El porqué de todo esto
¿Hacemos
por alcanzar los sueños de nuestra vida?, ¿tiramos la toalla?, ¿nos conformamos
con sucedáneos?, ¿los confundimos?, ¿nos apagamos con lo mediocre?, ¿nos obcecamos?
Preguntas todas ellas al cabo de cualquiera, especialmente de cualquiera con
algunas décadas cumplidas y asuntos de los que se ocupa la terapia moderna y en
los que entran métodos y actividades del pelo del coaching, brainstorming, approaching,
role-playing,… y todo aquello que termine en –ing. La psicología, el
entrenamiento de la mente, la educación emocional parecen ser sajones a juzgar
por la cantidad de términos en ese idioma que se han puesto tan de moda.
Extranjerismos en absoluto necesarios aunque se refieran a asuntos ineludibles,
al menos para todo aquel que quiera crecer sano y feliz. Aparentemente conceptos
y métodos innovadores, recién salidos del horno allende los mares, pero tan
antiguos como la filosofía griega y tan poco sajones como Freud. No obstante
inundan librerías, páginas de internet, revistas y artículos de los que, a
pesar de mi contraria postura filológica en cuanto a su nomenclatura, soy absolutamente
adicta y voraz lectora. Y como tal, esta mañana di con un artículo, un video,
una página de internet, un libro y su proyecto que me cautivaron. Así, en ese
orden y formando todo un entramado que desconocía a pesar de contar con casi
cuatro años de edad. Comparto el video
en la página de mi red social de cabecera, comienzo a rascar aquí y allá, me
quedo absorta con el tema un buen rato y… procedo
En
2012 Matti Hemmi, consultor –o coacher en ultramar–, de esos que te ponen
firmes mente y emociones, publica el libro ¿Te
atreves a soñar?, ese al que me refería más arriba y he descubierto hoy. En
él desarrolla y ofrece su método TAAS, fórmula de trabajo (mental y emocional) mediante la
que el individuo se esfuerza por superar sus propios frenos y miedos en la
consecución de sus proyectos y sueños. Indiscutiblemente, con o sin nombres,
identificándolo o no, a lo largo de los tiempos se han trabajado el pensamiento
y la gestión de las emociones. Y digo “se han”, así, sin especificar los sujetos
pacientes, porque hay quienes ni se plantean quitarse la cinta que les oprime
la frente. ¡Oye, cuestión de opciones! Pero para todos aquellos interesados, es
este un método muy pautado y fácil de seguir –en el que prometo profundizar-
por medio del cual podemos obtener la llave para identificar cuestiones básicas
de nuestro desarrollo mental y emocional: qué proyectos tenemos, en cuáles nos
frenamos, cuáles hemos desechado, cuáles son nuestros miedos, qué nivel de
autoconfianza tenemos, si vivimos asentados en una comodidad en la que nos
atascamos, si seguimos soñando con lo que queremos o hemos perdido el don, y…
si vamos a por aquello que nos falta. La cuestión es que leyendo sobre ello he
comenzado a trasladarlo a casos prácticos que yo misma atravieso, he tratado de
dar un par de pinceladas a la cuestión aplicándome el cuento, para seguir después
pensando en otros ejemplos que me rodean y reflexionar sobre el porqué nos
atascamos y nos vemos metidos en bucles que nos someten a una versión gris de
nosotros mismos, en el mejor de los casos, o a una total infelicidad, en gran
parte de ellos.
La carrera hacia nuestros sueños
Para
poder ofrecer hoy aquí mis reflexiones he de sintetizar, cosa nada fácil, lo
aprendido. No obstante recomiendo encarecidamente olisquear en el libro y por
la red, además de en los recursos que incluiré al final de este artículo.
Merecen la pena para comprenderlo mejor. Sea como sea, tanto para quienes se
asomen a ello, como para los que no diré que centro de la cuestión trata de lo
siguiente:
La
mayoría de nosotros vivimos nuestra cotidianidad alojados en lo que se llama
una zona de confort, un área en la que se encuentra lo conocido y por tanto lo
cómodo, sin que esté esto alejado de ser negativo en nuestras vidas, pero lo
tenemos más o menos controlado. Fuera de esta zona se encuentra nuestra zona de
aprendizaje, que consiste en observar nuevas formas de vida, experimentar lo
novedoso, aprender y comparar con lo llevado a cabo hasta el momento. Sin
embargo, a pesar de la existencia de esa zona mágica, área de crecimiento y de
retos, no todos se atreven a ir hacia ella. Prefieren continuar con la vida que
tienen, por más mejorable que sea o más infelices que les haga, anulados por un
absoluto pánico. Miedo no ya a lo nuevo, sino a dejar de vivir como conocían y
dejar de ser quienes son. Piensan además que una vez abandonada la zona de
confort, no podrán volver a ella. Sin embargo, salir de sus fronteras para
adentrarse en la zona de aprendizaje supone nuestro desarrollo y con ello la
ampliación de nuestra zona de confort. Nos familiarizaremos con ella, se hará
cotidiana y habremos avanzado. ¿Qué puede impedirnos, pues, ese crecimiento?
Pues el freno que la tensión creativa que nos lleva a ello, sufre por parte de
nuestra tensión emocional: miedo a fracasar (de nuevo), miedo a equivocarnos,
miedo a no haber calibrado bien los acontecimientos, miedo a las críticas y al
ridículo, miedo a sufrir… Y la
cuestión reside ahí en dos pasos: identificar esos miedos y aprender a
enfrentarse a ellos. Casi nada, ¿no? Bueno, según se mire, porque dependerá de
cuánto queramos conseguir nuestro propósito, nuestro sueño; dependerá de
nuestra motivación. Desde luego que la autoestima juega ahí un papel
fundamental y que creer en que podemos vencerlos y seguir adelante es la base
de todo ello, porque es la única posibilidad que tenemos de decidir por nosotros
mismos cómo ha de ser nuestra vida. De
nosotros depende, porque si no, serán los demás los que tengan en sus manos
dicho poder de decisión. Nuestra autoestima quedará debilitada, los miedos se
nutrirán y… otra vez al bucle. ¿Qué hacemos, entonces? Una comparativa entre
nuestro punto de partida y nuestro sueño. Casi seguro que se nos hará un mundo,
dificilísimo de conseguir, pero justo ahí es el momento de plantearnos lo
siguiente: ¿quiénes éramos antes de anclarnos a nuestra zona de confort?, ¿qué
necesitamos y qué queremos lograr?, ¿para qué?, ¿por qué?, ¿cómo? Ese será el
aprendizaje, mirar hacia nuestra visión personal y con paciencia y tesón ir
hacia nuestro sueño. Por más inseguros que nos sintamos, porque evidentemente
es un camino antes no recorrido, pero sin olvidar que llevamos con nosotros
algo, un valor rescatado de nuestra zona de confort: lo ya aprendido, aquellos
recursos que ya tenemos y nos son útiles.
El sueño del amor (el más difícil de
todos)
Esa
es la tesis planteada y esa es la que me ha hecho rascarme el coco pensando en lo
factible de su aplicación a las distintas facetas de nuestra vida. Sé
positivamente que no todos sienten que se comen el mundo en el terreno
profesional. Podríamos decir que es una minoría la que tiene la suerte de
desarrollarse en aquello que más lo alimenta, pero creo también que es más
sencillo para cada uno de nosotros aplicar una tesis como la que hoy nos ocupa
en un ámbito de dichas características, si lo comparamos con nuestro mundo
emocional. Ayer precisamente escribía sobre la enorme creatividad, valentía y
arrojo que se tiene muchas veces en el mundo exterior, en el trabajo, en la
formación intelectual,… y lo mucho que cuesta actuar en el lado más íntimo de
nosotros mismos: nuestras emociones. Pues es aquí donde he llegado hoy de nuevo
desde esta otra consideración, y es a eso precisamente a lo que me refiero.
Pensando, pensando, identificaba las causas y los porqués, así como supuestas
medidas a tomar, toda vez que todo lo anterior llegó hoy a mi mente. ¿Cuántos
de nosotros vivimos una vida personal que no nos satisface o que no nos llena?,
¿a cuántos nos falta amor, familia, amigos,…?, ¿cuántos daríamos los dos ojos
de la cara por una mayor plenitud al respecto?, ¿por mejorar?, ¿por librarnos
del dolor y de los lastres?, ¿por ser libres para sentir?, ¿por superar las
heridas y los fracasos? Si saliera a la calle hacer una encuesta, seguramente
me sorprendería. Sin ser negativa, puesto que a pesar de los socavones, siempre
hay rayitos de luz en la vida de cualquiera, seguro que hay quien me lee que se
encuentra en una situación similar o que bien la ha atravesado en el pasado. La
negra duda de cuándo voy a respirar de nuevo y de cuándo voy a volver a ser
feliz –no entro ahora en la relatividad, lo puntual y/o temporalidad del
concepto-, ronda como un buitre sobre la correspondiente cabeza. No habría
terapias si las respuestas acudiesen a nuestras cabezas de manera rauda y
veloz. Pues bien, ¿por qué diantres nos cuesta tanto aplicar ese método a temas
de esta pasta? Sencillo: por la proporción de componente emocional que los
forma. Hagamos un análisis práctico a ver si nos ayuda:
Supongamos
que tenemos un deseo imperioso, necesario y fortísimo de felicidad amorosa.
Necesitamos como el agua el amor, sentirnos plenos, felices al fin… etc. Puede
deberse esa carencia a estar inmersos en una relación fracasada hace tiempo y
tóxica en exceso. ¿Por qué seguimos en ella? Obvio: controlamos todo lo que a
ella compete, incluso la desconfianza, la frustración, el enfado, la mentira,
la decepción. Todas ellas son emociones negativas, efectos que deberían ser
índices inequívocos que nos impulsasen a salir de ella. Pero eso de lo “malo
conocido” juega aquí un papel fundamental. Estamos hechos a esas emociones,
cual adictos. Es un terreno familiar y controlado y al menos, cada mañana al
despertar, sabemos cómo enfrentarlo. Puede darse el caso, asimismo, de un
fracaso amoroso no superado. Estamos en las mismas. Enganche a aquello que
falló y la pregunta constante del porqué, del qué pasó, de si todo podría ser reversible,
recuperable y distinto; la idea de que algo o alguien vuelvan para cambiarlo y
retroceder al momento previo al del deterioro; ambas son constantes. Un bucle (auto)destructivo,
profundo y enraizado en lo ya conocido. Ahí sabemos qué sentir, cómo sentir y
cómo somos. O cómo éramos. Conocíamos toda esa vida, ¿por qué nos la quitan? Sea
cual sea el caso, naturalmente todos nos planteamos el fuerte deseo de salir
del dolor. Todos queremos lograr esa ansiada felicidad. ¿Por qué no la
logramos? Hemos vivido tanto tiempo entre esas sensaciones que ya no sabemos
qué aspecto tiene lo que deseamos. No estaría mal retrotraernos a nuestra etapa
anterior, recordar quiénes éramos y compararlo con quiénes somos ahora. A
partir de ahí, definir qué tipo de vida queremos llevar a cabo y qué
ingredientes ha de tener ¿qué tipo de vida amorosa queremos llevar?, ¿qué tipo
de pareja queremos ser?, ¿qué tipo de compañero queremos a nuestro lado?, ¿qué
queremos que nos dé y qué queremos ofrecer? Casi con toda seguridad diría que hay a partir
de ese punto una serie de características de nosotros mismos desconocemos.
Aspectos íntimos recién identificados, totalmente nuevos, que en parte tememos.
Por si fallamos a esa otra persona, por si tropezamos otra vez, por si no lo
hacemos bien o no somos capaces de desarrollar esa nueva versión que de momento
está solo en nuestra cabeza, por si volvemos a sufrir, por si no nos
reconocemos en el espejo,... Miedos. Ahí hay que elegir: ¿nos quedamos en la
zona de confort o saltamos al aprendizaje? En la primera van a decidir por
nosotros. Sabemos bien cómo se vive ahí, cuáles son esas emociones negativas.
En la segunda, no tenemos idea de qué pasará. Tal vez nos quedemos solos de por
vida, pero liberados, sin cargas pesadas ni venenos para el corazón. O tal vez
demos con la horma de nuestro zapato y podamos desarrollar esa nueva versión de
nosotros mismos. O quizás sea una etapa más, que nos lleve a otra posterior.
Eso ninguno lo sabemos. Pero hay que moverse, eso está claro. ¿Cómo? Con las
preguntas: ¿qué vida y qué amor quiero conseguir?, ¿para qué?, ¿por qué? Y
partir de ahí localizar el punto de acción y no perder de vista el objetivo.
Conclusión
¡Huye
de la zona de confort! Palabrita que te estallará en la cara y que cuanto más
tiempo pase, más graves serán las heridas. Sea cual sea el ámbito de acción:
una vida vacía, el desamor, un trabajo que nos mina nuestra esencia, amistades
tóxicas,… lo que sea. Sal de ahí, mírate al espejo y cree en ti.
Ayer
eras distinto a lo que eres hoy, ¿verdad? ¿No es de lógica, entonces, que
mañana seas diferente a tu yo de hoy? Pues eso. Ahí lo dejo.
[P.D.: Pensamiento en voz alta… Escribir cada vez me resulta más nutriente.
Creo que se acerca el momento de entrar en nuevas fases. ¿Temores? No
exactamente. No quiero ser de esas “que tienen miedo de ir al partido”.]
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