Algo
no encaja en mi cabeza, en todo esto. Algo no cuadra. Algo me hace revolverme
en el sitio, deambular de esquina a esquina y no encontrar postura. Algo me
inquieta y me mantiene en guardia. Y aún así me digo que nada es para tanto.
Que hasta aquí he llegado y más allá habré de llegar, si así la vida quiere.
Pero
sé que no encaja. Que hay un término medio. Que llevo encima un peso que no me
deja ver con claridad a veces. Pero ese peso es mío y me costó una vida
acumularlo. ¿Alguien lo quiere? Partiendo de esta base, me repito que las cosas
perdieron claridad para mis ojos, que a veces son oscuras y que las aborrezco,
que me prenden la ira, que me sacan de mí, pero que hay otras muchas en las que
soy yo misma quien no ve bien el cuadro. Mea culpa. Que habré de confundirme. O
no. Otras muchas acierto. Y calibro al milímetro o me pierdo de pronto a años
luz.
Algo
me tiene inquieta y he de hablarme a mí misma para no extraviarme y no perder
de vista mi camino, no desdibujar el sendero del que procedo y que me trajo
aquí con gran trabajo, y no volver la cara al horizonte que se vislumbra al
frente. He de hacer un esfuerzo para ubicarme entre las cosas, sí, las que
pienso y las que siento. Ambas se contradicen muchas veces y otras tantas se
dan con dulzura la mano. Pero eso es algo habitual en todos, no es
sorprendente. Lo contradictorio y peculiar está en que son las propias ideas
que están en mi mente las que entre sí establecen la lucha, para plácidamente
al rato hacer las paces. Comprendo y me rebelo. Entiendo y me parece todo de
humana y aplastante lógica, para después decirme que no han de ser las cosas de
ese modo, que es factible mejorarlo todo. Que no soy juez, pero tampoco parte.
Solo vivo. Que nada es tan drástico ni tan definitivo o que a veces son los
movimientos bruscos necesarios, los que hacen avanzar en la vida. La mente… Hoy
la mantengo en caos, a pesar de que siempre he sabido el valor de las cosas,
los principios valiosos, lo que busco y lo que detesto, de lo que soy capaz y a
lo que no podría ni asomarme sin volverme loca. Sé lo que admiro y aquello que
me exijo. Sé en lo que fallo y aquello que tolero. Y lo que no digiero, lo que
es un sinsentido y lo que tiene una pase por ser medicinal para salvar el alma
de los malos tropiezos. Mi mente…
Pero
hay más. Y por si fuera poco, he de decir un ídem para lo que recorre mis
venas, lo sentido y lo respirado. Porque si caos hay ya de por sí en mi mente,
del mismo modo me corre por el cuerpo en mi sentir. Viajo de un lado al otro en
tan solo segundos, del más dulce estado a la más iracunda de las exhalaciones.
Cuchillo en mano y caricia en otra. Pero siempre envuelta en cálida sangre. Esa
no se ha ido. No me he secado.
Confusión,
se llama confusión, naturalmente. Cuando el cansancio hace mella y desvirtúa,
cuando uno necesita una vía de escape y de estallido porque de algún modo ha de
hallar el necesario desahogo para continuar. Y ahí se pierden la noción de las
causas y de las consecuencias, las razones, lo sabido y lo asimilado. Ahí solo
se muerde y se desgarra, se cierran los ojos y se grita. De rabia y de
impotencia, de petición de auxilio, de reivindicación, de orgullo y de poner
puntos sobre las íes, de la no aceptación y de querer un cambio. Se grita sin
sentido y no obstante sin perder la cordura. Aunque nos lo parezca.
La
cura… descanso, tiempo para mí misma. Pudiera ser, no sé. Mañana habré cambiado
de sentencia. La cura es el volver sobre mí misma, recuperar orígenes, hallar
seguridad en lo que soy y no dudar. Ni de mí misma ni de los que así lo
merecieron. Y no volverme loca. Y elegir el camino. Y darle al César lo que es
del César. En su justa medida. Sin caer ni en juzgar ni el consentimiento por
sistema. Ponerme en primer puesto e iniciar la carrera cuando el puzle me
encaje.
0 comentarios