Se me ha colado alguna sombra en este día. Entró por las
rendijas de mi espejo. Oculta y sigilosa esperó el momento justo y me mordió en
el cuello. Marcaba una silueta alargada, enjuta y gesto desabrido. Me recordó a
algún espectro del pasado, de esos que llegaban para asustarme y enmarañarme el
sueño hasta perder la noción de la realidad. Pude verla con tal claridad que
creí poder tocarla con la punta de mis dedos. Y lo intenté. Traté de espantarla
de un manotazo seco, pero al instante se disipó entre nieblas. Pero dejó su
estela, una presencia que podía percibir entre el aroma a azufre y un humo
amarillento de los que no lograba deshacerme.
Me cambió el ánimo con el pasar de las horas y mi cabeza
comenzó a tomar vida propia, a generar ideas por sí misma fundamentadas en
grotescas conclusiones. Creo que eran ecos de ayer, de lo vivido, de aquello a
lo que nunca querría regresar, de los comportamientos que no querría repetir y
de las gentes con las que no querría volver a cruzarme.
Desconozco cuán acertadas puedan ser tales sombrías
elucubraciones. No hay modo de saberlo aún. Tal vez sean certeras, pero en tal
caso serán la casualidad y el devenir de los acontecimientos los que habrán de
hablar y no los fantasmas del pasado.
Me reprendí a mí misma por dotar a mi presente de un
exceso de colores pasados, por confundir la experiencia con las luces que
apenas se encienden y juzgar lo no vivido con vehemencia. Y entonces supe que
no habría nada que detuviese mi marcha. Supe que perseguir mis sueños era la
única opción de alcanzar ese etéreo instante, ese minuto único en el que
sientes no tienes nada que perder.
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