Acabo de firmar un pacto propio e individual, un pacto privativo, conmigo misma. Irrompible, férreo y blindado. Ahora que estoy preparada, ahora que estoy lista y en su necesidad se desata un soplo de aire fresco.
Escribo las ideas que vienen a mi mente, casi siempre en grupo, mezcladas entre sí y no obstante en riguroso orden. Orden caótico y caos perfectamente ordenado.
Anoto sensaciones que queman y pálpitos punzantes que me provocan de pronto un aumento del ritmo cardiaco, como si llamando a mi puerta me adviertieran de aquello inadvertido.
Y especialmente doy cuenta de cada brote de intuición que hasta mí llega como un torrente. Dándole vuelta a todo, obligándome así a reconstruir lo que creí veraz. Y siempre acierta. Y descubre. Y atina. Y por ello lo escucho.
Y hoy como siempre repetí el acto. Hace un rato ya releía lo que momentos antes ponía por escrito. Y entre todo capté, rescaté de entre todo más bien, algo que aunque presente no tuve muy en cuenta. Algo que a mí me debo. Y que habré de mirar con más detenimiento.
Me detuve un instante y retomé palabra por palabra y por primera vez encontré su sentido. Y juro por lo más íntimo y puro que poseo que no habré de revelarlo. Ni confesarlo. Ni compartirlo. Que para mí lo guardo.
Que es un pacto conmigo que habrá de mantenerse desde hoy día, para jamás romperse, para no traicionarlo, porque en su protección y en su fiel cumplimiento he hallado esta noche y sin duda hallaré el sentido de mí misma.
CUM MECUM
MEIPSA
CUM MECUM
MEIPSA
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