TIENES ESE NO SÉ QUÉ, QUE QUÉ SE YO...

By María García Baranda - noviembre 09, 2016

    ¡Ay, las personalidades!, ¡ay, los caracteres! Endemoniadas combinaciones de factores 
que desembocan en marcas de fuego
 o en velos invisibles. 
 A saber. Tantas y tan pocas. 


   Iba caminado hoy y observé casi al mismo tiempo dos reacciones opuestas a un mismo hecho cotidiano en cualquier ciudad. El tráfico. Dos reacciones, dos humores distintos, dos personalidades bien marcadas y dos caracteres opuestos. La ira frente a la empatía. Y comencé a pensar en los rasgos de carácter que detesto y en aquellos que admiro profundamente.  Hablemos de personalidades y hablemos de rasgos de carácter.


ME CAUTIVA...

    Así es, de todas cuantas nos cruzamos en la vida, yo tengo mi cualidad de carácter preferida, mi debilidad, algo que me engancha y que no puedo nominar. No, no es posible identificarla con una sola palabra. Ni con dos. Ni siquiera con tres. Pero puedo intentar hacer un retrato.

    "Tienes un no sé qué, que... ¡qué se yo!. Un je ne sais quoi que me encanta, que te hace diferente, que no me deja inmóvil, que atrae como un imán". ¡El mejor piropo del mundo, la mejor cualidad! Pero, ¿es que existe una sensación mejor que el saber que posees algo que te hace único y que aportas algo incomparable a tu gente? Ya sé que es cuestión de gustos y que niveles de virtudes y de sus correspondientes elogios hay muchos, tantos como contextos, pero a mí esta me encanta, me fascina, y escuchar su piropo, ¡no digamos! Hasta el punto de que si tuviese que elegir una gracia a alcanzar de entre todas las posibles, elegiría esa sin duda alguna. En esta vida y en las siguientes. Ni qué decir tiene que cuando la detecto en alguien más, incluso agazapada entre su propia niebla de timidez o de inseguridades, cuando eso sucede caigo rendida. Y diré la razón. Observen...

   
Una vida, un tiempo límite de duración desconocida que no cesa su tic tac hasta el momento de tu exhalación final. Múltiples maneras de transitar y respirar esa prolífica vida fugaz, impuestas unas, elegidas otras. Una vida y una sola oportunidad compuesta de cientos de ensayos y errores, y de cientos de subidas y bajadas del tren, de cambios de estación y de averías, de viajes de ida y vuelta, y de trayectos sin retorno. Una vida y un solo cometido de doble faz: Sentirse pleno siendo útil al mundo, dejando huella. Esa es nuestra misión. Al menos es la mía

   Acabo de ofrecer mi sentido de la vida. El mío. Particular e íntimo. No siempre supe definirlo como tal, hube de llegar a la madurez para darle forma y aspecto definidos. Para darme cuenta de que efectivamente he de ser lo primero para mí, sí, tanto por lealtad como por aquello de que si yo voy mal, mal podré estar para nadie; pero al tiempo supe que ya que estamos en esta vida, no está mal servir para algo. Por lo tanto, creo que el elogio con el que abría hoy el texto y la enorme devoción que le profeso tienen todo su sentido una vez que yo he compartido mi objetivo vital. ¡Dejar huella en un asfalto ya cuarteado por desgaste y mal uso! Y no por fama ni fortuna. Tampoco por ego; solo lo justo y humanamente natural. Sino por crecer y albergar en las entrañas del carácter algo verdaderamente peculiar -positivamente remarcable, claro-, algo nutritivo que ofrecer, obligatoriamente enfundado en bondad y empatía. Por ser esa personalidad bien definida y firme. Por poseer eso que llaman carisma, charme, encanto. Por tener magia. En los ojos, en las manos, en las palabras o en los actos. Por ser especial para algunos seres de este mundo y no pasar por aquí sin pena ni gloria.


LO DETESTO...

    Y cada cara tiene su cruz. Y cada cruz sus clavos. Y yo tengo los míos, naturalmente. Enredo la madeja hasta llegar a la hebra interior que siempre, siempre, siempre, será el egoísmo. Crúcenme una mañana con un tipo, o tipa, que vaya a su bola, pero a su bola en el peor sentido de la palabra. Crúcenme con un "primero yo, después yo y siempre yo", crúcenme que ya me han dado el día. No lo puedo remediar. Es más, ahora ya quiero incluso que se me note. Mal momento escogí para poner los pies sobre esta tierra, porque impera ese individualismo enfermizo del que siempre hablo. Y claro, de esos polvos vienen esos lodos. Y donde hay individualismo suele haber egocentrismo. Y allí egoísmo. Y justo en esa parcela,... ¡mala baba! Ya hemos llegado al punto. El rasgo de carácter que detesto hasta el gruñido es el poseer un super yo más grande que uno mismo, e iré un poco más allá: Super Yo asentado en el inmovilismo. 

    Dicho así dudo mucho que nadie discrepe conmigo. Si acaso, seguro que alguien podría añadir algún matiz, pero como sé que he resultado un tanto genérica voy a dar ejemplos de rasgos que observamos cotidianamente y que resultan ser desarrollos prácticos de ese mal común en todos: amargura, falta de amabilidad, antipatía, ausencia de solodaridad, carencia absoluta de empatía y/o compasión, inconformismo injustificado y conformismo desesperante... Podría seguir, pero el resultado sería siempre el mismo: seres grisáceos, de gris aspecto e interor aún más gris. En cualquier caso, no me cabe duda que ninguno de esos seres se acercan ni por asomo a la virtud con la que inicié hoy mis letras.
Eso de plantearse hacer algo útil por alguien que no sea uno mismo,... ¿eso qué es? Gestos inofensivos, gestos pequeños y sin importancia aparente,... ¿para qué? Y eso por no hablar de su interior. Lo llamé inmovilismo. Y acomodada pasividad. E inoperancia. Que cuando se trata del exterior, malo. Pero si ya le compete a uno mismo, eso ya tiene delito.

    Pues bien, esos son mis rasgos detestables. Esas gentes con cara de amargura, cómodas y egoístas, esas gentes que se preocupan bien poco por nadie que no sean ellos, esas gentes para quienes que eso de dejar huella no tiene sentido alguno, esas gentes que buscan tan solo el beneficio rápido y a poder ser dado, protestando enérgicamente por algún derecho no ganado. Esas gentes que al fin y al cabo son seres de mentes cuadriculadas, cerradas e inflexibles, que jamás reconocerán la razón en nada ni en nadie más que ellos mismos. Esos seres voluntariamente inmutables, impertérritos, inertes.


MORALEJA ...

   Flexilibiliza tu mente, contempla otras formas de pensar, otros porqués, otras consecuencias. Sal de tu encierro y de los estereotipos, mira a través de otros ojos y quítate ese eterno "no" de la boca, ese que te sale cual resorte y sin pensar. Ese día estarás comenzando a vivir clavando esa huella. O al menos yo lo veo así.







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