"Yo
sí", contestó ella. "Y yo creo que bastante", dije yo. "O
lo intento, cada vez más, pero no es fácil". Sentirse libres,...
Hablábamos
ambas de las ataduras invisibles que nos inmovilizan. Salió otra vez a la
palestra. Las dos hemos experimentado cuerdas transparentes y casi
imperceptibles alrededor de nuestros cuellos, manos y pies durante muchos años.
Fuimos absolutamente inconscientes de ello hasta una edad muy, muy avanzada. Y
yo podría asegurar que hasta hace cuatro días, como quien dice, no me di cuenta
de ciertos sometimientos autoimpuestos, respecto a los que reconozco aún me
queda trabajo por hacer. "Es una verdadera pena", decíamos,
"observar como hombres y mujeres hechos y derechos pretenden complacer a
propios y extraños, cumplir con todos y con todo, a costa de ellos mismos. Y ni
lo saben. No lo saben porque tienen dichos cumplimientos asumidos como propios.
Ataduras
invisibles decíamos y explicaré a qué nos referimos. Todos tenemos
responsabilidades, eso está claro. Trabajo, familia, personas que dependen de
nosotros del modo que sea. Pero no son esa clase de amarres los preocupantes.
Esos forman parte de nosotros mismos y son connaturales a la madurez del ser
humano y a su vida en sociedad. Los graves son los lastres que nos impiden ser
libres y que nacen de lo más profundo de nosotros mismos y de un alto sentido de
complacencia con el exterior, apareciendo además sin que tengamos la más mínima
idea de ello.
Desde
que somos pequeños nacemos en un círculo con ideas y carácter muy concretos y
particularmente delimitados: nuestro seno familiar. Este se sitúa en un ámbito
geográfico, nuestro pueblo o ciudad, ubicado en una zona concreta del país,
continente,… cultura. Podría seguir hablando de entornos que nos influyen en
las decisiones, pero lo importante es que desde que empezamos a crecer
comenzamos a sufrir presiones para no decepcionar. Corrijo: para no
decepcionarnos a nosotros mismos, porque llega un momento en el que olvidamos
para quién ha de ser el cumplimiento y es a nosotros a quienes no queremos
fallar. Generamos una idea preconcebida y bien matizada de quiénes somos, lo
que somos, cómo somos, cómo hemos de ejercer nuestra profesión, qué cualidades
hemos de poseer, qué facetas hemos de desarrollar,…etc. Hijos perfectos, nietos
perfectos, hermanos perfectos, esposos perfectos, padres perfectos,
profesionales perfectos, amigos perfectos, vecinos perfectos, colegas
perfectos,… miembros perfectos de una sociedad imperfecta, pero con la cara
lavada. ¿Te has hecho la pregunta de quién ha establecido esos parámetros?,
¿quién ha fijado los comportamientos y elecciones que te definen como triunfador
o fracasado en el intento? Te hago esta pregunta porque estoy casi convencida
de que tú no fuiste, sino que era algo que se olía alrededor y tú asumiste como
propio. Suele ser así en la mayor parte de las ocasiones.
Hacemos
lo que se espera de nosotros. O mejor dicho, hacemos las cosas como se espera
que las hagamos. Quedémonos con esta idea porque aquí está el quid de
la cuestión. Es muy posible que haya casos en los que no se elija libremente,
cierto. A veces el individuo se da cuenta y cambia de plan a tiempo. En otros
la persona es suficientemente valiente para elegir por sí mismo qué tipo de
vida quiere llevar y qué es lo que le hace feliz. ¡Ole por él! Pero aún hay una
amenaza a la vista: las formas, los modos… Eso sí que resulta imperceptible para
nuestro cerebro en muchas ocasiones y eso sí que genera ataduras oscuras porque
ahí es donde dejamos de ser libres. Desde niños iniciamos el sueño en el que
van apareciendo las imágenes de lo que nos gustaría lograr. Si somos decididos,
iremos a por esos objetivos, pero… ¿de qué manera?, ¿a cualquier precio?
Fórmulas hay muchas, modelos… ¡variadísimos! Y la elección habría de ser
absolutamente libre. En muchos casos somos, no ya "lo que" los padres pretenden
para sus hijos, sino que somos "como" ellos esperan que seamos. Vamos a por las
cosas pisando sobre las baldosas que se pretenden son las adecuadas. Y con la
fuerza de la costumbre nos convencemos de la que la elección es propia. Ahí, al
borrar de la memoria el concepto de que, en parte, es la vida de otros la que
estamos tratando de vivir, entramos en un área de riesgo porque nos convertimos
en víctimas de nuestra propia autoexigencia. Inflexibles. Atrapados. Reos
perpetuos. Si algo se nos tambalea es
culpa nuestra y automáticamente sentimos una sensación de fracaso y una
desolación tales que nos hunden en el fango. “Nos hemos quedado sin…” y estamos
profundamente abatidos. ¿Y?, ¿de verdad que es tan grave? Pues,… ¡y nada!,
porque aquí es cuando doy al botón de la pausa y empiezo a hacerme preguntas a
mí misma en cuya respuesta sé que se haya la solución de todo.
Comienzo
por la pregunta básica, la que da título a todo esto: ¿te sientes libre?
Francamente he de decir que en gran manera, pero no del todo. Es muy reciente
la conciencia que he adquirido al respecto. La edad o el cómo han ido viniendo
las cosas me han hecho ver que en fórmulas distintas a las que pensé, también
puedo hallar mi verdadera vida. Por eso no tengo que renunciar a lo que quería.
Siguen siendo las mismas cosas, pero quizás tengan un aspecto diferente al que
pensé o a lo que pensaron para mí, una imagen distinta de lo que veía alrededor
o incluso de lo que identifiqué como tal. Preguntas básicas, fundamentales de
la vida adulta y en cuya respuesta se halla esa libertad.
¿Fui
libre para escoger cómo ganarme la vida, mi profesión?, ¿para elegir dónde y
cómo desempeñarla? ¿Fui libre para elegir si quería vivir en pareja?,
¿casarme?, ¿tener hijos? ¿Fui libre para escoger el tipo de vida que vivir en
familia, aficiones, educación…? Si nuestra personalidad está mínimamente
marcada seguramente hemos llegado a hacer las elecciones que acabo de mencionar
de una manera relativamente libre. Esas sí. Pero hay más,… los modos de llegar
a ellas que decía antes. Quizás ni nos los preguntamos. No hizo falta. Éramos
jóvenes y todo rodaba. Pero llega un día, algo cambia y… ¡zas!, ¡ahí están! Y
comienzo a preguntarme. Y a ti, lector. ¿Elegí tener pareja y formar familia
porque me hacía feliz o hubo además un componente junto a ello de viajar hacia
donde se esperaba -y yo mismo esperaba- que viajara?; ¿era esa la puerta de
entrada a la vida adulta con la que tanto soñaba y por eso me lancé a ella como
si de un vagón en marcha se tratara?; ¿elegí
a mi compañero de vida por razones puras, porque realmente se
complementaba conmigo de manera profunda o porque era el ingrediente presente,
el que estaba ahí desde siempre compartiendo sentimiento y con quien se suponía
que obtendría ese plan de vida?; ¿corresponde mi cuadro de pareja, de familia,
a lo que imaginé que encaja bien a mi alrededor sin discordancias?; ¿pensé
alguna vez en una idea de pareja y familia distintas o ni siquiera se me pasó
por la mente el que algo así, de otro color, fuese para mí? Y lo más
importante: ¿soy el tipo de persona que imaginé que era o respondo a la idea de
mí mismo generada por…sabe Dios quién…?Sí, tal vez mucho de eso era lo que yo quería, pero... ¿justo con ese aspecto?, ¿a fuerza de lo que sea?
Admitir
los cambios, asumir los fracasos – que al final no lo son tanto-, las
necesidades de un plan distinto,… verlo es cuestión de supervivencia. Porque desde
siempre pensásemos que somos de una determinada manera y nuestra vida tendría
un aspecto singular, no significa que sea la verdad absoluta. Es más, es muy
posible que a poca influencia que haya tenido nuestra gente en nosotros ese
diseño propio esté distorsionado. Es muy posible también que llegados a
determinada edad, más o menos a la mía, al echar un vistazo alrededor y ver lo
que se ha ido al garete o ni ha aparecido, veamos que no se corresponde
exactamente con una idea fiel de lo que ha de ser nuestra vida elegida
libremente. Al cien por cien. Aquí no está de más subirse al barco de nosotros
mismos para hacer el siguiente ejercicio: 1. Preguntarnos si nos sentimos
libres para vivir el mañana, el pasado,… 2. Formularnos las cuestiones que
incluyo más arriba. 3. Ponernos a prueba para ver si somos capaces de decirnos
un “¿y qué pasa porque las cosas hayan de ser diferentes de ahora en adelante”?
4. Sentirnos por dentro de verdad. No nuestros lamentos, esos son engaños de la
mente; sino esas facetas, quizás a medio desarrollar y saber si son esenciales.
5. Cuestionarnos si algo de lo que conservamos o hemos perdido, de lo que
tenemos o anhelamos, se corresponde con estereotipos que no encajan –o no ya-
con nosotros mismos, con lo que necesitamos para estar en paz, para estar
plenos y para seguir creciendo. 6. ¿Qué y quién quiero ser?, ¿qué tipos de
personas quiero que me acompañen en mi vida?, ¿cómo quiero que sea mi día a día,
solo y acompañado? Libres para preguntárnoslo, para hacerlo, para soltar, para
empezar, para vivir, para mandar a la mierda y para enternecernos. Libres para
querernos, porque quererse a uno mismo no es otra cosa que eso. Sabemos
perfectamente qué necesitamos y qué forma tiene. Sabemos qué tipo de vida, de
comprensión, de empatía, de conexiones humanas, de desarrollo individual
necesitamos. Lo sabemos. O llegamos a saberlo cuando apartamos por un momento
la idea precocinada que teníamos de ello, con su nombre y sus apellidos.
Por
mi parte, yo me hago estas preguntas a diario. “No fue para tanto”, dije a
veces, y otras cosas como: “he despertado”, “ahora necesito esto otro”, “lo que
pasó, pasó por algo”,…y mil pensamientos más. Sé que me queda mucho para
sentirme libre y para no creer que fallo a nadie, ni que me fallo yo al tener que
reconstruir ciertas cosas. Sé qué tipo de persona necesito conmigo, qué tipo de
complicidad, qué compañero. Eso sí que lo sé muy bien hace ya tiempo. También
mi idea de familia y… (eso lo guardo en secreto). Y naturalmente, sé qué tipo
de persona soy y dónde patino mucho. Hasta ahí, me siento libre porque las
elecciones que hago al respecto no son las que siempre estuvieron pintadas para
mí, sino las que he alcanzado a base de pataletas, lloros, decepciones,
obcecaciones y finalmente… ver la luz. Así que, ¡sí, en eso sí me siento libre!,
y al que no le guste… Ese, como siempre digo, ese no va estar sentado a mi lado
en mi sofá cuando me siento triste.
Y
tú,… ¿te sientes libre?, ¿te has hecho todas esas preguntas, una por una, o dabas
por hecho que había de ser así porque así lo pensaste hace tiempo? Hazte un
favor: pregúntatelo, siente su respuesta en las entrañas imaginando tu vida y
al hacerlo quiérete mucho.
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