Si la verborrea es la necesidad y producción compulsiva
de palabras por vía oral, ¿cómo se denomina el torrencial flujo de pensamientos
y su respectiva obsesión por ponerlo por escrito de inmediato?
Siempre había asociado la necesidad de escribir y su
práctica fluida con estados emocionales difíciles, sentimientos de devastación,
momentos de decepción y tormentos varios. Los más delicados y exquisitos poemas
suelen ser los de desamor. Las películas que más se enganchan por dentro son
las que cuentan historias con mal final. Las biografías más apasionantes
corresponden a existencias tormentosas. E incluso aunque todos persigamos la
felicidad en ocasiones nos acurrucamos, con manta y chocolate caliente
incluidos, en nuestro papel de víctimas sufridoras. Somos chic, somos
profundamente inteligentes, somos almas sensibles… ¡Somos imbéciles! El caso es
que, en tales caídas, poner nuestros sentimientos y pensamientos por escrito se
convierte en un efectivo desahogo, eso sí. E incluso si nos esforzamos un
poquito y lo hacemos medianamente bien, será este un pleno ejercicio de
catarsis. Hasta aquí nada nuevo, o al menos desde que los griegos difundieron
tal idea.
Pero como toda tormenta trae tras de sí el más placentero
día de calma, la que aquí escribe acaba de comprender –hace dos días, como
quien dice– que los momentos de satisfacción y plenitud, realización personal y
felicidad traen asimismo consigo lúcidas y positivas reflexiones, dignas de ser
anotadas para uno mismo. Y eso que nos han querido convencer algunos de que la
sonrisa se asocia a la sequía creativa y de que esto se debe a que como ya
expresamos gestual y oralmente tales dichas, el papel llega tarde a tal
cometido. Mentira y grande, ya que dependerá –creo– de la intensidad y grado de
tal afortunado sentir. Si este adquiere dimensiones suficientemente potentes y
reposa sobre la más absoluta serenidad de alma y mente ¡zas!... brotará. La
razón es simple: necesitamos gritarlo a los cuatro vientos para que todos se enteren,
mientras que para enterarnos nosotros mismos y no perderlo de vista necesitamos
ponerlo por escrito. No vaya a ser que se marche a por tabaco y te deje un ¡ahí
te quedas, corazón!
Así que mientras
tanto y ya que soy consciente de que inauguro nueva etapa personal –de lo más
satisfactoria, por cierto–, tomaré apuntes de cada detalle. No será en este
caso para darme por enterada, porque ¡ya lo creo que lo estoy!, sino porque
esto se merece ser perpetuado.
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