EL AMOR NO ES POSESIÓN

By María García Baranda - noviembre 18, 2016

   

    
SERIE:  ♀ Fémina

      Martes, primera hora de la mañana. Siguiendo las indicaciones de la coordinadora de igualdad de mi Centro Educativo, empleo mi hora de tutoría en la primera de las cuatro sesiones que dedicaremos a tratar el tema de la violencia de género. La próxima semana se celebra el Día Internacional contra dicha aberración y es un pretexto fantástico para impartir un taller necesario, enriquecedor y hasta de obligada presencia para nuestros jóvenes. De todas las posibles perspectivas para ello, hay una que tira de mí irrefrenablemente, y es la de ofrecer comportamientos cotidianos que tenemos interiorizados como inofensivos y que son clara muestra de micromachismos y microfeminismos, desembocables ambos en un posible problema futuro de violencia de género. Controlar con quién sale nuestra pareja, con quién habla, con quién chatea,... Preguntar a qué hora llegó el día que salió con amigos y sin nosotros, mirar su teléfono movil, hacer apreciaciones de corte sexista sobre su ropa,... todos ellos son signos de querer marcar el territorio desde una postura de posesividad. Y si me apuran hasta de sentido de la propiedad. 
    Para la mayoría de los jóvenes esos signos pasan inadvertidos. Son gestos naturales del día a día, síntomas de lo mucho que nos importa la otra persona y de lo mucho que los queremos, porque ver dar un "me gusta" sospechoso en Facebook puede ponernos sobre la alerta de que algún cazador pretenda acudir a por nuestra presa. Gestos normales con significados esperables que trascienden incluso a momentos posteriores a la relación, cuando esta ya ha terminado y una de las partes pretende fiscalizar a la otra y tener un seguimiento de su vida al minuto. Juro que lo he visto en protagonistas menores de edad.
     A la vista de todo esto, de lo que doy absoluta fe porque lo vivo en primera persona con mis alumnos -de entre doce y veinte años-, hay tres cuestiones que me preocupan especialmente. La primera de ellas estriba en el hecho de que ninguna -y digo, ninguna- de las relaciones entre jóvenes que me cruzo a diario está exenta de algún comportamiento, como mínimo, de estas características. No lo ven. Lo han interiorizado. La lucha por tanto es tremendamente amarga. La segunda de mis preocupaciones tiene que ver con lo mucho que contribuye a facilitar dichas actitudes la presencia de las nuevas tecnologías. Si una aplicación una red social lo hace posible, es que no pasa nada por hacerlo. Así piensan ellos y así actúan pues. La tercera de las cuestiones me toca de lleno y es que no solo son los jóvenes los que han tomado este comportamiento, sino también nosotros. Alumnos aventajados, con nuestro punto de resentimiento de los topetazos sufridos, somos una bomba de relojería con WhatsApp. 
    Llegados a este punto aprovecho para reconocer que yo misma he identificado en mí algunos de esas actitudes. El anonimato que da la pantalla te hace rebuscar información -no siempre correcta- y sacar conclusiones al respecto. Y en cierto modo fiscalizar. La diferencia respecto al comportamiento de un joven es que, como ya dije, para ellos es un hábito normalizado y apenas lo ven como una falta de respeto, mientras que nosotros sabemos bien que no es demasiado ético y de nuevo asoma tras ello el sentido de la posesión y de la propiedad.
   Nadie nos pertenece y a nadie pertenecemos. Eso lo sabemos y sobre el papel  lo comprendemos perfectamente. Llevarlo a la práctica es ya harina de otro costal y se alimenta, ojito, de la inseguridad en uno mismo. Y lo hace a dos carrillos además. Así que veamos el percal: el defecto de sentirme inseguro lo tengo yo y lo soluciono, no trabajando mi autoestima, etc, no, sino fiscalizando tus actos por si me la pegas y/o te largas. Muy coherente. La verdad es que llega un momento de la vida en el que comprendes que tu compañero es precisamente eso: tu compañero de vida. A tu lado y tú al suyo, no uno dependiente de otro. Nadie es de nadie. Nadie es para nadie. Las personas elegimos acompañarnos en la vida. A ver si nos quitamos los vicios y comprendemos este concepto tan profundamente, como para educar en él a los que vienen detrás.


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