LLEGADOS A ESTE PUNTO

By María García Baranda - octubre 03, 2015

Tal vez en el ecuador de la historia, ojalá. Y no sé dónde me llevará la vida, nadie lo sabe, y ahí precisamente reside su encanto, pero del mismo modo sé a qué estados no quiero volver. Y no hace falta ser de mi quinta para desear ciertas cosas. Se pueden tener en mente con veinte o con sesenta. O tal vez haya gente que no lo tenga claro nunca, quién sabe. Pero cuento ya con la suficiente experiencia y claridad mental como para tener cristalinas dos cuestiones: sé lo que quiero e igualmente sé lo que no quiero.

Quiero gente que eleva su cabeza hacia el resto, porque un día dejó de mirarse al ombligo para aprender de ese resto.
Quiero gente generosa en sus gestos, de esa que da sin esperar nada a cambio, pero que también aprecia lo recibido cuando es único, aprende a llenarse el alma con ello y valorando su escasez combate por no perderlo.
Quiero gente firme en sus convicciones, que no se tambalea en su criterio, y que, de hacerlo, comparte esa debilidad sin optar por borrar el dibujo por ello.
Quiero gente sencilla, por dentro y por fuera, que lucha por resolver las complicaciones, porque sabe que precisamente en la sencillez de la vida es en donde reside la felicidad.
Quiero gente empática y comprensiva que acude rauda a preguntarte un sincero: ¿y tú cómo te sientes?, porque no está centrada únicamente en sus sentires y es consciente de que al otro lado hay alguien que también padece.
Quiero gente que sabe que detrás de alguien de apariencia fuerte reside la persona más sensible del mundo, porque un día no le quedó más remedio que enfrentarse a las cosas para no morir en el intento.    
Quiero gente con fe en las personas, que no se siente de vuelta de todo, capaz de dar su mano a ciegas, pedir ayuda llegado el caso y que sigue creyendo que hay personas que se dan sin más.
Quiero gente que sabe reconocer la autenticidad y encadenarse en ella.
Quiero gente que defiende y que no acusa, que se moja y no se esconde por miedo a ser salpicada por las consecuencias de sus actos.
Quiero gente tanto capaz de entonar el mea culpa, sin por ello pensar que sale perdiendo en la historia, como de no dudar de los perdones recibidos.
Quiero gente modesta, abierta a considerar otros puntos de vista sin aferrarse a que su visión de las cosas es la única posible. 

Quiero gentes que no duden de un te quiero o de hacerlo se apoyen en los gestos circundantes. 

Y, sobre todo, quiero vivencias no efímeras, sino tranquilas y estables, perdurables y auténticas, porque eso de vivir algo intensamente para luego perderlo podría servir en la adolescencia, pero ya no va conmigo. No me compensa tocar el cielo, si su precio es el de quemarme en los infiernos luego. Demasiado dolor para un ratito de felicidad por inmensa y auténtica que sea. Porque si lo fue, quiero quedarme a vivir en ella; porque no es un juego ni puedo permitirme ese dispendio; porque cada vez que he de pagar ese precio me cuesta perder una parte de mí no recuperable: un trozo de mi alma. Y supongo además que para el otro también es así, por lo que no quiero suponerle ese coste.


          No quiero otra cosa. Y tú…, ¿qué quieres llegado a este punto?





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