El destino: ανανκη (ananké), el fátum,
el hado, el sino… ese fin inevitable que cada ser humano tiene marcado en su
existencia. ¿Creer en él?
Cuántas
veces nos habremos hecho esa pregunta y cuántas otras habremos variado nuestra
respuesta, diciéndonos bien que nuestra vida ya está escrita en el cosmos, bien
que somos nosotros mismos quienes la dibujamos con cada una de nuestras
elecciones y decisiones. Yo misma he dudado a cada paso, convenciéndome de una
u otra opción a mi conveniencia.
El caso es que esta mañana me he despertado con una
fortísima idea que se me ha presentado entre sueños, como si de una poderosa
revelación se tratase –y es que la que aquí habla recibe, con particular
clarividencia, sus mejores pensamientos directamente procedentes de su mundo
onírico–: ambas tendencias sobre el destino marcado, supuestamente opuestas, no
tendrían que ser en absoluto excluyentes. Me explico.
A
lo largo de la historia, filósofos, teólogos de todo signo y artistas
literarios han abordado el asunto, llegando a la conclusión de que hay una
fuerza sobrenatural que nos mueve hasta un punto inevitable ya predestinado
para nosotros desde que nacemos. No habrá forma, por tanto, de alejarnos de él
y cada uno de nuestros actos será tan solo un peldaño que nos conduzca a esa
puerta final. No me negarán que tal creencia es cuanto menos romántica.
Particularmente hay algo en mí –mi enorme porcentaje emocional sobre el
racional, tal vez– que me impulsa a decantarme por tal idea.
Por otro lado, los espíritus más racionales y científicos
–y fíjense que no me resisto a denominarlos "espíritus"– se
alejan diametralmente de tal punto, aduciendo que es cada individuo quien se
forja su propio final con cada pincelada que le da a su existencia.
No
necesariamente excluyentes, dije. Quiero creer hoy que efectivamente desde el
mismo momento en el que somos gestados tenemos diseñado un destino final del
que no hay forma, al menos humana, de huir. Si descartamos que nuestras
decisiones son tomadas y movidas por el libre albedrío, eso conlleva
indiscutiblemente a considerar que lo que lo provoca es algo mucho más poderoso
que nosotros mismos, despojado de todo componente humano. Y es ahí donde
tenemos que rendirnos a la idea de la predestinación. Ahora bien, nosotros, tan
orgullosos de esas capacidades intelectuales que nos diferencian del mundo
animal, ¿no tenemos ningún poder de decisión sobre nuestras propias vidas?
Naturalmente que sí, porque desde ese momento en el que comenzamos a ser, vamos
eligiendo caminos y opciones, variándolas, descartándolas, retomándolas… Pero
no nos engañemos porque, al fin y al cabo, cada electo sendero nos lleva a ese
punto final. Elemento que despegó de nuestras entrañas y quedó suspendido en el
cosmos, impregnado de una sustancia imantada a la que nos dirigimos
irremediablemente. No importan los rodeos que demos. No importan los retrasos
ni los tropiezos. Al final, la magnética fuerza del destino nos llevará a él
sin poder evitarlo.
Así que la próxima vez en que acudan con recurrencia
hacia una acción, hacia un lugar, hacia una persona, incluso cuando hayan
tratado de evitarlos, no se desgasten, porque todo ello ha sido escogido para
usted por ese poderoso, mágico y atrayente destino.
(Aquello
que se me cruza en el camino estaba dibujado para mí, aun sin saberlo; del
mismo modo, yo estaba escrita en el destino de alguien más. Y estoy tan segura
de ello como de lo que siento a cada paso).
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