"Todos llevamos máscaras, y llega un momento en el
que no podemos quitárnoslas sin quitarnos nuestra propia piel."
Andre Berthiaume
ANÁLISIS
Definiendo
Las hay de muchas formas, tamaños, colores,
usos y sobre todo grosores. Proyectan una imagen de nosotros mismos que no se
ajusta a la realidad. Supone pues la transmisión variada de un rasgo de
carácter, o ya del carácter completo. Requieren de nosotros una actitud medida,
un tipo de vocabulario concreto, unas maneras y unos gestos elegidos, unas determinadas
reacciones ante los acontecimientos, una sopesada expresión de sentimientos, unas
decisiones en coherencia con dicho rasgo,… Esto es, cada uno de los movimientos
que salga de nosotros ha de corresponder a un prototipo concreto de máscara. De
eso se trata. Conllevan pérdida de naturalidad y autenticidad a favor de
mantener el tipo que nos hallamos impuesto.
Finalidad
Modificar quiénes somos. Obvio. Las metas
son variadas y pueden afectar a facetas muy distintas del ser humano, pero sea
cual sea el fin siempre tendrá un componente de autoprotección y de búsqueda de
una satisfacción o tranquilidad personales, aunque sea de un modo puntual y
breve. Nos tranquiliza, nos hace perder miedo, sentirnos más seguros, ponernos
a buen recaudo, proteger una vulnerabilidad,… al final nos hace caminar más
firmemente. O eso creemos.
Tipos de máscaras
1. Tipología en
función de lo que queremos cubrir. Hay máscaras para tapar nuestro exterior, nuestro
aspecto físico; y las hay para tapar nuestro interior, sentimientos y carácter.
2. Tipología según
el objetivo a conseguir: mostrar una mejor versión de nosotros mismos; esconder
defectos o incluso virtudes por timidez, inseguridad o por sentirnos más
cómodos; enfriarnos y endurecernos por miedo a que nos hagan daño; ser menos
expresivos para no llamar la atención; mostrar extroversión para caer bien; ser
complacientes para no decepcionar… Y así cualquier debilidad que poseamos o
creamos poseer generará automáticamente una máscara que nos acompañe en el
camino.
3. Tipología
según la profundidad con la que esté fijada a nuestro yo. Máscaras más
superfluas, esto es, cambian solo un aspecto leve y pueden quitarse y ponerse
con facilidad. Por ejemplo, un maquillaje fácilmente desmontable, una pose al
relacionarnos en público,… Son efímeras y por tanto no se encuentran tan
arraigadas a nosotros. O máscaras incrustadas en nuestro yo, aquellas que
modifican y condicionan nuestro modo de vida. Sin ellas seríamos incapaces de
llevar a cabo ciertas actividades. No podríamos relacionarnos con una pareja,
no podríamos pensar en cómo afrontar determinados aspectos de nuestra vida,…
Como ejemplo: mostrar superficialidad en nuestras relaciones personales por
miedo a que nos fallen y nos hagan daño.
Causas
¿Por qué he de cubrirme? Por insatisfacción.
No tengo duda.
Esta es la razón raíz que desemboca en otras
muchas y variadas. Nos sentimos inseguros con nuestro físico, por ejemplo. No
somos suficientemente guapos, ni suficientemente atractivos. Nuestro cuerpo
tiene defectos. Nuestra cara también. Y hoy por hoy está a la orden del día,
además. La competencia es fuerte, el márquetin lo demanda y la frivolidad está
a la orden del día. Nos arreglamos durante horas, nos maquillamos y peinamos,
cuidamos el vestir, buscamos las mejores fotos, eliminamos los defectos y
retocamos, rechazamos nuestros ángulos menos agradables, nos matamos a dietas y
en el gimnasio… Afortunadamente no todo el mundo siente así, hay quien a pesar
de que se cambiaría ciertas cosas, está conforme consigo. Yo no me pondré una
medalla al respecto porque sucumbo a estas inseguridades, para qué negarlo.
Tengo las mías.
Y podemos
sentirnos inseguros con nuestro interior. Acusar una timidez que llega a tornar
en cobardía. Tener pánico a hablar en público, a decir algo inconveniente, a
parecer poco inteligente, a meter la pata, a pasarnos de graciosos o a no
llegar a tener un mínimo de chispa. A no hacer bien las cosas, a no ser
competentes ni resolutivos, a fallarnos a nosotros mismos y más gravemente al
resto. En definitiva, a no dar la talla. A decepcionar.
REFLEXIÓN
Todos llevamos máscaras. Todos tratamos de
mostrar lo mejor que hay en nosotros, de esconder aquello que nos horroriza y
de llevarnos el mejor de los cumplidos. Podremos ser de las personas a las que
les importa un bledo la opinión del resto o ser de aquellas a las que la
impresión ajena les obsesione y condicione. Sea cual sea nuestro caso, lo que
es seguro es que siempre hay algo que modificaríamos. Cuando se trata del
exterior, la cosa parece leve, pero conlleva una insatisfacción interna, sin
duda alguna, y esta puede causar verdaderos trastornos en nuestro día a día.
Cuando es el interior el que nos angustia, puede este causarnos un verdadero
caos de vida.
Las críticas
duelen, pero no por sí mismas, sino porque con ellas nos recordamos a nosotros
mismos lo que no va bien, en lo que fallamos, lo que nos acompleja. Y nos
castigamos. Y sentimos a morir.
Nos acomplejamos,
sí. Y el inicio de ello está relacionado con dos focos de origen. El primero
procede del exterior, de las experiencias que nos han dañado y han causado en
nosotros dichos complejos o inseguridades. Las acciones de los demás, el trato
recibido no siempre es fácil y a veces nos da donde más débiles estamos. Otras,
la agresión quizás no sea tan grave, pero somos nosotros quienes no sabemos
cómo encajarla. No hay nadie tan fuerte como para mantenerse ajeno y a salvo de
ello. La idea de no ser suficientemente buenos en algo en concreto se queda a vivir
en nuestro interior y ahí aparece el segundo foco de origen al que he hecho
mención, el no saber gestionar lo que nos ha pasado. Unos padres en exceso
exigentes, la falta de relaciones amistosas sanas en la infancia o en la
adolescencia, relaciones de pareja fallidas o tóxicas,… y suma y sigue,… La
vida está llena de experiencias no agradables y difíciles de encajar y el cómo
las mastiquemos es esencial para pasar a la experiencia siguiente. Nos llenamos
de complejos cuando parcheamos, cuando tememos que la historia se repita y nos
ponemos una máscara protectora. “¡A mí esto no me lo vuelven a hacer!” o “¡yo
no vuelvo a asentirme así nunca más!” Pero esa máscara protege solo en
apariencia. ¡Ingenuos! La satisfacción es inmediata, pero no es firme, ni
correcta, ni efectiva. Ante vivencias que nos marcan tanto solo cabe rascar
para averiguar dónde está o estuvo el error. Podemos optar por culparnos a
nosotros mismos, por reconocer nuestros fallos, por echar cargas a los demás o
por ver que realmente fueron ellos los desacertados. Dependerá del caso. Lo que
sí es verdad es que sin averiguar qué demonios ocurrió y qué nos está pasando es
prácticamente seguro que tratemos de buscar una solución rápida y no será otra
que la de ponernos una máscara.
Y… ¿es reversible? Así lo creo. Podemos
quitárnoslas. Y desde luego que hacerlo no es otra cosa que una nueva
oportunidad que nos da la vida. Naturalmente que no siempre será igual de
fácil. Habrá mayor o menor posibilidad de éxito en función del tipo de máscara
que llevemos puesta. A veces se confunde con nuestro propio yo hasta el punto
en el que ni nosotros mismos sabemos ya discernir si somos realmente así, si lo
fuimos siempre o si podríamos redescubrirnos o volver a los orígenes. E
indiscutiblemente será más o menos factible según el sujeto sea capaz de
reconocer e identificar el hecho. Olvidémonos de conseguirlo, si el propio
portador de la máscara no es consciente de ello o no le da la gana de reconocerlo,
bien por propia voluntad, víctima del pánico a lo que pueda pasar si se la
quita; o bien inconscientemente, por el hecho de ser un mecanismo de defensa
con el que lleva conviviendo toda la vida.
¿La más difícil y peor de todas? Aquella que
nació a partir de algo que nos marcó en los inicios de nuestra vida y nos llevó
a planear nuestros pasos, a diseñar qué queremos y cómo lo queremos desde la
inflexibilidad. Esta no solo nos aleja de comprender otros tipos de vida en los
demás, sino a no admitir que el resto es distinto a nosotros. Nos vuelve
intolerantes. Y lo que es peor esa inflexibilidad e intolerancia la trasladamos
a nuestro yo, hasta el punto de no ser capaces de digerir aquello que no
esperábamos. Decepciones, cambios bruscos, nuevas experiencias, nuevos
sentimientos, nuevas formas de vida,… Nada encaja con nuestro diseño previo,
esa gran máscara que construimos sin ser conscientes de ello. Esa es la más
peligrosa de todas y arrasa con todo y con todos los que se encuentren
alrededor, a modo de no pasar ni una. En apariencia seres tocados por el halo
de los dioses, que pueden volverse obstinados, orgullosos, sordos de
conveniencia, intolerantes, inflexibles… escondiendo debajo una piel muy fina
ya, y hecha de (hiper)sensibilidad, fragilidad, inseguridad, miedo a fallar(nos),…
Quitarse esa máscara conlleva en efecto quitarnos parte de nuestra propia piel,
donde ambas capas se confunden. Y tan solo los años -o más bien la experiencia
acumulada en ellos si es que hemos dejado que penetre-, podrán hacernos un poco
más libres y darnos la valentía suficiente para al menos intentarlo. Nunca es
tarde para cambiar.
AUTOCONFESIÓN
Tras
la aparente seguridad en mí misma que el público parece ver en mí –y así me lo
dicen a cada paso-, hay, como en todos, mi propia carga de inseguridades. No es
falso lo que proyecto, eso sí lo puedo decir, porque hay aspectos de mí con los
que sí que me encuentro muy satisfecha. Y especialmente dicha satisfacción
procede en la flexibilidad que tengo asumida para considerar variar dichos
rasgos si fuese necesario. No obstante, hay una porción de mí, como decía,
frágil, muy frágil. Le presto mucha atención a veces y otras me devora. A decir
verdad últimamente la tengo en mi foco máximo de interés y no tengo otro
propósito que combatirla, porque dejar que me venza supondría no quererme a mí
misma suficientemente.
No
soy perfecta. Y no puedo serlo. Tampoco puedo complacer, ni gustarle a todo el
mundo. Pero lo más importante es conseguir que eso, que siempre me ha
atormentado, no me importe ni lo más mínimo. Sin modestia ni pudor digo que sé
que cuento con rasgos muy valiosos, escasos y otorgados seguramente por el
lugar del que procedo. Y sé que puedo resultar también desconcertante e incluso
desquiciante cuando mis demonios se apoderan de mí. Hay facetas de mí misma,
las que tienen que ver con mi interior, que me mantienen bastante tranquila.
Otras, casi siempre las más frívolas, las de mi exterior, me han sometido a
cierta esclavitud y tormento. Quizás no sé mirarme como debo. Quizás he hecho
demasiado caso a opiniones y valoraciones ajenas que nadie pidió. Y me
afectaron. Y quizás transmito eso precisamente a más de uno y de dos. La
cuestión es que ya es hora de que eso me dé igual y sea capaz de descartar y
hacer oídos sordos a lo que no tiene peso específico, pero para eso antes he de
despegarme mi propia máscara, aunque con ello me arranque una parte de mí.
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