Sacarme la sonrisa es cosa fácil.
Cada vez más, pienso. Los gestos más sencillos, las acciones más simples son
las que hoy por hoy sin duda me conmueven. Encuentro que el entorno tantas
veces hostil deja caer con cuentagotas los instantes, las personas y los actos
que podríamos calificar de puros, de auténticos, de viscerales, de corazón...
Son estos pocos, sí, muy pocos. ¡Lástima! Pero algunos quedan, algunos que
simplemente son… sin más lectura que el simple movimiento que sale sin pensar.
Ahí sonrío.
En efecto, sacarme la sonrisa es
cosa fácil. Y en ese momento me descubro a mí misma sonriendo externamente de
manera discreta, pero a pleno sentir internamente. Soy capaz de salir de mí
misma y observar la fotografía para así percatarme de que ese ser en concreto,
ese momento y ese movimiento me han conmovido hasta tocarme el resorte más
íntimo de mi fuerza matriz: el corazón. Y hacerlo sonreír.
Sacarme la sonrisa suele venir pues como
un soplo de sinceridad proveniente de unos labios que se comparten conmigo, que
me hacen partícipe de aquello que guardan de la forma más privada en el
interior de sí mismos. Cuando sentada frente a frente con alguien percibo la
mejor de sus virtudes y de sus fortalezas en su propio sentir, en sus miedos,
en sus generosidades y hasta en sus vulnerabilidades. En ese momento me siento
halagada y gratificada porque al oírlo soy capaz de ver su parte más auténtica
y el regalo de haberme elegido para ello. Me descubro a mí misma escuchándolo y
mirándolo con absoluta ternura, de la de verdad, de la que se siente estando a
escasos centímetros de una persona de carne y hueso, despojada de cualquier ornamento
que disfrace ni un solo milímetro de su ser. Y ahí sonrío. De veras que sonrío.
Sacarme la sonrisa suele venir
también de un espontáneo gesto en el que el otro dejar ver un sentimiento o una
reflexión que acaba de brillarle dentro. Puede ser un hablar sin pensar, aun en
apariencia precipitado. Un abrazo sin más, una caricia pura sin pretextos ni
pretensiones o un beso inocente en la mejilla. De esos gestos que le salen a
uno simplemente por no poder contenerlos en su interior, porque desbordan,
porque se escapan solos cuando la puerta está un poco entreabierta… Y de igual
forma, en la cara opuesta de la espontaneidad, me provoca una plena sonrisa del
alma ese pensamiento bien reflexionado, rico en matices y que me transmite que
al otro lado hay alguien que valora por encima de todo a las personas de
corazón generoso, alguien que sabe que se encuentran por ahí a buen recaudo, que
aun en sus sombras sigue pensando que de vez en cuando la vida le da la
posibilidad de toparse con ellas, alguien que se resiste a no tener ni un
mínimo rayito de esperanza entre tanta tormenta. Alguien así me saca la
sonrisa, sí, simplemente por hacerme sentir que no soy rara avis, pareciéndose
a mí.
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