Nunca he creído que haya un don mayor en el ser humano que el don de la palabra. De todas las capacidades intelectuales del hombre, la lengua se encuentra para mí a la cabeza. Evidentemente podrá pensar cualquiera que tal afirmación es subjetiva. Y estará en lo cierto, pues no resulta nada extraño que yo declare tal cosa. Pero hay una razón para ello que se encuentra más allá de mis preferencias, destrezas o inclinaciones personales. Comienzo diciendo que siento una absoluta y total admiración por aquellos que son capaces de expresarse mediante otros medios como son la pintura o la música, por ejemplo. Me cautivan y tienen toda mi admiración. Pero creo que el día que en el Cosmos se repartieron los dones, se dejó para el final la capacidad lingüística, a modo de broche de oro. Imagino que tendría lugar una gran ceremonia celebrada en una playa paradisíaca, acompañados todos de una tibia temperatura y con el sonido del arrullo del mar de fondo. Con la caída del sol se ofrecieron los dones a los hombres. Música, escultura, pintura, matemática, naturaleza,… hasta que uno tras otro fueron esparciéndose por la tierra. Una vez hubo anochecido tuvo lugar el resplandor final y alguien pronunció la palabra ABRACADABRA. La capacidad de hablar había tomado vida entrando en todos y cada uno de los habitantes del planeta.
¿Sabéis lo que significa abracadabra? Suena a truco de magia, ¿verdad? Y no vais muy desencaminados, pues hay una buena porción de magia en el asunto. Espectacular y poderosa. Pero no es ese el significado de esta antigua palabra. Casi con seguridad, abracadabra tiene origen en el término arameo אברא כדברא avrah kahdabra, que significa: con mi palabra creo, con mi palabra influencio. No creo que haya mayor verdad. A medida que aprendemos a unir palabra con palabra vamos creando nuestras historias. Con mejor o peor desenlace gran parte de las veces depende de cómo empleemos la lengua. Guardar silencio o hablar, desgarrarnos o ser constructivos, arremeter con rabia u ofrecer palabras amorosas. No es decir las cosas, sino cómo las decimos lo que en la mayoría de las veces nos abre o nos cierra puertas. Por lo tanto,… el lenguaje es mágico, sí, ¡abracadabra!, porque de las palabras crea las historias de nuestra vida y de ahí nace nuestra realidad. Por eso, el día en el que se repartieron los dones, lo que marcó la diferencia fue el nacimiento de nuestro tesoro más precioso y delicado.
Adoro el lenguaje. Sé, por experiencia propia, de su profundo poder. Muchas veces me he lamentado de emplearlo mal, a destiempo, con demasiado componente visceral y escaso frío cerebral. O a la inversa, depende. Él todo lo cambia y dominarlo es un arte, lo sé bien. Pero hicimos un pacto hace mucho y brota siempre de mí, para extraer mi principio más puro. Con el lenguaje he herido. Con el lenguaje he amado. Con el lenguaje me he disculpado. Y con el lenguaje he exigido. Otras veces he pataleado por no poder usarlo, por tener que encadenarme al silencio. Pero lo que está claro es que siempre me ha representado brillantemente. Es parte de mí como yo lo soy de él. Y cuando alguien se me enreda en los ojos, es seguro que es porque comparte conmigo dicho regalo. No podría ser de otra manera. En él está la solución a todo problema. Con él averiguamos la verdad, descartamos la mentira, y sentimos. Con él leemos el mapa de nuestra vida y el color que queremos que esta tome. Así que… ¡abracadabra!
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