No sé si era verano, no lo recuerdo. Me falta memoria o me faltaban años. Pero sé que hacía sol. Primavera tardía, tal vez. Pero era una buena tarde en la que yo jugaba sobre la alfombra del salón, con seis años sin cumplir y mi padre en pie, frente a mí. Alto. Inmenso. Erguido. Sigiloso me sonríe, coloca el dedo índice sobre sus labios y con un “shhh” muy tenue busca mi silencio cómplice. Asiento con la cabeza y escucho cómo me susurra al oído un “ahora mismo vuelvo”. Sale de casa de puntillas, colocando las llaves por fuera de la cerradura para no dar portazo y que así mi madre no se dé cuenta. Y no se da, porque debía de estar trajinando por casa, mientras mi hermano echaba su siesta de niño de poco más de un año. En esa tarde del 81, esa tarde que por carambolas del cerebro, recuerdo fresca y nítidamente. Me daría tiempo a cambiar de postura y poco más, porque mi padre regresa en un suspiro, extiende su mano hacia mí y me muestra lo que trae consigo. “¡Mira!” Es una cinta de casete: Joan Manuel Serrat, En tránsito. Recién comprada. Recién sacado el disco al mercado y que acaba de ir a recoger a la tienda de abajo, nada más abrirla. Y sonríe, está contento. Y yo con él, ampliamente. Porque me gusta Serrat, ¡me encanta! Porque es banda sonora de casa y a mí me vuelve loca. En mis gustos de niña de apenas seis años, en mi fondo musical del día a día. Al poco suena en el radiocasete y mi madre aparece en el salón. Ya no recuerdo más de esa tarde del 81, pero aún hoy puedo sentirla a la perfección.
Esos pequeños detalles, que hoy y tantas veces revivo, tienen su fuerza en lo compartido, naturalmente. Siempre fui partícipe de cada pequeña cuestión vivida en casa, gustos incluidos, como si de una pequeña adulta se tratase. Por lo tanto, esa fuerza se encuentra también en el rasgo de su peculiaridad. Una niña pequeña escuchando a Serrat. Una niña pequeña que se ponía frente al espejo a cantar La Saeta, Esos locos bajitos o Una de piratas, dramatizando su puesta en escena y vestida para la ocasión, ¡por supuesto! Que una fue siempre muy artista y mi padre me observaba orgulloso de verme influida, disfrutando y absorbiendo sus cosas. Esas que empezó a aprender siendo él apenas un niño, autodidacta y curioso, muy curioso. Leyendo a todas horas, estudiando, escuchando programas radiofónicos hasta la madrugada y poniendo discos en su Picú (Pick-up). Una niña pequeña que escuchaba a Víctor y Ana. Que se sabía al dedillo que Serrat casi va a Eurovisión, pero que no fue porque quería cantar en Catalán y no le dejaron. Que todo aquello se escuchaba por la radio, en los Superventas, que eran 50 y no 40, porque los 40 Principales aún no existían. Una niña pequeña tan llena de aquellos tiempos y que hoy día canta por los rincones con notas de Ana Belén, con aquellas notas y estilo aprendidos de oídas.
Ayer vi por televisión un programa con imágenes que me hicieron respirar aquella tarde de sol, minuto a minuto. Sentir a sentir. Latido a latido. Y escuchar la voz de mi padre compartiendo conmigo su ilusión. ¡Qué afortunada! Su yo más intimo. Y su olor. Pero sobre todo su mirada brillante y ese gesto sonriente marcando sus mofletes. Ese que yo he heredado y me es tan identificativo. Ayer pasamos un maravilloso rato juntos, Papá. Bueno, eso siempre.
0 comentarios