Hoy me he dado cuenta de que hace casi cuatro años que no
llevo reloj. Soy una total adicta a cualquier tipo de complemento femenino y me
resulta absolutamente imposible salir a la calle sin un gran anillo, un collar
vistoso o un brazalete perfectamente coordinado. Es un vicio que conservo desde
mi más temprana edad, cuando al escoger el vestido de cada día me lanzaba
literalmente a mis cajones, que celosamente guardaban una amplísima gama
cromática de pulseras, horquillas y lazos, entre los que seleccionaba
cuidadosamente a mis elegidos. Coquetería tal vez, pero siempre me ha gustado
pensar que en ello hay un toque de delicadeza, de amor por las cosas bellas o
de vena estético-artística. El caso es que de alguien que cuida de esos
pequeños detalles habría de esperarse que vistiese un bonito reloj de pulsera,
aún más en los velocísimos días que afrontamos.
Sin embargo, como decía, hace años
que mi muñeca izquierda pasea desnuda de marcas temporales. Aún conservo la
imagen del último día: llegaba a casa a la hora de comer después de una jornada
de clases y mientras me disponía a desvestirme mi reloj cayó al suelo. Se había
partido uno de los enganches de su pulsera. Lo miré tendido en la alfombra, me
quedé quieta y sin inmutarme lo recogí y pensé: “cuando tenga tiempo ya lo
llevaré a arreglar”. Curioso, muy curioso: … “cuando tenga tiempo…, tiempo”.
Jamás lo llevé a reparar y nunca más volví a usarlo. Ni ese, ni ningún otro.
En mis actividades diarias tengo siempre el
rabillo del ojo observando las horas, los minutos, los segundos… ¡qué remedio!,
pero no hay señal visible de ello en mi cuerpo. Hasta hace poco no había
reparado en ese inconsciente gesto, pero si lo pienso bien me doy cuenta de que
ese hábito, o más bien la falta de él, lo adquirí al cumplir mis treinta y
cuatro. ¿Negación ante el paso del tiempo? No creo que se trate de eso, pues me
siento bastante cómoda con cada año cumplido. Aunque también es cierto que me
voy haciendo mayor y quizá esos pequeños actos de rebeldía no sean tan
inconscientes, sino que sean avisos de la mente de que es bueno despegarse de
vez en cuando de los arquetipos esperados para cada edad. Se establece que en
las distintas fases de nuestra vida hayamos marcado un tic a los retos
conseguidos y la mayor parte de ellos son hitos marcados por los
convencionalismos sociales: casarse, tener hijos, comprarse una casa…. Pero ¿y
si cuando se supone que debemos haber alcanzado dichas metas, el ciclo termina
para comenzar otro radicalmente distinto? Eso pasa, una y otra vez…y la imagen
de mi reloj de pulsera sobre el suelo de mi dormitorio simbolizó y coincidió
con una etapa vital de renovación. A partir de ese momento me despojé de una
seria de vendas opresoras y empezando casi de cero hice las paces con algunas
facetas de mi vida que tenía olvidadas. Abandonándome a la idea del tiempo y en
absoluta libertad fui eligiendo las pasiones en las que quería quedarme a
vivir. Desde entonces formamos un matrimonio perfecto, ellas y yo, sin papeles
y alejadas de estúpidos estereotipos.
(Al
fin y al cabo, "hasta un reloj parado da la hora exacta dos veces al día").
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