DEJAR MARCHAR (o El fantasma de los roles de género)
By María García Baranda - agosto 29, 2017
SERIE: ♀ Fémina
Hace un par de noches tuve una conversación con un amigo a cerca de la perspectiva masculina y del sentir más íntimo de estar con una mujer de fuerte atractivo para ellos. Con atractivo me refiero no solo al aspecto físico, sino especialmente a su interior. A su intelecto, su emotividad, su manera de conducirse en la vida, su profesionalidad. Me hablaba de que ese tipo de mujeres le atraían sobre manera. Que quedaba impresionado y fácilmente enganchado por ese perfil en el que la admiración por ella era fundamental. Y al oírlo recordé que a estas edades que yo frecuento, es decir, entre los hombres de mi edad, cada vez me topo con más casos similares. Me agrada. Me satisface que sea así, indiscutiblemente. Y encaja conmigo a la perfección, porque desde luego que yo me muevo en los mismos parámetros. Existe la atracción física, naturalmente, pero obligatoriamente he de sentirme interesada por su desarrollo interior: su inteligencia, sus inquietudes, su vida privada, su emotividad, el desempeño de su profesión,… Clic, clac. Y todo encaja. ¿No resulta ideal y maravilloso? Así es.
Y sin embargo, -sí, sabíais que lo habría, un pero a todo esto-, … “Y sin embargo, cuando un hombre -me decía-, siente eso, cuando descubre una mujer con ese grado de compleción y que mueve su interés en todas esas facetas, cuando se engancha o enamora de ella por todos esos motivos, ocurre algo: se pregunta si estará a la altura”. Al oír eso casi me echo a llorar. “Otro más”, me dije. El arquetipo de la mujer que asusta se hacía realidad, pero no con el aspecto que todos creemos al escuchar esa expresión, no con la retahíla peregrina de que a las chicas guapas, listas e independientes no se le acercan los hombres por si les dan un no, sino con una apariencia mucho más profunda y grave. Yo ya he padecido dichos latigazos, honestamente, y o bien me he dado cuenta por mí misma con el transcurso de la relación, o bien me lo han dicho directa y claramente. He sido consciente en más de una ocasión del hecho de que un hombre tema y sienta que no podrá llenarme lo suficiente, que no conseguirá hacerme feliz, que me frenará en mi crecimiento personal, que sus cosas me parecerán poco interesantes y me cansaré, que habrá otro para mí más merecedor de mí, se me generarán otras necesidades que él no pueda cubrir… No sigo porque las percepciones son muchas. En efecto y para mi desgracia yo lo he vivido, sinceramente. Y en esta ocasión oía de nuevo otro ejemplo más de esa realidad. Llegó a contarme este amigo cómo él había incluso dejado ir a su pareja de juventud por esa razón. Por creer no estar a la altura, por pensar no ser “suficiente” para ella, por medir todo lo que había de avanzar ella aún,… Se evaluó a sí mismo y se calificó, sin contar con la visión de ella. Y la dejó marchar. A pesar de amarla, de sentirse terriblemente atraído por ella, de admirarla. Y aún peor, a pesar de que ella lo amaba a él, de sentirse terriblemente atraída por él, de admirarlo. Se me rompía el alma al oír cómo me contaba también que, en su opinión, dejar ir es un gran acto de amor.
Esa expresión es maravillosa. Preciosa sobre el papel, sí. Pero me chirría hasta ensordecerme y agotarme la paciencia. Como siempre lo ha hecho. Es una auténtica patraña y un gran acto de comodidad y cobardía, y no siento ninguna compasión cuando la escucho, sino más bien al contrario. No la malinterpreto ni la desprecio, sé que hay presente puro y noble amor, pero creo que, para desconocimiento de que la emplea, esconde también en su interior algo muy distinto y más poderoso en su interior. Yo la he pronunciado alguna vez, pero sin lugar a dudas el contexto era radicalmente diferente. Yo hablaba de dejar ir a la persona a la que yo amaba para que fuese feliz, porque él (ya) no me amaba a mí y/o quería estar con otra persona. Eso sí es un acto de amor. Querer su felicidad a costa de la tuya y aunque sepas a ciencia cierta que es con otra persona. Facilitarle el camino. Sin celos. Sin intentos de atrapar absurdamente. Sin retener, ni manipular. Pero, ¿este otro caso? Esto no tiene nada que ver más allá de hacerse caquita en los calzoncillos y no querer esforzarse en mejorar, si es que hay algo que mejorar. Cuando un hombre deja ir a una mujer maravillosa que está con él porque también lo siente maravilloso, es un inepto. Tal cual. Y así, pero con un poco más de delicadeza, se lo dije a mi amigo. Mi pregunta fue clara: “Y si tú crees eso -equivocadamente por cierto, porque de pensar ella así, no estaría contigo-, si tú crees que eres poco para ella, ¿por qué en lugar de gastar toda esa energía en el sufrimiento de perderla, no la gastas en tratar de alcanzar ese estado que consideras preciso para estar a su altura?” De pura lógica, vamos, digo yo. Y más aún antes de partirle el corazón a ella, de partírtelo tú, y de tomarte atribuciones que no te corresponden al tratar de convertirte en un guionista de larga trayectoria en la vida de ambos. Me respondió: “Pues ya, la verdad. Buena pregunta. Esa sería la cuestión”. Tal cual. Y sospecho que cualquier hombre al que preguntase eso, me respondería de igual manera. Increíble que no hayan pasado al siguiente nivel de trabajo. E increíble que no se den cuenta de que nosotras lo hacemos a diario y de que conjuntamente a nuestro avance y a nuestra realización personales, al tiempo deseamos la admiración de nuestra pareja. Seguir manteniendo la chispa que los trajo a nuestra vida para poder seguir enriqueciéndonos mutuamente. Si nosotras lo hacemos, ¿por qué no ellos?
Rol masculino presente. Ya estamos todos. Esa es la verdadera explicación de todo lo anterior y la razón de que existan tanta infelicidad y relaciones amorosas truncadas hoy día. A mi generación le está pasando una desorbitada factura haber nacido entre dos mundos de desarrollo de la conciencia de género (o de sexo, como sería más correcto señalar). Y esto no es más que un ejemplo de ello. Sangrante y doloroso, pero presente. Un hombre de mi edad tiene la constante manía de creer que es a él a quien corresponde saber y dirigir el destino de ambos, el qué sucederá, y hasta dónde, cómo, cuándo y con quién se va a sentir ella más llena y feliz. Hay una pincelada en el aire de control de la situación, en gran medida inconsciente creo, que le hace creerse además a pies juntillas que su decisión por ambos y por la propia relación es la acertada. Hay proteccionismo. Hay gestión. Y hay acción. ¿Por qué?, ¿quién le ha otorgado ese papel? Y ¿quién lo ha legitimado para ello? No se da cuenta de que con tal actitud, además, sin pretenderlo está minusvalorando la opinión y el poder de decisión de la mujer, la está enmudeciendo y está anulándola mental y sentimentalmente. Él actúa de modo natural, con la mejor de las intenciones y la deja ir “por su bien”. Pero tal acción no es otra cosa que una tapadera para esconder sus propias inseguridades. Sigue asustando ese fantasma de no estar a la altura de ella. Sigue sacando a la luz la debilidad particular con la que carga cada individuo y un miedo terrible al rechazo. A decepcionar y al abandono. Y es que el hombre siempre ha estado situado por encima de la mujer a todos los efectos. El intelectual, el profesional, el sexual, el que llevaba las riendas se todo, el guía de ella,… Nosotras hemos vivido, de hecho, con esa sombra siempre. Sabemos manejarnos porque seguimos soportando el yugo de que se nos haga de menos. Tradicionalmente la mujer admiraba a su hombre y ponía en sus manos gran parte de las decisiones de ambos. Y se daba por hecho que existía un grado equis de superioridad. El quid de la cuestión está hoy en que el hombre pasa de sentirse superior a sentirse inferior sin pasar por el grado intermedio: la igualdad. Si no está clarísimo que le dan mil vueltas a la chica en toda destreza, la sensación de sentirse en desventaja con ella está servida en bandeja, y sobre todo me refiero a la faceta profesional y a la intelectual. Sufren terriblemente al creer que no vamos a correr a refugiarnos en ellos bien por considerarles pusilánimes o bien por creernos autónomas en toda situación. El instinto animal también está presente, desde luego: el macho protege. Y el concepto ha estado acompañándonos eternamente. No es fácil para el hombre contemporáneo desprenderse de él, y tampoco la sociedad se lo pone fácil. Pero ha de hacer un esfuerzo, igual que lo hacemos nosotras por hacernos con el puesto que nos corresponde contra viento y marea. Tampoco sirve en absoluto la opción de quitarse de en medio, llegando incluso a olvidar por completo que si nos fijamos en ellos y los elegimos como pareja es porque nos llenan absoluta y satisfactoriamente. Tirar la toalla. Es preciso que aclare que este hecho nada tiene que ver con que el hombre en cuestión sea un machista sin remedio o se trate un encanto feminista que busca contribuir en ocupar nuestro lugar de igual a igual. No. Tiene que ver con la impronta que ha dejado el heteropatriarcado y con el daño que también les ha infligido a ellos, convirtiéndoles en las segundas víctimas de esos malditos roles. Obligaciones y actuaciones esperadas de ellos, intangibles y de las que en la mayor parte de los casos no son ni siquiera conscientes.
Por mi parte, he de decir que se me cae el corazón a cachitos cuando asisto a un caso así. Ver cómo un hombre aleja a una mujer de su lado por sentir que no será capaz de hacerla feliz, ver cómo es capaz de causar y causarse esa infelicidad, en lugar de luchar contra los fantasmas que los estereotipos y la tiranía de una sociedad machista nos ha impuesto. A unos y a otras. Luchar, al igual que nosotras hacemos. Es lo propio para evolucionar. Porque además, si no es así, nos estáis haciendo pagar un doble peaje. Como siempre.
0 comentarios