada, si te sientes disconforme con la vida que vives. Nunca. En ninguna de sus facetas. No te conformes de tanto comprender. Si en algún momento tienes la más mínima sospecha de que algo no va bien, lúchalo. Pelea, patalea, si es preciso. Rebelate. Y reivindica. Reivindica lo que sueñas, lo que deseas y lo que mereces a quien corresponda. Incluso a ti misma. Tienes y tendrás siempre todo el derecho del mundo para decirte interiormente y para gritar bien claro a quienquiera que toque que necesitas algo distinto. Para afirmar contundentemente que algo no te convence, que eso no te gusta, que no te están haciendo sentir bien, quebte quedas con hambre, o que no te da la gana esto o aquello. No existe para ti otro estado ya, otra emoción menor que de la más absoluta plenitud de estar, ser y sentirte saciada y bien nutrida. A estas alturas de tu vida, tanto ha sido lo luchado y lo vivido, tanto lo comprendido, lo empatizado, lo asumido y lo dulcificado, que tan solo hay sitio ya para sentirte total y absolutamente satisfecha. Tienes lo que quieres, quieres lo que mereces. Lo demás carece de significado alguno, de sentido de la justicia divina, humana o esotérica. El resto de razones que no radiquen en tu más alcanzada felicidad carece de todo propósito. Cada día habrás de despertar sonriendo, completa, sintiéndote la mujer más maravillosa del mundo y sin la menor sombra de duda de que eso es así. Mires a quien mires o mires a tu espejo. Tanto da. El tiempo de la tolerancia a cambio de vivir a medio gas quedó agotado. El de la entrega desprendida y generosa a plazo eterno terminó. Es más, no queda tiempo de ese en el que los demás gozaban de tus bondades por un módico precio. Quedó extinto de tanto como se lo bebieron. Es tu turno. El momento de equilibrar la balanza y recibir cuanto tú das, con el color y la forma que sea, pero en justo equilibrio. De esas cuyos platillos rebosantes brillan con la misma intensidad con la que destellean tus ojos cuando te sabes realmente apreciada, valorada, necesaria, querida. Cuando te sabes tú. Sin traicionarte, por nada ni por nadie.
(Porque llega un momento en el que has de empezar a incluir
el verbo “merecer” en tu vocabulario).
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