DEJA QUE EL TIEMPO EQUILIBRE LA BALANZA

By María García Baranda - septiembre 30, 2016

   La medida de las cosas la da el tiempo. Así suele ser. Con lo cual, ¡calma!, ¡ojo!, y sobre todo...  ¡perspectiva!

   Advierto que con tiempo me refiero a los pasos aprovechados, claro está, a los hechos plenamente  vividos y no a aquellos acontecimientos que pasan sin que nos empapen el alma. Para bien y para mal. Aclarado esto, hay un mástil al que me encuentro fuertemente asida y es el de que es precisamente el tiempo el que coloca las piezas del rompecabezas en sus coordenadas adecuadas, el que nos baja de la nube o el que nos abre los ojos ante lo esencialy lo valioso de cada día. Sometidos como estamos a mil estímulos pasados, presentes y futuros, buenos algunos y enriquecedores otros, pero destructivos otros cuantos también, es muy posible que a veces no sepamos poner los puntos sobre las íes de la importancia que los tropiezos, los éxitos y las personas que nos acompañan tienen en nuestro devenir. Y es que ya desde muy joven, aunque no recuerdo desde cuándo ni desde qué vivencia exactamente, me conciencié de que la mayor parte de las emociones que experimentamos desvirtúan su magnitud en el momento en el que nos tienen cogidos del cuello. Y sirva tal para las luminosas y para las sombrías, la euforia y la decadencia. Por supuesto dejo fuera de este juicio aquellas que no generan duda, pues serán lo que son hasta la eternidad, véanse nacimientos y defunciones, principalmente. Así, la mayor parte de los momentos que nos hicieron volvernos del revés son desmesurados en su correspondiente presente, instante de más intensa vivencia, dado que hasta el momento no hay referencia más fresca ni más cercana en kilos, metros o litros de sentir, que la que nos ocupa por entero. Podría darse el caso de que un hecho previo nos colocase la vara de medir en unas calibradas marcas, pero cada vez que vivimos algo que tiene que ver con las emociones, sensaciones y/o sentimientos,... eso,... ¡eso es lo más! El amor más pleno, el desamor más desgarrado, la decepción más dolorosa, el orgasmo más profundo, el abandono más traumático,... y seguiría con todas y cada una de las posibilidades habidas. Por ello, hay que dejar que la receta repose, que las aguas se calmen y que nuestra inquietud se duerma para saber con exactitud qué valor y aporte podrá tener una experiencia concreta en nuestra vida.

    Sabéis quienes me conocéis bien que peco -o no, quién sabe- de intensa. Cuando amo me dejo las vísceras. Cuando lloro me rompo en añicos. Cuando pienso me quemo el cerebro. Cuando río rejuvenezco. Precisamente por ello cuento siempre con la calma que traen los días para saber que en esta vida nada es definitivo, ni realmente trágico -salvo lo antes mencionado-. Nada conforma un cheque en blanco. Nada es eterno. Nada es indisoluble. Nada es completamente borrable ni olvidable. Nada ni nadie. Cada granito de arena, ya sea en forma de hecho o de ser humano, hace que seamos quienes somos y de nosotros depende la importancia que le queramos dar en el conjunto que forma nuestra edad. Eso, en cuanto a nosotros compete, porque por otro lado la marca que los demás nos dejen correrá también de su cuenta. Sus actos y su huella serán determinantes para que el paso del tiempo los coloque en uno u otro lugar. ¿Cuál? Cada uno sabrá cómo quiere ser recordado, cuánta influencia quiere aportar y de qué tipo quiere que sea, cómo quiere que le afecten los acontecimientos y qué importancia le da a los seres que se le cruzan por delante. Tiempo y sentido común. Pero fundamentalmente equilibrio en las valoraciones.
   Por mi parte hago hoy ese propósito, precisamente hoy y no mañana, porque mañana será ya harina de otro costal y son los deberes que me pongo precisamente desde la entrada de la media noche: justicia vital para lo vivido y para lo que haya de vivir; justicia vital para las personas cuyas caras, mentes y voces, significaron, significan y significarán algo. Yo pongo de mi parte con la inestimable ayuda del tiempo y de esa calma antes mencionada. El resto que haga lo propio. Y la balanza, con sus dos compensados platillos caerá del lado que le corresponda. Esa será ya ajena responsabilidad y a posteriori ya me encargaré yo de detectar el papel merecido. O dicho de otro modo: "el que quiera peces que se moje el culo", "a Dios rogando y con el mazo dando" o "el que quiera flores que se las gane".
   Tiempo y calma, sí. En este tiempo que para mí es quizás mi bien más preciado. Saludo y despedida. Recuerdo y olvido. Cabeza y corazón. Paso adelante... ¡vida!
  



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