A veces leyéndome o escuchándome charlar con un amigo
pudiera dar la sensación de que las conclusiones que extraigo o los
pensamientos que ofrezco son sentencias inequívocas o inamovibles. Nada más
lejos. Tan solo son un punto de vista que, en ocasiones, he de reconocer, se
anclan a un vértice que creen firme. Pero no por ello resultan infalibles, ni
siquiera para mí misma. Quiero decir con esto que incluso yo suelo ponerlas en
duda habitualmente. ¡Por la cuenta que me trae! Y la razón es sencilla: tiendo a
ser tan analítica que rozo muchas veces la obcecación con la resolución de un
conflicto; y claro…dicha tendencia a la testarudez puede encerrarme en un bucle
que me lleve a contemplar un número de variables insuficientes o hasta
simplistas. Dos más dos no siempre son cuatro y ya se sabe también eso de que
los árboles no siempre nos dejan ver el bosque, ¿no? Pues algo así. Sería
preciso, entonces, distanciarse un poco del asunto y tomar perspectiva general
del cuadro a fin de conseguir una comprensión más profunda del asunto. Creo que
he de tomar nota al respecto.
El hecho de que en un determinado momento las soluciones
que vienen a mi cabeza parezcan meridianas no significa que no haya
razonamientos más útiles para ello y si no me confundo, creo que tal ejercicio
pasaría inevitablemente por una obligada fase de relativización. Voy creyendo
eso de que las horas de estudio no me aseguran un sobresaliente en el tema. De
saber que los tiempos de calma marcan el paso de los acontecimientos. De que cada
uno tiene sus propios aprendizajes adquiridos y siempre es necesario
observarlos atentamente. De que juzgar los hechos bajo un solo prisma se
encuentra abocado al más estrepitoso fracaso. Y de que volverse flexible con lo
ajeno lo convierte a uno en flexible con uno mismo. Entono el mea culpa, sí.
Las horas de análisis sobre un tema no conllevan nuestro acierto sobre el
mismo, por lo que tal vez en una opinión sencilla y menos trabajada puede
encontrarse la clave de todo.
¿Cómo afrontar por tanto un asunto X o Y que requiere
nuestra entrada en acción? Reflexionarlo está bien, naturalmente. Ser un tanto
analítico con él resulta imprescindible, sí. Pero todo en su justa medida.
Porque estoy empezando a pensar que, tras eso, a veces solo nos queda sentarnos
a descansar, permitirnos ir a la deriva y dejar que las cosas vayan tomando su
propio camino, como si llegado un punto la solución tuviese ya que presentarse
sola y de manera natural. Y… ¿dónde hallarla? Pues en una conversación en
apariencia vana, en una charla ingenua con su posterior abrazo espontáneo. De
esos que se traducirían en un: ¡descansé! Me doy cuenta de que tales gestos
pueden traer consigo muchas veces la mayor de las clarividencias. Y es que tras
ellos suele seguir un momento de relajación, un respiro profundo que nos quita
el corsé que nos tenía asfixiados los pensamientos.
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