EL CORAZÓN SIRVE PARA ALGO MÁS QUE PARA SENTIR (Lo que no es poco)

By María García Baranda - octubre 04, 2015

Mañana de domingo, de esas en las que llevo en pie ya unas cuantas horas con la mente en marcha. Sigo mi ritual habitual: café(s) en mano, algo de trabajo, algo de lectura e inevitable escritura. El papel está lleno de temas que pueden convertirse en un punto de partida para divagaciones varias. Y llega a mis ojos el último artículo de opinión de Rosa Montero, publicado hoy en el diario El País y titulado: Corazones que piensan (http://elpais.com/elpais/2015/09/29/eps/1443542611_870607.html). Además de recomendarlo encarecidamente, sintetizo que en él se ofrece un auténtico desahogo para aquellos que hemos estado luchando con nosotros mismos para decidirnos sobre aquella vieja elección de: cabeza o corazón. Ofrece la autora reflexiones apoyadas en investigaciones científicas, consistentes en revelar la existencia de un alto porcentaje de neuronas –pensantes, por tanto- en el corazón, el órgano elegido desde hace miles de años para ubicar nuestros sentimientos y, por qué no, nuestra alma. Y ahí lo deja, abierto a que cada uno de nosotros saque sus propias conclusiones al respecto y se impulse hacia la consideración de las intuiciones y los sentimientos como parte importante y para tener en cuenta en su toma personal de decisiones.

¡Ya decía yo! No podía ser que estuviese empachada de idealismo, cuando en una disyuntiva de esos tintes el corazón terminaba ganando por goleada en mi decisión final. Y es que ahora sé que con el corazón también se piensa, que la intuición se forma de partes emotiva y pensante-deductiva de igual modo, y que aquellos que hemos sido tachados de locos sentimentaloides también empleamos el intelecto en tales envites. Bromas aparte, evidentemente que la parte emocional reside en el cerebro. Madura y se complementa con el lado meramente intelectual, pero no creo que sean elementos indisolubles, ni compartimentos estancos. Y eso me lleva a formularme una pregunta: ¿de dónde proviene entonces esa tendencia -de algunos- de inclinarse por tomar sus decisiones con el coco, aislándose de sus sentimientos? O viceversa. Dudo que se deba a un fiel conocimiento de anatomía cerebral, sino más bien de una estrategia de autoprotección frente al sufrimiento. Se puede ser más o menos práctico, tener mente científica o humanística, ser más o menos sensible…, pero todos sentimos. Todos nos deleitamos cada vez que la felicidad se nos arrima y lloramos cuando esta parece desaparecer, por lo que blindarse refugiados en la idea de decirnos: ¡piensa con la cabeza!, se debe únicamente a la porción de miedo al dolor que hayamos desarrollado. Esos cuentos de que el amor es ciego, el corazón obnubila, etc., son fruto de las leyendas mitológicas clásicas. Preciosas para leer, pero insostenibles e ineficaces para vivir de manera real. Sigo creyendo que una u otra elección, sentimental o racional, es el resultado de un bagaje de evolución intelectual. Y habré de respetar a aquellos que no elijan lo mismo que yo, pero en el fondo sé y me digo -como una niña obstinada- que se están perdiendo una visión de la vida más auténtica. Me encantaría tentarlos a comprobarlo y llegar a convencerlos, pero cada uno es cada uno, lo sé bien. Eso sí, de ahora en adelante cuento con un argumento más a mi favor: el corazón también piensa; lo dicen los científicos.








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