¡Shhhh! Nada de
disculpas. ¿Sabes acaso por qué las pides o lo que me hirió realmente?
Seguramente no, así que si no van a ser profundamente sentidas, pero
sobre todo comprendidas, interiorizadas y empatizadas, da la vuelta, sigue tu camino,... y desaparece.
Si vas a hacerme soñar contigo mientras duermo, la ley te obliga a hacerme soñar cuando esté despierta. ¡Tenlo en cuenta, porque yo pretendo lo mismo! Si no, no hay trato.
Y es que no lamento en absoluto las muchas veces que invado alguna mente. Pero eso no es nada, lo mejor está aún por llegar. Penitencia lo llaman. Yo lo llamo... (mejor me lo callo).
¿Te atreverías a decir que hay en mí un punto de locura? Seguramente tendrías razón. Enloquecí cuando topé con algo único. Enloquecí cuando se hizo volátil. Enloquecí cuando todo se ensuciaba. Enloquecí cuando no me daban las manos para ofrecer. Enloquecí cuando los hechos no acompañaban las palabras. Enloquecí cuando los actos me volvían niebla. Y volví a enloquecer cuando el vaso derramaba su líquido elemento. ¿Hoy? Hoy estoy locamente cuerda.
Si escribo una novela
con las historias que me monto a veces, gano el Nobel de Literatura,...
¡Fijo!!! (Pero en la contraportada rezaría: basada en hechos reales y
comprobables).
Toda la vida buscando a quien gustar, a quien amar con ida y vuelta, a quien colgar mi felicidad, y no me daba cuenta de que estaba frente a mí cada mañana, cada tarde, cada noche y que podría verla con solo acudir a un espejo.
Juro decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad de esa historia. Juro ser tremendamente justa cuando ajuste las cuentas. Me lo he prometido a mí misma aunque sea la primera vez que hago esa última cosa en mi vida.
Si no te derrites cuando te mire así, ¡lárgate!, aquí no pintas nada.
Cuando notes que te falta el aire es que este está viciado. Ventila. Abre la ventana. Elimina lo que ahoga y sal a pasear al aire libre. Vuela... y no te pongas hora de vuelta.
Y el mejor de los sueños con los que topaste tenía nombre. El mío. Solo que era un sueño tan real que sonaba a vida. Por primera vez. No era una novela, ni una película, ni un cuento. Era vida. Y llegó la mañana...
Nací para ser feliz, no perfecta. Para reír sin parar y llorar poco. Para disfrutar de lo sencillo y minimizar las complicaciones. Para saber huir de los formalismos. Para amar incondicionalmente y volverme loca con esa compañía. Para eso nací. A partir de ahí, yo ya me entiendo.
A veces las
mejores decisiones se toman a ciegas. Al fin y al cabo dicen que en esos
casos el oído se agudiza. Y yo siempre escucho el pálpito que me dan
las personas. Soy de oído fino.
¿Lo
que más valoro? Mi paz interior, esa no está en venta. Mi calma, mi
tranquilidad. Mi no dudar de mí. Mi estar conforme y plena. A estas
alturas de la vida todo aquello que atente contra ello tiene los minutos
contados.
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