RELATOS ENCRIPTADOS (XVII): ¿Qué me pasa, doctor?

By María García Baranda - mayo 10, 2017




       Llevaba unos días con mal cuerpo. Dolores musculares, carraspeo y algunas décimas de fiebre. No dormía bien y no descansaba. Lo habitual era que se despertara en plena noche sobresaltada. Sonaba el teléfono y daba un brinco. Temía lo que trajese el día consigo y es que parecía estar devorada por esa oscura sensación de los malos presentimientos. De los estados de shock, de los jarros de agua fría. Y siempre un gesto con ella: suspiraba profunda y repetidamente, como si necesitara absorber de una vez todo el aire a su alcance para así acumularlo en el interior de su pecho. Por si llegaba el caso que le hiciese falta. Y en realidad le hacía, porque se encontraba, además, desganada, melancólica y un tanto agotada. Decidió pedir cita en el médico y ver qué le ocurría. Si estaba incubando algo, mejor era atajar la cuestión cuanto antes. Cuando llegó su turno de entrar a la consulta le explicó a su médico todos los síntomas. Él tomó nota sin dirigirle apenas la mirada y cuando ella hubo acabado, levantó la vista y le dijo:

     -  Fácil, muy fácil. Común, muy común. Por supuesto.

       Resopló. No la había explorado. No le había mirado las amígdalas, ni había usado su fonendoscopio. No le había tomado la tensión, comprobado los reflejos ni pedido que dijera treinta y tres. Estaba bastante extrañada, la verdad. Su médico estaba un tanto raro esa mañana. No solía diagnosticar a las bravas, pero… ¡hoy parecía tenerlo todo tan claro! 

    - ¿Qué tengo, doctor?
    - Pues tienes una sobrecarga terréntica. Ni más ni menos. 
    - ¿Perdón?
  -  Sobrecarga terréntica. Terrent in anima. Lo que solemos llamar sustos en el alma. Cuando se padecen en exceso uno desarrolla intolerancia a ellos y pueden llegar a provocar enormes dolores.

     No dijo nada. Permaneció callada, esperando que el doctor dijese algo más, o a que algo o alguien acabase con lo absurdo de la situación. Porque una de dos, o estaba soñando con una experiencia del todo surrealista o le estaban tomando el pelo. Y lo que sí era cierto es que aquello no sonaba ni científico, ni profesional, ni… ¡Aquello no sonaba bien y punto! Pero no dijo nada. Ni una palabra. Y con sus dos ojos bien abiertos y puestos sobre los de su médico, simplemente esperó, inclinando un poco la cabeza hacia adelante e invitando así a continuar la explicación a quien parecía haber perdido completamente la cabeza. 

-  Ya, ya sé. Misma reacción de siempre, pero es lo que te digo. Verás, todo cuerpo va acumulando una serie de sustos en el alma. Aparentemente son invisibles y efímeros. Tras su llegada se evaporan y hasta más ver. ¡Pop! Pero el proceso que estos llevan no es en absoluto así. Los sustos en el alma aprovechan la combinación de una bajada de defensas con una presión arterial elevada y ¡zas!, se cuelan en el cuerpo. Imperceptibles apenas, habría de encargar que te hicieran un escáner y unas placas para determinar bien su estado y hacerte una valoración ajustada. De momento te voy a recetar algo para calmar los síntomas y efectos que padeces, y que te den cita para las pruebas en el mostrador de admisión

     Dio las gracias. No se atrevió a preguntar más. Ni una sola cuestión salió de su boca. Ni su gravedad, ni en qué consistían. Nada. Se levantó y se marchó a casa sin detenerse por el camino. Abrió la puerta de entrada y aún con la chaqueta puesta encendió el ordenador. Buscó en internet: sustos en el alma. La sorpresa fue mayúscula porque aparecieron docenas de páginas de foros, artículos científicos, imágenes de radiografías, remedios y recetas. Seguía pensando que aquello era un extraño juego diseñado por el inconsciente, pero siguió navegando. Verdaderamente había multitud de variantes, de gravedad diversas, pero de aparición frecuente y muy extendidas entre la población. Leía curas y consejos, pero no terminaba de comprender en qué consistía la enfermedad Finalmente abrió una página que contenía una publicación médica sobre el tema y vio un listado de sustos en el alma comunes. Empezó a entenderlo: Ya no te quiero. Te dejo. He conocido a otro. Me he enamorado de otra. Quiero el divorcio. Me marcho. Ya te llamo yo. No me llames más. Ya no me gustas. Está usted despedido. Has suspendido. Ya le llamaremos. Está usted en números rojos. Tengo que darle una mala noticia. La cosa es grave. No hemos podido hacer nada por él. No hemos podido hacer nada por ella. No podrá usted tener hijos. Está en bancarrota. Su hijo está expulsado del colegio. Está usted detenido. Lo he visto con un pibón. La he visto con un pibón. Nos han destrozado el coche. Y había más, muchos más. 

     Los sustos en el alma eran lo más cotidiano que rodea nuestras vidas, pero no todos los cuerpos lo encajan de la misma manera. Y no solo eso. Impredecibles, imposibles de evitar, ni de inmunizarnos a ellos. Hasta hace bien poco se consideraba que eran agentes externos sin contacto directo con el cuerpo ni efectos somáticos. Y nada más lejos. Al parecer, los sustos en el alma penetran en el organismo a través de la respiración. Lo habitual es que cuando una persona recibe uno, aspire tan, tan, tan profundamente que estos aprovechen la bocanada de aire para adentrarse hasta el corazón y los pulmones. Una vez allí alojados mordisquean el tejido que lo rodea, elástico y protector. A más sustos, más mordiscos. Y a más mordiscos menor protección y menor elasticidad. Vulnerable o duro como una piedra. Depende del caso. El desgaste natural de la vida trae esto, pero se desarrolla esta enfermedad cuando el número de sustos en el alma sobrepasa el límite de resistencia del sistema inmunológico de la persona. Ahí comienza a desarrollar una necesidad absoluta de cuidados y un miedo y vulnerabilidad considerables a recibir más. 

    Ni siquiera sabía si los estudios que acababa de leer eran rigurosos o no. No entendía cómo era posible que jamás hubiese leído u oído nada al respecto. Tan solo le venían a la cabeza expresiones antiguas de esas que hablaban de fulanita o de menganito y decían: “Ay, pobre”. “Se murió de pena”. “Se consumió de amor”. “Se quedó mermadina de soledad”. “La vida le dio muchos disgustos”…. ¿Y tiene cura?, se preguntaba. Siguió buscando y empezó a leer que si bien no tenía curación absoluta, porque las lesiones dejaban marcas y provocaban efectos a largo plazo, sí se podía atenuar el problema y tratar de que no agravara. Era preciso mucho apoyo. Y amor, mucho amor. Sentirse acompañado y querido. Valorado y extrañado. Sentir un abrazo sincero, buenas palabras, comprensión. Cariño a raudales. Y amor, mucho amor. Aquello sonaba a secta, a libro de Osho o a catequesis. A la letra de una canción a la guitarra. A chamanes. A cualquier cosa menos a medicina, a psicología, cardiología o psiquiatría. Sonaba a enfermedad inventada. Aquello era algo que...

     Llamaron al teléfono y se despertó alterada. Había mucha luz, no parecía muy temprano ya, y trató de levantarse a cogerlo, pero no le dio tiempo. El teléfono dejó de sonar. Volvió a cerrar los ojos y comenzó a notar la sensación de haber soñado mucho, toda la noche, y de haberlo hecho sobre temas desconcertantes. Sin pies ni cabeza, como la mayoría de los sueños. Tenía sed y le costaba abrir los ojos. Trató de recordarlo, pero no podía. Solo le venían imágenes de alguien vestido de blanco, pero nada más. De pronto oyó el aviso de un mensaje  de whatsapp en su móvil. Estiró el brazo a por él y lo leyó: “Buenos días, ¿Qué tal vas hoy? ¿Sigues encontrándote rara? ¿Por qué no me haces caso y vas de una vez al médico a ver qué tienes? No es normal que andes con décimas todos los días. Ya me cuentas. Bss.” Respiró hondo y se tocó el centro del pecho al mismo tiempo. Y volvió a respirar a todo lo que le daban los pulmones antes de sentir el pinchazo habitua. Quizás sí que era buena idea pedir cita a su médico de una vez. Tal vez estaba incubando algo y lo mejor era atajarlo a tiempo.




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