LA TERNURA: LA COLUMNA VERTEBRAL QUE SUSTENTA MI VIDA.

By María García Baranda - enero 16, 2018




    No me imagino, realmente no me imagino que exista alguien sobre la faz de la tierra que no anhele vivir al menos un momento de ternura en su vida. Ni siquiera el asesino, el agresor, el combatiente despiadado que riegan con su ira campos humanos desperdigados a su paso. Todos buscamos ternura, esa que Camus (Albert) decía ser siempre deseada y -con suerte- a veces obtenida. Estoy por pensar, pues, que es este el bien más preciado, escaso desde luego, y elemento que nunca sacia. Nunca es suficiente, nunca basta. Nunca cansa o aburre. La ternura genera además dependencia, aguda necesidad, hambre voraz. No habría si no relaciones desequilibradas, enganches humanos ni síndromes de Estocolmo, de esos en los que, aun espejismo, un mínimo gesto de afecto del verdugo provoca un cambio de visión en la víctima. Así que no importa quién seas, cómo seas, dónde vivas o a lo que te dediques, que un gramo de ternura directamente dirigido a tu corazón sabrá como abrirse paso directo hacia ti para, clavándose dentro con un discreto y apacible movimiento, hacerte establecer un vínculo vitalicio con quien te lo ha procurado. A veces inexplicable. Otras incomprensible. Muchas inevitable. 
   Por buscar ternura se hace lo indecible, se soporta lo insoportable, se tolera lo intolerable. Por buscar ternura se amasan fortunas, se roba, se miente y se engaña. Por buscar ternura, a veces, todo vale, olvidando en el intento las propias necesidades. Pero es que la ternura no se busca. Se da. Y llegado el caso se recibe, a poder ser con los brazos abiertos de par en par y teniendo muy presente que esta no siempre abunda, precisamente. Que es un regalo y una herramienta que hay que saber gestionar, para que no se convierta en arma de doble filo en cuyo nombre estemos dispuestos a vendernos. 
    Sucumbo a la ternura. Me rindo absolutamente a ella. Y su ausencia en el resto se me presenta como rasgo o defecto imperdonable. Me convierte en un témpano, en un bloque de mármol y en un yunque en el que forjar mi indiferencia. Si no hay ternura. Que es para mí al tiempo pozo de fuerza y talón de Aquiles. Con la ternura me ganan, con la ternura me tienen, con la ternura me rinden. Y por ella también me vencen. Me derrotan. Me venden lo inadmisible. Y es que esta es gratis y engancha cual sustancia que genera adicción. Me hace olvidar la cara fea de las cosas y de los desmanes, aun en mi posible enfado, en una decepción o un desengaño. Y cuando la procuro, si soy yo quien la da, vuelve a habitar en mí la niña despreocupada a quien poco le importa más que las gentes generosas en ternura. Columna vertebral que sustenta mi vida.



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