La vida es retorcida en numerosas ocasiones. Una auténtica cabrona con tirantes. Suelta el cebo, lo coloca delante de tus ojos. Cebo perfecto. Brillante y reluciente. Adecuadamente preparado y madurado para la ocasión. Esperando el momento perfecto en el que darás tu mejor bocado. Y tú enfrente, con los ojos abiertos de par en par y la sonrisa plena ante la vista de tal delicia, atravesando el instante preciso en el que mueres por ir hacia él... Y justo entonces, cuando más lo necesitas, cuando mejor sabes que no hubo nunca ocasión igual, la vida, vestida de inconveniente, te lo aleja. Lo acerca y lo aleja una y otra vez. Sí pero no. Tanto pero nada. Casi pero nunca. Y te hace la putada.
La vida es caprichosa, pues. Y mala gente. Oscila. Da y quita. O eso me digo.
Y ahora que ya me he desquitado, echando balones fuera, ahora recupero la conciencia y me digo que sé, y que con ello admito, que no es la vida, no. ¿Qué coño va a ser la vida? No es ese ente abstracto sin ojos ni sonrisa. Somos las personas, los imperfectos seres los que torcemos el sentido de los acontecimientos. Que estos dicen A y nosotros B. Que giran a la izquierda y nosotros nos damos media vuelta. Que aceleran el paso y frenamos en seco. Y que hacemos lo contrario de cuanto en verdad queremos. Porque sí, pero no. Y tampoco es un no, no sabría decir. Que queremos un todo sin ceder casi nada y sin riesgo a perder. Que nada nos convence, y que cuando lo hace, provocamos un mal, un defecto, una contrariedad. Se nos ofrece todo, pero el color, la forma, la textura, o su temperatura,... no parecen ser lo que esperábamos. Nunca mejor, quizás. Quizás no, casi seguro. Nunca tan adecuado, tan bello ni tan puro, estimulante ni atractivo de alma. Nunca mejor, no. Pero,... va a ser que no. Aunque estallemos en rayos y centellas. Aunque apretemos los dientes lamentándolo.
Y es que nosotros, los imperfectos seres, entes cobardes y orgullosos, inconformistas y miedosos, caprichosos de encargo, niños vestidos de adultos sabihondos somos los retorcidos, los cabrones. Nosotros, sí, nosotros padecemos de un mal: la prepotencia. El creernos que nuestra vida es única y eterna, ¡seres divinos! Más sensibles que nadie, más necesitados que nadie, generosos que nadie, acertados que nadie. Y nuestra vida, eso que pasará a partir de mañana. Que si no sale bien, habrá otros mil intentos, más seres, más días, más oportunidades. Y no nos engañemos que, donde está nuestra vida, hay cien mil más moviéndose. Que si no sale bien, no va a importar a nadie. Que los que nos rodean se ocupan de la suya, como es obvio. Que aquellos que se van, se pierden. Ya no vuelven. Que no serán mejores los que vengan, ¿por qué habrían de serlo?, ¿eso dónde lo pone? Que las oportunidades son justamente eso, ocasiones en las que ella, esa vida invisible, ese ente abstracto, coloca lo perfecto ante tus ojos, como ocasión de oro y alineación de estrellas. Y se para un segundo, tan solo un leve instante, y te mira a los ojos. Y tú decides. Tú actúas. Mientras la rueda gira y el mundo continúa su viaje, contigo a bordo o sin ti. Eso nadie lo sabe. Solo tú mismo.
Pero somos imbéciles de libro. Tenemos todo para ser felices, más de lo que esperábamos. E incluso la certeza de que ese todo nos llena en más de un modo. Y de dos. Y de tres... Y sin embargo, no. Eso no. Así no. Ahora no. No...
Pero somos imbéciles de libro. Tenemos todo para ser felices, más de lo que esperábamos. E incluso la certeza de que ese todo nos llena en más de un modo. Y de dos. Y de tres... Y sin embargo, no. Eso no. Así no. Ahora no. No...
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