PROHIBIDO DECIR QUÉ ESPERAS DE LA VIDA

By María García Baranda - noviembre 05, 2016

  


    Así comienzo el texto, sí. Con una prohibición. Porque aunque tengas algunos principios de vida muy claros, puedes volverte la persona más inflexible del mundo, para nadar eternamente en un mar de quejas y perderte tu propia existencia. Que no piense nadie que soy una experta en este tema. Más bien al contrario, tengo que hacer un superesfuerzo para no pasarme de la raya tratando tener todo bajo un control relativo. Al menos mis actos. 
   Volvía a casa hace unas horas pensando en ello. Sé que meto la pata hasta en aquello que más me importa. Sé que tratar de hacer que las cosas marchen me hace patinar. Y sé que hay rasgos de mí que no son muy convenientes. Así que regresaba con mis pensamientos y repasando una conversación de hace tan solo unas horas y en la que me han formulado una pregunta que me ha dejado muda durante un par de minutos: "después de lo vivido, tal y como transcurre tu presente, ¿qué esperas de la vida?". No respondí. No en el momento, al menos. Cosa extraña y poco habitual en mí, porque yo, tan impetuosa, tan impaciente siempre, tan ávida de delimitar y acotar, habría corrido a responder con una lista de objetivos o deseos por cumplir, siempre contextualizados y matizados. Pero no lo hice.  No lo hice porque algo me decía por dentro que no debía responder, que ofrecería expresiones estándar, del tipo de "ser feliz", "estar rodeada de cariño" o "realizarme intelectual o emocionalmente". Dichas respuestas no servían porque, aunque ciertas, eran también inútiles en una conversación así, donde se espera concreción. Por tanto, permanecí en silencio y pensé que la pregunta abarcaba el balance, nada más y nada menos, de todo mi yo presente. "¡Imposible! Tantas cosas,... y tan poco y tan sencillo a la vez", pensé. Y pasó ese silencioso y reflexivo instante, y ofrecí una opción a esa respuesta: "léeme; léeme en mis úĺtimos tiempos, vas a deducirlo, y con ello y con tus impresiones me ayudes quizás a mí a echar de mi mente lo que me impide verlo con claridad". Nos reímos.
   Qué espero de la vida,... nada más y nada menos, ¡la preguntita! Debo decir que seguimos hablando, aunque sin especificar ni concretar, pero sí salieron a la palestra términos como: emociones, amor o diálogo. Naturalmente que sí, que todos ellos son ejes en mi vida y espero que se den siempre, pero tal vez no sepa, o más bien no deba, o quizás no sea inteligente decir a ciencia cierta qué se espera de la vida con sus puntos y sus íes, esencialmente porque tras ello llegan las frustraciones, el calibrar mal lo que se desea realmente y el no saber valorar lo que se vive. Sé igualmente que la vida no se calcula, sino que se degusta al minuto y ya. Lo sé y eso es algo que me ha costado siempre llevar a la práctica, aunque me sepa la teoría muy requetebién. Hace mucho tiempo vi que la vida te cambia en un instante, que lo que dabas por hecho que iba a acompañarte y a darte refugio durante muchos años más puede volatilizarse en minutos, literalmente hablando. Hace muchos años ya, cuando ni siquiera había formado mi personalidad adulta comencé un camino en el que me creé la necesidad tóxica de pretender saber qué esperar de la vida con la garantía de que se diese justamente de esa manera. Craso error y droga dura que la madurez me ha tildado como nociva. Sé que he de huír de ello, anular ese pensamiento que todo lo desvirtúa y altera la percepción de las cosas. Y quizás por eso me niego a concretar qué espero. Por eso y porque mis experiencias me han mostrado que no sirve de nada. Por ello no puedo. No debo. Me estoy quitando. Porque si soy flexible con la forma en la que viven los demás su vida, soy tremendamente inflexible conmigo misma. Y eso tiene que cambiar. Así que no concreto lo que espero. Que venga lo que venga, pero espero tener siempre el don de saber discernir su calidad, su importancia y cómo valorarlo.
     No obstante,  por una vez, vivan las generalizaciones. Me detendré en las antes mencionadas y diré que, efectivamente, el diálogo es primordial para mí a la hora de establecer las bases de mis relaciones sociales. Te hablo y háblame. Sin más, sin prejuicios ni presiones, sin obligaciones ni pudores, sin plazos, cuándo y cómo sea, pero háblame, dialoga, expresa. Del mismo modo, lugar predominante guardo para las emociones. Necesito decirlas, verlas, oírlas, sentirlas, mostrarlas; emociones dadas y recibidas, percibidas, compartidas, descubiertas, repetidas; buenas y malas, sosas e intensas... ni témpanos de hielo, ni piedras a mi alrededor. Y reinando en lo alto de la pirámide,... el amor, en todas sus realizaciones. En todas, de verdad que sí. Que abunde. Que nos rodee. Que nazca y a ser posible que no muera. 

    Pero no puedo finalizar este texto sin formularme... ¿qué hay respecto al amor en el sentido que todos pensamos de inicio?, ¿qué esperas del amor de pareja, toda vez que ya has pasado por las experiencias que te han traido hasta aquí? Me viene a la cabeza cómo cambian las cosas, las personas, las prioridades, las necesidades,... cómo he cambiado yo, aún con mis meteduras de pata y mis inseguridades. Y pienso... ¿qué tipo de amor quiero? Algo sí sé y es que sea como sea aspiro siempre a saber que está ahí, que no se ausenta, que le soy vital. Sabina cantaba que no quería un amor civilizado... ¿y yo?... Muy bien, ahí voy.
    Yo no quiero un amor de los de antaño, de esos que se firman en letras pagaderas a treinta, sesenta o noventa días con amenaza de morosidad,  poco espíritu y nada de gracia. Pero que duran. Y duran. Y duran. ¿Y?
    No quiero besos de llegada ni de salida, de buenos días, ni de buenas noches, si al número trescientos sesenta ya no recuerdo si lo he recibido o no. Así, no.
    No quiero un amor que tuerce el gesto porque al llegar a casa no tengo la cena preparada o la lavadora puesta, por el mero hecho de que "tiene que ser así", en lugar de un gesto natural del día a día y del que no hay que hacer un mundo.
    Yo no quiero una foto de qué buena pareja hacemos, si su rabillo del ojo cambia de ángulo dos de cada tres paseos juntos, porque de única no me ve casi nada.
  Tampoco quiero baños de reproches para lograr salirnos con la nuestra. Me lo juré hace tiempo y entrar en la dinámica de que se convierta en banda sonora es el principio del fin. Me gusta como eres, aunque te odie a veces. Te gusta como soy, aunque me odies a veces. De eso se trata.
   Ni quiero que uno ceda su vida, ni su yo, para llenar al otro, esencialmente porque los cómplices no hacen eso.

No quiero nada de eso, no. No quiero exigencias, cumplimientos, correspondencias exactas, ni guerras de egos. ¿Qué quiero, pues? Dar antes de que me pidan. Recibir sin pedir yo. Y sonreír antes de dormir al saber tres pensamientos que habitan su mente: "qué bonita* es", "la quiero por aquí" y "no quiero a marcharme". Se recogen ahí todos los principios esenciales: generosidad, lealtad vital, necesidad (que no dependencia), valoración mutua, y admiración. Se recoge ahí una idea: vida sana, vida natural.


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* Véase el significado connotativo del término "bonita" para la autora, compendio este de admiración mental, física y de corazón.


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