PREGUNTAS RETÓRICAS O SEÑALES DE ALARMA

By María García Baranda - septiembre 13, 2016

    De obligada repetición es que yo explique en clase a mis alumnos qué es una pregunta retórica. Cuestiones que ya llevan implícitas las consabidas respuestas, interrogantes formulados al aire sin necesidad de que nadie nos revele lo que ya sabemos internamente. Vía de expansión para nuestra ironía en otras ocasiones...

     Sea como sea, nuestro cuerpo está lleno de preguntas retóricas que nos planteamos en espiral. Cada vez que la vida nos sitúa en una experiencia negativa, nuestra.mente y nuestros sentidos comienzan a generar planteamientos y dudas que no lo son tanto y para cuya resolución ya contamos con bastantes pistas. Una y otra vez, una y otra vez,... Espiral inacabable y oscurísimo laberinto que nos mina por dentro. Hasta que un día, de pronto, tenemos el valor de pronunciar en voz alta la respuesta que llevábamos dentro desde el principio. ¿Qué principio? El mismo instante en el que nos planteamos la cuestión. Si esta surgió es porque ya sabíamos que algo no marchaba bien.

   Y son esas endiabladas y benditas preguntas retóricas las que nos desvelan, pero provocan al tiempo que tiremos del hilo para deshacer la madeja en la que estamos metidos. Por lo tanto,... en el momento en el que nuestra cabeza se ilumine con determinadas preguntas sobre el sentido que en nuestra vida tienen determinadas cuestiones, ya tenemos la solución. Voz de alarma e indicio de fallo en el sistema. A partir de ahí nos toca iniciar la marcha para tratar de salir del bucle en el que estamos metidos.

   Y ¿por qué será que estas preguntas casi siempre aparecen en mayor medida en asuntos de emociones y sentimientos? Pregunta retórica esta, también, ya que se debe, evidentemente, a nuestra fragilidad emocional y a lo difícil que nos resulta a veces enfrentar la realidad.

¿Merece la pena este esfuerzo?...
¿Qué lugar ocupo en tu vida?...
¿Me valoras lo suficiente?...
¿Me necesitas?, ¿para qué?...
¿Soy importante para ti?...
¿Me quieres de veras?...
¿Qué soy?, ¿qué somos?...

A estas alturas sé que cuando me pregunto estas cosas es que algo, ¡todo!, hace aguas. Sé que en mí ya tengo las respuestas y que no me gustan. Sé que cuando hay progreso natural esas cuestiones no salen a la palestra, por más que haya que trabajarse la relación o conflictos se originen. Sé que sin esa base bien cimentada mejor será que deje paso a lo siguiente,... Sé antes de preguntar. Pero se pregunta en espera de un milagro. Y... ¿sabéis qué? Que creo que purgado ese dolor inicial, por agudo que sea, el milagro reside precisamente en tener la lucidez para ver esa respuesta, porque aunque no lo parezca aún ese es el inicio para salir a flote.

    Si le tienes que preguntar a alguien qué siente por ti, es que ya sabes que has de marcharte. Bien sabemos que se puede querer a alguien de múltiples maneras y variadas intensidades. Hasta con necesidad y dependencia para cubrir ciertos huecos de uno mismo. Pero si preguntas es porque sabes que en esa persona no hay lo mismo que en ti. Haz el equipaje, eleva tu cabeza y vete sin mirar atrás. Con ese gesto no solo te darás el derecho a no sufrir, sino que liberarás a la otra persona para que viva sin la presión de estar decepcionándote. Vive y deja vivir.








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