Participé durante años en una discusión en torno a la
ambición, cansina y recurrente, por cuanto parecía no alcanzarse jamás el
entendimiento ni la comprensión del asunto por ninguna de las partes. La
cuestión me llevó a preguntarme en numerosas ocasiones sobre el hecho de si yo
soy o no una persona ambiciosa. Y afortunadamente obtuve la respuesta.
El término ambición cuenta hoy día con unos tintes
tremendamente negativos, asociados únicamente con la obtención de un estatus
económico elevado y su consiguiente fama. El mismo diccionario de la RAE así lo
atestigua, pero la carga semántica del vocablo creo que va mucho más allá. No
siento ningún pudor por posicionarme al respecto y manifestar el grado de
ambición que hay entre mis rasgos y en qué aspectos concretos me siento
identificada con el término. Sin lugar a dudas, me sitúo en un espacio
diametralmente opuesto a la codicia material o a los aires de grandeza. Y, es
más, siento un profundo rechazo ante todo individuo en quien se observa –y
créanme, se percibe con cristalina luz- por encimita de la ropa. No albergo
profundos deseos de obtener nada más allá que una vida desahogada que proceda
directa y exclusivamente de mis logros personales. Sé quién soy y cómo he
llegado hasta aquí, atravesando en más de una ocasión caminos pedregosos y eso
es algo que me enorgullece y manifiesto sin modestia. Nada me han regalado y si
tengo alguna deuda, esta la he contraído con las personas que quiero y que me
llenan de cariño. Pagadera de corazón y vitalicia.
Reconozco, no obstante, un alto grado de ambición en mí,
es cierto. No me gusta la palabra conformismo. He llegado incluso a detestarla,
cuando esta conllevaba una mínima porción de rendición. Mis inquietudes e
intereses, mis deseos más íntimos no han rozado ni de lejos el agotamiento y
hasta el momento sigo encontrando siempre algo frente a mí que perseguir y que
en un modo u otro me nutra cada vez con más fuerza. E igualmente es
inconmensurable mi ambición respecto a las relaciones personales que voy estableciendo
en mi vida. Su calidad y calidez me proporcionan tal bienestar que se
convierten en mi epicentro. Ahora bien, consciente ya de que cada persona posee
su propia concepción de la amistad, del amor, de la demostración del afecto o
del cariño, no exijo en mi entorno un espejo de mis maneras. Esas son
únicamente mías. Pero sí rodearme de seres de verdad, de carne y hueso, de los
que se asoman a los demás porque no han perdido la curiosidad por el lado más
humano de las gentes.
Por lo tanto, me reafirmo. Soy ambiciosa, en efecto, en
cuanto a mi insaciable necesidad de avance personal. Y, por supuesto, en cuanto
a mi curiosidad por conocer, descubrir, querer y conservar a mi lado a gente
auténtica. Hay quien diría...¿exigente? Ni confirmo, ni desmiento. Tan solo
matizo que quien piense eso es que no ha entendido absolutamente nada de mi
asunto. Ni creo que lo haga nunca, la verdad.
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