Todos cuantos os asomáis cotidianamente a este blog estáis más que acostumbrados a asistir a un despliegue de letras en las que se expresan sin tapujos mis sentimientos. Que no me cuesta, que tengo una facilidad pasmosa para compartir lo que me pasa por dentro y para pensar en letras de imprenta. Pero lo que voy a escribir aquí hoy me supone un esfuerzo mayor que todo eso, me empuja a un ejercicio que, si bien me brota de la forma más natural imaginable, me impone una fuerte dosis de respeto. Porque mis reflexiones de hoy no tratan de mí, ni de seres anónimos, tampoco de mis deducciones observando la sociedad que me rodea. Tratan de la persona con la que comparto mi vida y a quien quiero; de sus cosas, de cuanto le sucede,… y es por eso precisamente que al escribir este texto me debato entre el respeto absoluto que supone la osadía de escribir de alguien más y el deber moral que me invade de forma imparable.
Comenzaré diciendo que el hombre que pasa sus días a mi lado es, por encima de todo, un ser absoluta y completamente entregado a aquellos a quienes quiere. No hay un solo día en el que yo no dé gracias por la inmensa generosidad con la que siente y muestra su amor por mí. No entiende otra manera de amar, ni de volcarse en las personas a quienes quiere, desde los gestos más sencillos hasta los movimientos de mayor enjundia. Y en ello es transparente. Pero es que además este hombre es padre y me consta, me consta con el ciento cincuenta por cien de la certeza, que es su hijo para él lo más importante de este mundo. Todo cuanto conforma su día a día gira al respecto de su bienestar que va infinitamente más allá del que no le vaya a faltar de nada. Se trata de un bienestar emocional, mental, intelectual,… se trata de procurar siempre que su hijo no asista a nada que pueda entristecerlo ni lo más mínimo; que no se forme fomentando miedos, temores, debilidades evitables; que no se vea rodeado de elementos que puedan tergiversar o malograr un sano crecimiento interior; que no sufra carencias afectivas ni sea objeto de una educación precocinada. Más de uno -y él mismo de hecho, estoy segura-, podría decir: “bueno pues lo normal, ¿no?”. Pero creo que está de más que yo explique ahora que lo habitual y lo normal no son en absoluto la misma cosa, que en padres y en madres hay todo una abanico de posibilidades, y que entre criar y educar con sensatez y generosidad hay todo un océano. Este es el punto. Y vuelvo a emplear el mismo sustantivo, “generosidad”, porque afirmo que es esta la que ha impulsado todos y cada uno de los movimientos que no solo le he visto hacer en los últimos tiempos, sino que sé que a ciencia cierta han dirigido sus decisiones a lo largo de su etapa adulta y hacia su gente. No hace falta ser muy lista para darse cuenta, la verdad.
Sus últimos tiempos, digo,… esos que han girado su vida ciento ochenta grados en todas y cada una de las facetas que la componen. Esos que, por carambolas del destino, me han permitido a mí formar parte de ella. A pesar de todo lo anterior. Y gracias a…, a no se sabe qué designios del cosmos. Pero aquí estoy, testigo de primera fila. Y creedme que jamás vi a nadie tan cabal, tan reflexivo, tan sereno, ni tan responsable ante unos acontecimientos de tales dimensiones. Él, tan aparentemente irreverente, tan rápido en observaciones y reacciones, tan acertado en sus deducciones sobre cómo es y cómo se comporta la gente, tan resolutivo y tan… “al pan pan y al vino vino”. Él… poniéndose a sí mismo en ultimísimo lugar por un bien mayor de tan solo siete años de edad. Sin golpes de pecho y sin autodeclararse nunca "padre coraje". Y es que todo a cuanto me refiero le ha dañado en lo más profundo que se puede dañar a una persona, por cuanto supone arrancarle el sentido a lo vivido. Cualquiera levantaría el brazo en gesto de reivindicación y de protesta, cualquiera se volvería loco, patalearía, vocearía,… salvo él. Teniendo los recursos, sabiendo cómo hacerlo, pudiendo poner todos los puntos sobre las íes, y triplicando el ingenio de todos ellos. ¿Se entiende el porqué menciono la generosidad? Porque aun cuando a uno le pudre por dentro lo vivido, tiene claro en todo momento qué es lo esencial y prioritario. Y ese es su caso. Alguien que ha aparcado en un rincón los sentimientos que le pudieran producir el dejar de ser amado, la frustración por los años de vaivenes emocionales, y el que se hayan aburrido o cansado de él; alguien que hubo de encajar cómo en apenas dos semanas y en un arrebato a la desesperada le plantaran su proyecto de vida por irse con quien menos se imaginaría nadie; alguien que a pesar del golpe comprendió que todo el mundo es libre para dejar de amar y querer marcharse; que tendió la mano al diálogo, a apartar rencores y a acordar un punto de encuentro intermedio en pos del bien de quien más importaba en todo esto; y alguien que, como respuesta obtuvo una historia contada al revés al exterior, con verdades a medias, detalles cuidadosamente silenciados e informaciones adulteradas; eso y, junto a la cuchillada repetida que le amenazaba con perder de vista para siempre a quien más quería, una propuesta de conciliación engañosa consistente en ser apartado a un lado para que no moleste en la nueva vida que se pretende vivir. Doble premio para el señorito e inversión de los papeles de agravante y agraviado. Por necesidad de autojustificación innecesaria, por distorsión de la realidad, o por un individual y muy particular entendimiento de lo que es el amor,... a saber.
Desde mi butaca, lugar en que oigo, pienso, observo, siento y padezco, contemplo un panorama claro y cristalino y, mucho lamento que lo que allí veo, frente a él, es un sobresaliente ejercicio de desagradecimiento. No hay nada que me produzca mayor coraje. Eso y la falta de empatía, de la que también hay por toneladas, por cierto. Nunca podré comprender cómo alguien que obtuvo lo mejor de ti sin necesitar pedirlo, que dijo amarte, que te supo a su disposición para todo cuanto fuera preciso y más, que fue puesto en primer lugar del podio, puede olvidarse de todo de un plumazo y conducirse a cuchillo contigo. Jamas he comprendido tal cosa y no hay nada que me mueva a dar mi beneplácito a dicha actitud. Por más que las historias hayan de escucharse siempre desde todos los ángulos y versiones, por más que desde el otro lado se haya podido sentir un crisol de emociones. Tal comportamiento solo me cabe en la cabeza tras formular el diagnóstico de: desagradecimiento, egoísmo profundo, y una perpetua y constante necesidad de velar solo por el propio interés. Capricho del momento acaso. De nuevo lamento, y mucho, que poco o nada me equivoco en esto. Comparto pues, afortunada yo, mis días con alguien con quien se ha ejercido la mayor falta de agradecimiento vital que vi jamás. No lo creeríais. De empatía ya ni hablamos, ¿verdad? Y del daño colateral, que no lo es tanto sino muy primordial, tampoco, ¿verdad? Es lo que tiene jugar a vivir mirando uno únicamente su propio ombligo. Sin saber lo que es amar, comerciando con lo incomerciable, sin saber lo que es la vida, y sin comprender que esto no es una obra de teatro en la que, imbuidos todos en una agonía de vivir decimonónica, representar un drama tras otro para sentirse protagonista. (Suspiro). Desagradecimiento, sí,… personal y emocional en cantidades obscenamente industriales. Pero hay quienes se componen de pastas de muy dudosa calidad. Esto es lo que enfrenta. Y habría de decir que también tocante a otros aspectos de su vida. De esos en los que se estaba tan a gustito mientras él se entregaba sin racaneos. Ya en cuerpo amigo, ya en colega de profesión. Pero ya se sabe que en esas áreas hay gente de ley, de la que gusta conservar, de la que tiene verdadera calidad personal, y gentes que abren los ojillos solo ante la tajada a sacar del plato. Cada uno sabe bien cómo se conduce. C’est la vie! Solo deseo no ser nunca tan desmemoriada, tan egoísta, ni tan mezquina. Y pido afanosamente que algún santo me conserve la memoria.
Así que sí, comparto mis días con alguien que en estos momentos de su vida atraviesa una tormenta tal, manteniéndose en pie y haciendo sin embargo que cada día luzca un sol espléndido para nosotros. Más reluciente aún para su hijo, si cabe. Él, el provocador, el irreverente, el rebelde,…. Pura inteligencia. Puro coraje vital. Pura fuerza para rehacerse. Puros desinterés y desprendimiento. Puro amor.
(No es amor. Es justicia.
La justicia también se hace por escrito.)
La justicia también se hace por escrito.)
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