TODO ES MUCHO MÁS SENCILLO DE LO QUE TÚ TE CREES

By María García Baranda - febrero 24, 2017

  "Porque, de golpe, todo queda claro: la vida humana como tal es una derrota. Lo único que nos queda ante esta irremediable derrota que llamamos vida es intentar comprenderla".
Milan Kundera.



   Y es que las cosas no son tan difíciles como nos empeñamos en dibujarlas. Las creemos complicadas, retorcidas, hirientes, pero no lo son tanto. Equivocamos la elección de los adjetivos calificativos que empleamos para etiquetarlas. Y eso es algo que sabemos muy bien, aunque nos hagamos los tontos o lo olvidemos deliberadamente como escudo para mantenernos estáticos más a menudo que de cuando en cuando. Cada vez que no queremos hacer algo nos decimos que es difícil y duro. Y arriesgado. Y esa mantita nos aporta refugio y nos da tregua. Pero en el fondo sabemos que no es para tanto. Que tan solo se trata de dar el salto y de tener determinación para saber a dónde quiere uno llegar. Que no es para tanto, ¡no! Es como dejar de fumar, comenzar la dieta o ponerse al fin a estudiar para exámenes. Cuesta más pensarlo y decidirse a hacerlo que el asunto en sí.  ¿A que sí? Pues como eso, como estos ejemplos sencillos, casi todo en la vida. Y es que es la mente la que nos ata a la silla. Nos resistimos y nos zancadilleamos a nosotros mismos, cubriendo la falta de impulso tal vez de… ¿miedo? Sí. Seguramente es miedo. A equivocarnos, a perder, a sufrir, a conformarnos con menos, a que después se presente una opción mejor,... Pero bien sabemos, si somos capaces de ser sinceros y honestos con nosotros mismos, que el miedo es una excusa, un engaño del cerebro para no movernos de donde estamos. Por las razones que sean. Sabrá cada cuál cuáles son. Pero que no es tan difícil, vamos. Y eso es algo que solemos saber y decirnos toda vez que nos hemos atrevido y hemos saltado a dondequiera que tuviéramos que saltar. Con sonrisa de alivio, satisfacción, orgullo y libración incluida. Cerrar un círculo, cambiar de profesión, mudarte de ciudad, abandonar un puesto de trabajo, separarte de tu pareja, cantarle las verdades a un amigo, enfrentarte a tus complejos, acudir a terapia para superar tus traumas, asumir lo imposible, reconocer lo que sí es,… Nada de ello es tan intrincado como para no afrontarlo. Se hace y ya.
    No depende pues del asunto, sino de nosotros. Pero no vengamos ahora con la fortaleza de carácter, el arrojo o la determinación de cada uno. ¡Ni hablar! Tampoco se trata de eso. Que no hay seres desvalidos y seres potentes para este tipo de cuestiones. A todos cuesta, duele, fastidia o inmoviliza, ¡no me fastidien con la cantinela! No hay personas que son fuertes y por eso abarcan con lo que la vida les eche sin torcer el gesto. Siempre dispuestas a remangarse a la primera de cambio, a poder con todo, a alimentar su fuerza de voluntad. ¡Sandeces para lamernos las heridas cuando no nos da la gana de acabarnos lo que hay en el plato! Si hay fortaleza emocional esa reside en el coco. Porque  hay personas que comprenden y otras que no. Y en el secreto de comprender la vida, de saber que la sencillez de todo radica en la voluntad de uno mismo y en hacer por que todo fluya con determinada ligereza se encuentra la clave. La dificultad, por tanto, no es tal, sino que es resistencia al cambio. Lo doloroso o lo costoso, pues, tampoco nace por el asunto en sí, sino por querer o no querer, por comprender o no, por saberle quitar hierro a las cosas o por dedicarse a regar metales oxidables.



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