MANÍA N° 1
Hace tiempo que decidí no pedirle a la gente que haga o diga. Lo hacía frecuentemente de manera inocente, pensando que tal vez no se darían cuenta de esto y de lo otro, y que mi petición facilitaría las cosas. Hasta que aprendí que hay determinadas cosas que no se piden. Me limito, lo que no es poco, a hacerles llegar lo que pienso y siento sobre un asunto, como lo resuelvo yo y lo que me gustaría que pasase. Es menos invasivo, eso está claro. Trato con ello de revalorar el respeto que les tengo, a ellos, a su vidas, a sus porqués. Pero hasta ahí. Si de mis labios sale que quiero que actúen de una manera determinada, desvirtuaría con ello sus decisiones. Por no hablar de que sentiría que estoy tratando de arrimar el ascua a mi sardina a fin de conseguir lo que quiero. Por tanto, lo mire por donde lo mire, no me sirve. El que tenga algo que decir o que hacer respecto a mí, que lo haga libremente. Como yo voy a hacerlo, desde luego. Eso por descontado.
MANÍA N° 2
Tampoco me gusta recibir confidencias de boca de ciertas personas, si se lo van a contar a todo el mundo. Me refiero, claro, a personas especiales que comparten conmigo un acontecimiento importante de su vida, una parcela íntima o un sentimiento de gran tamaño. Las recibo como un regalo especial y me siento agradecida porque me las hagan llegar, pero si va a ser mercancía de libre circulación y sin criba, mejor guárdatela. Naaaa…, no quiero saberlo. Y es que si no vas a establecer complicidad conmigo, no lo hagas.
MANÍA N° 3
Para lo importante no pongo plazos, no diseño un programa rígido, ni pienso en fechas inamovibles. No trato de calcular cuánto puede llevarme tomar una decisión concreta o desarrollar un proceso interno. Porque ciertamente no lo sé. Ni creo que nadie pueda saberlo. Dependerá de muchos factores, y no todos serán internos ni dependerán exclusivamente de mí. No obstante, lo que si me fijo es una meta, un objetivo inevitable que habré de llevar a cabo. Tal vez no me asfixio con el cuándo, dónde, cómo, o el a partir de aquí esto o lo otro, pero algo sí es seguro: si sé que he de llevar una acción a cabo, la marco. Y la llevo. Sin calendarios de papel mojado.
MANÍA N° 4
Si te he enseñado quién soy, cómo soy, lo que soy; si te he demostrado qué siento, cómo siento, lo que siento; si te he hecho partícipe de qué pienso, por qué lo pienso; si has visto todo eso, no me pongas en duda a la primera de cambio, ni me montes el pollo acusándome de ser mi opuesto, después del proceso de apertura que he llevado a cabo. Que ni es gratis, ni es indoloro, ni no trae consecuencias. El acusarme, quiero decir. Me hiela los huesos de tal forma, que hacer que entre en calor se me antojará difícil, más allá de orgullos y cabezonerías.
MANÍA N°5
Aplico -casi lo consigo-, la máxima de: "los de fuera dan tabaco". Casi, casi la tengo desarrollada en la práctica, estoy cerquita. Pero ante la pregunta indiscreta, la aventura del que se te ofrece a opinar sobre el motivo de que seas, vivas, hagas, digas,... y la pregunta flamenca de por qué haces esto o lo otro, no habiéndole nadie dado vela en el entierro, o incluso no habiéndose muerto nadie, calco un: "me gusta hacerlo". Es incontestable. Además de cierto. Antes me desgastaba en explicaciones en un esfuerzo imprescindible por hacerme entender o provocar el que empatizaran conmigo. Pero no, ya no más. Lo que hago lo hago porque simplemente "me gusta". Y ya.
MANÍA N° 6
Seguir depurando y readaptando todo lo anterior. Y más. Porque con los años las prioridades cambian, los estereotipos caen, los juicios se desvanecen y la vida que te planteas para ti sabes muy bien de qué color es y lo que contiene.
Tener manías no siempre es malo. Es más, pueden ser un indicio inequívoco de mejora. A mí me gusta la gente con manías de estos tipos. Me dice que esa persona tiene sangre y se mueve por dentro. Y eso me engancha. Y tú, ¿tienes manías?
(Continuará. Tal vez. Es posible. Veremos)
0 comentarios