No creo que se trate de ningún sortilegio, ni de un asunto esotérico extraño, pero sí he de decir que un halo de magia existe entre dos personas cuando brota el don de leerse la mente, de comprenderse hasta en lo no expresado e interpretarse las miradas. De saber cómo se siente el otro incluso desde lejos, de notarse en el aire en la distancia. De intuirse en silencio. Porque cuando entre dos seres se cuece a fuego lento un vínculo tal y como para mostrarse las entrañas, esa unión resulta la mayor fuente de amor posible.
No hay para mí un amor más grande que el de ver el interior de una persona en su totalidad, en lo más alto y en lo más profundo, brillante y herido, acertado y equívoco, percibir con meridiana claridad quién es, y quererlo tal cual es. No concibo una entrega mayor que esa de compartirse así. Y sí, señores, sí; hay algo de magia en ello, porque nunca sucede. Porque alimenta la ternura, porque da de beber sentimientos raíz, de los que no se adulteran ni son prefabricados, porque nos permite ser nosotros mismos y sentirnos a salvo en todo momento, mientras que cada paso que damos se ejecuta con el pensamiento de cuidar al otro. Sin miedo. Sin riesgo.
Cuando dos seres se comunican de ese modo conectan sus mentes, sus cuerpos, sus sentidos, sus emociones y sus sentimientos. Se ponen a prueba, se retan, fomentan su mejora personal, se ayudan a vencer sus miedos en lugar de generarlos, a conocerse realmente por dentro y a ganar en seguridad. Y si esto sucede es su corazón lo que están conectando y cubriéndolo con una manta de absoluto entendimiento. Cuando dos seres se comunican de este modo, se necesitan y velan por el bienestar mutuo, sin más pretensión ni competiciones, sin guerras por ganar, es grandioso y no creo que muchos tengan la suerte de vivirlo, por desgracia. Cuando eso ocurre, para mí eso tiene un nombre: Amor. Y no es el de las películas, ni el de las novelas románticas,... es más, mucho más que eso. Es Amor basado en la lealtad más humana y eso, hoy por hoy, es un asunto de magia.
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