DE TU BOCA, EL AMOR

By María García Baranda - enero 10, 2018




     Me gustaría guardar la esencia del amor en un pequeño frasquito que lo conservase eternamente a salvo de las inclemencias. Ese frasquito debería ser de un material irrompible, de forma que su contenido jamás se perdiese. Y su cierre habría de mantener hermético el envase a fin de que no se evaporase ni un milímetro cúbico. La luz no le haría cambiar de color, ni siquiera de tono. Y la temperatura no afectaría en modo alguno a su aroma. La esencia del amor se mantendría así siempre fresca, completa, sin mácula. Como el primer día. Y podría asegurarme de tenerla conmigo para siempre.
      Pero,… ¿para qué quiero un amor si no puedo tocarlo? No, así yo no lo quiero. Espérense un momento. Quiero un amor para esparcirlo sobre mi piel mezclado con mi propio sudor, para oler muy despacio y con hambre su aroma a deseo, para degustarlo entre las gotas de saliva que acompañan a ambos. Quiero un amor que cambie de temperatura, que alcance los cien grados centígrados que lo llevan a hervir y sepa abandonar con ello el gélido tacto tras un rayo de tristeza. Quiero un amor que cambie de tamaño, que se contraiga al contacto con el miedo y se dilate con las palabras justas y una caricia dada en el momento exacto. Yo no quiero un amor de esos que se guardan en una vitrina. Si lo pienso bien, no va conmigo. Aunque desee preservarlo en plenas facultades. Limpio, bello, brillante. Quiero un amor mutable a la vida. Irregular. Real. Que sepa respirar cuando esté casi ahogado. O mejor aún, que sepa cómo evitar ahogarse. Un amor pensante que escape a las rutinas que sabe que lo matan, a las prácticas que hieren, a las palabras que despistan el trayecto. Un amor que recuerde aquello que no importa y lo que es tan escaso que caro se cotiza. Un amor que se extraiga del frasco y se beba a diario. De tu boca. Pero que no se agote.  





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