He empezado a tomar nota de una considerable cantidad de anuncios publicitarios, de reportajes y de artículos con mujeres maduras -de los cuarenta en adelante-, como protagonistas y cuyo mensaje central es el de: "quiérete", "eres grandiosa", "porque tú lo vales", "eres y estás fabulosa"... etcétera. Sabéis a lo que me refiero. A la vista de todo ello, hace ya un tiempillo que comencé a preguntarme sobre el porqué de esa necesidad de mostrarnos, de decir al mundo bien alto: "ehhh, ¡que yo me quiero y me gusto". La respuesta ha venido de la observación de mi propia vida y de mí misma. Yo también lo necesito. Yo también me castigué y me dejé castigar. Y me olvidé de mí. Y me volví invisible para mí misma. Mea culpa. Aunque no solo mía. Pero eso no es relevante ahora. Lo relevante es lo que afirmo a continuación a modo de declaración de intenciones y de reivindicación, a partes iguales.
A quién pueda interesar.
De entre todos los tipos de mujeres posibles, hay uno que no cesa de caminar casi nunca. Camina, anda, recorre, va y viene. Ralentiza la marcha y continúa. Rara vez se detiene al borde del camino para abandonar la marcha, porque cuando lo hace es para recuperarse del esfuerzo, reubicarse en el mapa y retomar ruta. Suele llamárselas obstinadas y tercas, complicadas, tal vez, pero son mujeres que ya no se casan con casi nada ni con casi nadie. ¿Difíciles? Tal vez lo sean, algo difíciles también. Pero es que no tragan ya con los cánones impuestos y les sobran fuerzas para seguir brillando. Aunque ya no crean en muchas de las cosas que les vendieron de pequeñitas. Cuentan con bastantes cicatrices en la piel y alguna lesión vieja y grave en el corazón, pero a fe que siguen brillándoles los ojos de entusiasmo. Saben cuándo enferman, cuándo en su interior se dispara la alarma, y cuándo deben curarse. Y lo hacen, cueste lo que cueste buscan el modo de sanarse y lo hacen.
Se alimentan con cada nuevo proyecto, con cada nuevo rasgo que descubren de sí mismas y con cada cambio que experimentan. Si son capaces de percibir que han crecido, aunque solo sea un milímetro, lo celebran por todo lo alto. Se siente grandiosas, guapas e increíbles, y salen a la calle a ver y a dejarse ver. Maduras y sensatas hasta la extenuación y niñas cuando los sentimientos brotan a raudales. Porque sobre algunas cosas siguen soñando. Y se te ofrecen entonces, y te muestran el alma sin maquillaje ni ornamentos. Se quitan sus magníficas joyas, se bajan de sus tacones, se desmaquillan y te ofrecen su corazón en cada una de las pequeñas cosas que hacen. Y las convierten en especiales, en únicas.
Hasta llegar a este punto libraron batallas nada sencillas, te lo aseguro. Y sobrevivieron. Aunque nadie les reconociera el mérito o el triunfo. Aunque perdiesen la guerra, llevan dignamente la derrota a sus espaldas. Y se sienten orgullosas de cada día de dolor que superaron. ¿Por qué? Porque eso no las ha impedido querer seguir adelante. Y amar. Amar profundamente. Y amar mucho. Y encontrar a quien merezca ese amor y esa vida, a quien opte por ser un valiente y a quien se atreva. A quien sepa que esas mujeres son las que merecen verdaderamente la pena y a quien luche por compartirse con una.
Por lo que a mí respecta, me siento plenamente identificada con ese tipo de mujeres. Es más, no me callo y manifiesto sin modestia ni complejos que tengo la certeza de que soy ese tipo de mujer. Verlo y decirlo forma parte de mi camino. Tan solo aspiro a seguir en esa línea, a no perder ni uno solo de esos rasgos y a añadir otros tantos tan valiosos, con el pasar del tiempo.
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