LA PASTA DE NUESTRO EGO

By María García Baranda - agosto 11, 2016



Nunca lleves a las personas al límite, porque no imaginas lo que son capaces de hacer, de pensar, de decir y de sentir. Deberíamos trazar una frontera intransferible e invisible que señalara el abismo que separa el bienestar propio del de el de al lado. Porque en esta vida no todo vale, ni podemos forzar el columpio hasta caernos. La cuestión es que solemos decir que nuestra libertad termina donde empieza la del otro y eso mismo ocurre con la felicidad, el cuidado o los posibles daños que hacemos a las personas importantes de nuestra vida.

La cuestión es que, partiendo de la base de que todos tenemos un EGO necesario e inevitable, el tamaño de este o el alimento que le demos puede ser fundamental a la hora de convivir con los otros. Nuestro ego nuestro es. Hay quien lo tiene enorme por naturaleza propia, lamentablemente gigantesco. Hay quien mira demasiado hacia él. Hay quien lo tiene calibrado en su justa medida para no carecer del amor propio necesario. Y hay quien lo tiene tan dañado que necesita sobreestimularlo para paliar sus dolores y taras. Sea como sea, cuando miramos en exceso a nuestro ego, a nuestro ombligo, cuando lo ponemos entre algodones por pánico a sufrir y lo protegemos en demasía, ahí llega el  momento en el que dejamos de plantearnos el posible daño que podemos llegar a hacer al resto. Perdemos la capacidad de empatizar. Nos autojustificamos en cada acción que llevamos a cabo, diciendo que está bien hecho, que hay una causa y que no nos equivocamos. Y no es que pretendamos el mal ajeno, pero nos hemos acostumbrado tantísimo al lamento y a la autocompasión que llegamos a actuar sin orden ni concierto. Miramos solo hacia nosotros mismos y dejamos de mirar a y por los demás. Es humano, naturalmente, pero trae consecuencias.

Directamente relacionado con esto se encuentra la acción e influencia de la pasta de la que estamos hechos. Esa que menciono ya en el título de este artículo. El tamaño de nuestro ego –permanente o transitorio por las circusntancias puntuales que atravesamos- entra en contacto con nuestros principios y creencias morales. Usamos la expresión: ¿de qué pasta estás hecho? Porque sí, estamos hechos de una pasta en concreto, la que sea, que no es otra que la esencia de nuestro carácter. Cada uno de nosotros tiene un conjunto de principios y bases, morales o éticas, que marca su conducta. Son el tuétano de su ser, de su carácter, y pase lo que pase en su vida las mantendrá intactas. Después, un poco más en la epidermis se encuentran las creencias y principios que admiramos, que trabajamos en nosotros mismos y que deseamos mantener en todo momento. Esas son algo más vulnerables, porque se exponen a situaciones adversas, y en tales casos no siempre son fáciles de conservar. El tercer grado es el conjunto de rasgos y principios morales que anhelaríamos y admiramos en otros y que por taras propias, por inseguridades y otras muchas causas no llegamos a forjar. De los casos de ausencia total de ellas no hago referencia, porque esos seres no entran dentro de mis pensamientos en este instante. De esos tres tipos de valores que poseemos o podemos llegar a poseer me interesan especialmente los del segundo tipo: los vulnerables o maleables ante las inclemencias. Y es que la que mayor daño les hace es, precisamente, la que provoca nuestro propio ego. Ahí fuera, a lo largo de la vida, nos dañan, nos tumban, nos hacen felices, nos enriquecen, pero también nos destrozan y nos decepcionan. Dichas vivencias tienen un efecto directo sobre nuestro ego. O bien nos hacen más fuertes, sabios, profundos,… llamémoslo equis; o bien nos modifica radicalmente. Y ahí podrá ser mermando nuestra autoestima o engordándola. Lo cierto es que el órgano invisible expuesto a ese cambio es el ego, porque a partir de ahí es el que moverá nuestras acciones. Y es un peligro, porque no todo vale. No toda conducta sirve bajo el halo de estar pasando un mal momento, de haber sido herido, de haber sufrido o de estar sufriendo, de enecesitarlo por encima de todo. La supervivencia que perseguimos en esos malos momentos no pasa por procurarnos un bienestar cuando el de alguien más está en juego, menos aún cuando no se trata de un bienestar vital. Eso es lo difícil, ¡nos ha jodido! Ser capaces de diferenciar quién merece una determinada actuación por nuestra parte y quién no. No olvidar a quién tenemos delante, culpable o inocente de nuestros desvelos, y ser coherentes con eso. Coherencia que vendrá sola si tenemos nuestro ego bien calibrado, como decía. ¿Y en qué se traduce todo ello? En no perder dos condiciones que para todos cuantos me conocéis son de ausencia imperdonable: la empatía y el altruismo o generosidad sentimental.

¿Me pregunto aquí de qué pasta estoy hecha? Yo sí lo sé. Sé cuando esa pasta no ha sido de calidad suficiente y sé también cuando ha sido de calidad extra, del mismo modo que sé el estado en el que está hoy. Y siempre defenderé, por propia experiencia, que todos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Dentro de los límites normales, naturalmente. La mayor parte de la gente ni es un ángel ni es un demonio, es solo un ser humano más o menos frágil, según el caso. Pero la coherencia es ese bien supremo que habremos de conservar entre algodones. Coherencia de vida, digo. Para no dañar, para no dañarnos. Para no matar y para no perder. ¿Podríamos no hacerlo? Claro que sí. Nuestra vida es nuestra y solo es una. Y la primera persona a la que debemos lealtad, como siempre escribo y digo, es a nosotros mismos. Ahora bien, esa opción trae consigo un precio, tasa obligatoria y de la que no hay manera de huir: pérdidas, que cada uno valorará como asumibles o no asumibles. Y no hay más truco. Pensar en uno por encima de todo, hasta en lo más banal suele traer daños ajenos y las consiguientes decepciones, y eso hemos de saberlo. A partir de ahí cada cual es libre de vivir como quiera, de decidir, de valorar, de elegir,... Con coherencia, siempre con absoluta coherencia hasta cuando nos disparatamos. Y si la fastidiamos, no nos quejemos luego porque ya dije que nuestra felicidad termina donde empieza la de el del al lado y en esta vida no se puede tener todo. 




  • Compartir:

Tal vez te guste...

0 comentarios