Esa noche lluviosa abrí la ventana que me cubre el sueño
y que cada noche, antes de cerrar los ojos, me transfiere los últimos rayos de
luz. Me asomé a ella con la esperanza de encontrar un hilo de calma que
aplacase el desasosiego que me había acompañado desde esa mañana. El día había
resultado espeso, soporífero…, como cuando te echas sobre los hombros un pesado
abrigo y a pesar de estorbarte eres incapaz de darle un manotazo y arrojarlo al
suelo para liberarte. Algo en el ambiente de ese día resultaba extraño. Quizás
era la falta de sueño o tal vez yo misma, absolutamente impaciente,
intensamente inquieta...
Me descalcé y me elevé sobre mi cama. Me asomé al exterior
esperando que el aire ejerciese una fuerza renovadora tal como para
desahogarme. Y recordé… esa noche habían anunciado dos fenómenos cruzados: la
lluvia de Perseidas y la luna más inmensa del año. Sabía que desde donde estaba
no podría apreciarla, pero al igual que un niño que desea tocar su juguete a
través del cristal de un escaparate, me alcé de puntillas imaginando ver el
sortilegio. En ese instante la leyenda se apoderó de mis pensamientos y recordé
los tiempos en los que traducía textos grecolatinos y como el mito de Perseo
llegó a mis manos. Fue su nacimiento fruto del amor de Zeus por Dánae, quien
decidió colarse por su ventana convertido en lluvia de estrellas. Pensé que tal
vez, solo tal vez, las noches de Perseidas son un buen presagio de lo que ha de
venir y que dejando de par en par la mencionada ventana, la fuerza que de ellas
emana podría abrirse un hueco para concederme alguna gracia, mi gracia.
Inmediatamente pensé en la luna llena. Luminosa, descarada y arrogante,
ocupando un espacio que no le corresponde y, sin embargo, ejerciendo una
atracción tal que nadie esa noche podría apartar sus ojos de ella. Deseé
atrapar un pedazo de su potente magnetismo. La miré a la cara y conjuré un
hechizo desde lo más hondo de mis entrañas. Fue tan fuerte mi deseo, mi
capacidad de concentración que un escalofrío me recorrió el cuerpo de la cabeza
a los pies.
No sabría decir si fue la fuerza con la que abracé mis
pensamientos o si el conjuro pudo poner la rueda en marcha. Tan solo sé que esa
noche disfruté de uno de los sueños más plácidos que recuerdo. Al despertar no
había síntoma alguno de tedio ni de inquietud. Abrí mis ojos y me sonreí a mí
misma, percatándome de que las extrañas vibraciones del día anterior se habían
marchado. Volví a sentirme segura, feliz y relajada…
Si
el hechizo formulado llegara a funcionar, entonces tendría la certeza de que
las mentes en perfecta sintonía son capaces de alcanzar todo cuanto desean.
Solo es preciso dejarlas fluir…
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