NO PERMITAS QUE TE TENGAN EN SUS MANOS
By María García Baranda - octubre 03, 2016
Pues claro que se aprende, de todo, hasta de lo malo, si se quiere. Acabo de darme cuenta recientemente de que los comportamientos crean adicción. ¿A qué me refiero? Me explicaré con un ejemplo. Dos personas se relacionan entre sí. Son amigos, amantes, colegas de trabajo,... eso no importa, pero se genera entre ellos un vínculo. Y por las razones que sean uno se muestra más generoso que otro. Porque le sale natural, porque es su carácter, porque se da más,... En ese instante se está gestando el veneno que generará comportamientos adictivos por ambos lados. El que recibe se acostumbrará al agasajo y a tener algo de poder en sus manos, que no es otra cosa que la buena voluntad del otro. A todos nos gusta sentirnos especiales, pero cuidado porque el adicto puede convertirse en potencialmente peligroso e ir convirtiéndose en la máxima expresión del egoísmo hasta exprimir y morder, sin más objetivo que ese. ¡Cuidado! Y si resulta tan peligroso es además porque el comportamiento del ser entregado aviva ese fuego, es igualmente adictivo, enferma con el síndrome de Estocolmo y destruye.
Damos, nos entregamos y vemos que la otra parte se alimenta de ello, pero no corresponde. Se va creando en nuestro interior una necesidad de un gesto generoso, de un agradecimiento, de que caigan rendidos ante nuestras bondades. Y damos más, porque vemos que el otro quiere que nos sigamos regalando. Sabemos que nos estan devorando desde la posición más usurera posible, pero como no recibimos nada más, nos conformamos con esa aparente necesidad que tienen de nosotros. Y nos queremos convencer de que tal vez se deba a un sentimiento más desprendido. ¿Qué ha pasado pues? Nos hemos convertido en adictos a esas migajas de necesitar nuestras atenciones. El otro es adicto a que le doren la píldora y le solucionen sus momentos.
He de decir que afortunadamente no es eterna esa adicción corrosiva, porque la planta que no se riega muere. Y los comportamientos aprovechados acaban haciendo que nazca un sentimiento de pérdida de respeto y hasta de desprecio. Deberíamos saber diferenciar entre las personas que se nos unen con limpieza y verdadera reciprocidad y quien se sirve para llenar sus necesidades y cubrir carencias, a sabiendas de que es absolutamente desequilibrado. Juego sucio que solo nosotros podemos finiquitar. El otro se quedaría ahí eternamente, jugando a todas las bandas del mundo, pero manteniéndote por si hiciese falta.
A la mínima muestra esta que está aquí toma las de Villadiego, no sin antes cerrar drásticamente la cuestión para que no se cuelen corrientes adversas. Es la única manera. Y funciona. Y libera. Y hace justicia. Y sí, de todo se aprende.
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