Y TÚ, ¿TE ESFUERZAS LO SUFICIENTE? La cultura del infraesfuerzo

By María García Baranda - mayo 02, 2017



      Que el ser humano está sujeto al cumplimento de obligaciones varias y diarias es algo que tenemos absolutamente asumido prácticamente desde que nacemos. Para los creyentes, castigo divino. Para los ateos y empíricos, instrumento natural de supervivencia. Pero obligaciones por cumplir hay muchas y estas son de diferentes tipos. Se me ocurren cuatro, de hecho. Y van in crescendo según la intensidad de esfuerzo que requieren y lo prescindibles que resultan para la supervivencia básica.

      Un primer grupo lo forman las obligaciones cotidianas o materiales, esas que hacemos casi ya por inercia para dar forma a nuestras veinticuatro horas del día. Madrugar, cocinar, hacer compra, asearnos, acudir al médico, ir a trabajar,… Suponen un esfuerzo relativo, aunque suele ser del que más nos quejamos. Y no porque nos agote por colosal, sino porque es constante, no da lugar a descansos y ataca con pequeñas punzadas incesantes cuerpo y mente. Un segundo grupo son las responsabilidades sociales o derivadas de nuestras relaciones personales: pareja, familia, amigos. Suponen que estemos pendientes, ir a visitarnos incluso cuando estamos cansados, llamarnos, tener en mente lo que les ocurre, escuchar sin descanso, llevar a los niños aquí y allá, perder el sueño, atendernos,… La parte de esfuerzo exigido es también de cuerpo y mente, pero en este caso ganan las emociones, que son las que casi siempre suelen desgastarse y agotarse en mayor medida, a pesar de que nos mueven los sentimientos. El tercer grupo es aquel que tiene que ver con nuestra parcela de realización individual. Suele asociarse con el estudio y el trabajo. Formación y desarrollo. Son todos aquellos planes de mejora inmediata. Estudiar duro para los exámenes, trabajar entregadamente en un proyecto,… El esfuerzo puesto en ello suele robarnos energías de los dos tipos anteriores. Suele asimismo presentar bajas, esto es: habrá quienes se rindan o quienes ni siquiera lo intenten, porque lo consideran un gasto personal y temporal excesivo. Ahora bien, quienes resisten obtienen una recompensa de aceptable inmediatez que sirve de refuerzo a ese desgaste y de impulso a esa fuerza de voluntad necesarios. El cuarto grupo es el formado por imposiciones que pueden resultar invisibles. Agrupan las obligaciones intrapersonales o de alta mejora personal a largo plazo y en profundidad. Naturalmente se puede vivir sin ellas, al igual que sin las anteriores, pero en mayor medida. Suponen el punto de inflexión entre el verdadero triunfo y la mediocridad humana, y conllevan un continuo e incesante aprendizaje, por no hablar del componente de sufrimiento que muchas veces originan. Pero el resultado es grandioso. Mente elevada, cuerpo saludable, emociones inteligentes, relativización de algunos aspectos de la vida, empatía en grado máximo, paz interior,… El sueño de todos, pues supone saber superar cada dificultad que nos llega y colocarla en la posición que le corresponde según su importancia. Más sanos por dentro y por fuerza. Más inteligentes por dentro y por fuera. El ideal, aunque de caro y costoso precio en cuanto a ese esfuerzo que antes especificaba. Exige saber hacer de tripas corazón, perdonar ofensas, plantar cara cuando no nos atrevemos, ser justos con nosotros mismos aunque también autocríticos, ser justos con los demás, practicar el desapego, combatir el egoísmo, luchar contra la melancolía, la angustia o la depresión, no frustrarnos por lo no logrado, aceptar, tomar cartas en el asunto cuando una situación se nos come vivos, saber cuándo hemos de ponernos en primer lugar y cuándo hemos de dar prioridad a otra persona,… y muchos otros esfuerzos que paradójica y metafóricamente podríamos calificar de sobrehumanos.

   ¿Cuántas de las obligaciones anteriores afrontamos?, ¿cuánto esfuerzo verdadero ponemos en ellas?, ¿somos sinceros cuando afirmamos que nos dejamos la piel en el intento? Hay dos vías por las que suelo percibir cuándo y cuánto se esfuerzan las personas para lograr lo que desean, para mejorar o para cumplir con sus responsabilidades. Una es mi profesión, que me ha enseñado y me enseña a discernir quién se esfuerza de veras y quién busca el camino fácil. También a ver a quien dosifica mal sus fuerzas o lo enfoca en la dirección incorrecta. Ya se sabe, la potencia sin control no sirve de nada. Y desde luego a detectar a quién se llena la boca declarando aquello que pretende alcanzar y no mueve los pies del sitio para conseguirlo. Sí, sí, yo también quiero viajar a la luna, pero me da mucha perecita estudiar para astronauta y presentarme en la Nasa. No me vale. Así que el ser profesora es mi primera herramienta para medir esfuerzos, aunque en absoluto soy infalible, conste. Mi segunda herramienta soy yo misma, es mi propia autocrítica. A veces lo hago público y lo manifiesto sin recato; otras, las menos, me lo callo, pero sé bien cómo son las cosas, lo que cuestan, cuándo vamos a por todas y cuándo nos dormimos en los laureles o necesitamos remolonear, ir a medio gas o dejarlo pasar. Pero no me engaño a mí misma. Y desde luego, sin generalizar, ese medidor me resulta extrapolable al resto. 

    Siento y lamento que el esfuerzo es un bien muy preciado y muy, muy escaso. Decimos que vivimos en una sociedad en la que la capacidad de esfuerzo se ha ido mermando paulatinamente, y tristemente estoy de acuerdo. O al menos teniendo en cuenta las cuatro clasificaciones que presenté antes y sus correspondientes tipos de esfuerzos. Sé que corren tiempos en los que son muchos los que se exprimen cada día para salir adelante y que quizás ya les faltan tiempo y energía para todo lo demás. Pero sé también que hay un bruto de población enorme que quiere, aspira y suspira por lograr los cuatro estadios, pero solo cara a la galería. Mucho de palabra y poco de acción. Bueno, si eso es así, al menos espero que no se engañen a sí mismos y por ende que valoren a quienes sí se esmeran honestamente. Camino constante de la vida.






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