SENTIMIENTOS POR MARCHAS

By María García Baranda - agosto 10, 2016


¿Sabíais que los sentimientos funcionan en fases? Sí, sí, en fases. Caminan a trompicones, como si se tratase de los movimientos del un motor de cuatro tiempos. Y es precisamente ese, el tiempo, el que lo hace pasar al estado siguiente. Para pasar de uno a otro son los estímulos sentimentales los que han de hacer acto de aparición, agotando un movimiento para dar paso al siguiente. Lo cierto es que en esas citadas fases no hay carteles identificativos que nos hagan saber con certeza en cuál de ellas estamos, por aquello que el ser humano tiende a pensar que se encuentra siempre en la cota más alta de sus posibilidades. También cuando siente, sí. Cuando es feliz cree que nunca podrá serlo más. Y del mismo modo cuando está triste. Cuando se enamora, cuando quiere y cuando ama. Y del mismo modo cuando se desenamora, cuando padece y hasta cuando odia. Pero ahí, peca de soberbio y de poco instruido en maquinarias orgánicas. “¡Imposible querer más!”; o “¡imposible sentirse peor!”; “¡imposible estar más dolido!”; e “¡imposible estar más enamorado!”, se dice subestimando el asunto del que se trata y a sí mismo. ¡Ay, alma de cántaro!, ¡que pareces nuevo en estas lides!, digo yo. ¿No sabes ya que los sentimientos, sean cuales sean evolucionan, se encienden y se apagan en función de cómo se vean alimentados? ¿No sabes acaso que nunca podrás saber hasta dónde eres capaz de llegar y de sentir hasta el preciso momento en el que lo vas experimentando? Y lo mejor de todo y más importante, primera regla: ¿no conoces acaso eso de que el sentimiento que estás viviendo en ese preciso instante es lo más de lo más de lo más,… y que puede parecerte que nunca fue nada tan trágico o que nada podrá ser superable jamás? Eso es de primer curso de emociones.

Por otro lado, no podemos perder de vista que existen dos marchas contrarias a tener en cuenta, sentidos opuestos además: la de aceleración, marcha progresiva o hacia adelante y la marcha atrás o regresiva. La primera sería aquella que hace avanzar los sentimientos, aumentar su intensidad en positivo, que los hace crecer sanamente y que los nutre. Sería el caso del amor, por ejemplo. La otra sería la del desamor, enfriamiento y olvido, aquella a atravesar cuando nos desenamoramos, nos desencantamos o simplemente nos apartamos de algo tóxico o terminado. Lo que sí es cierto es que en ambos casos el motor funciona con combustibles variados, estimulantes que potencian su andadura.

Enamorarse de… sin duda alguna sucumbe a las risas, a la broma ingeniosa, al tema vano que provoca la carcajada, a la tontería más simple, a la discusión de enjundia y a ese tan necesario filosofar de la vida. Comunicación inteligente. Siempre. También actúa como carburante de arranque la atracción física, que una vez calentado el motor lo pone en temperatura hasta dejar que inicien su acción el deseo sexual y la pasión desenfrenada. Todo ello habrá de contar con confianza, contarse las cosas y compartir lo más íntimo. Complicidad, pues. ¿Los extras? Los hay, naturalmente, aunque yo siempre los exigiría como elementos de serie: admiración, aprendizaje del otro, enriquecimiento personal a todos los niveles y desinhibición ante los temores, inseguridades y autofrenos. Alguien que te hace ser tú de manera natural y creer en quién eres devolviéndote la autoconfianza. Con todo ello, de 0 a 100 asegurado. Y el resto por llegar.

En el lado opuesto estaría esa citada marcha atrás. Desandar el camino. Desenamorarse y hacerse a un lado de… Aquí no hay orden ni concierto, pues los estimulantes suelen aparecer en variadas disposiciones, así como hacer acto de presencia y desaparecer de manera reiterada, repetida o incluso constante hasta el final enfriamiento. Falta de deseo, pero sobre todo de sentirse deseado. Constante crítica nada constructiva. Desconfianza en toda la extensión del concepto y autodesconfianza respecto a nuestra imagen en la otra persona. Aburrimiento en momentos en los que no debería aparecer. Falta de temas de conversación o de implicación a la hora de abordarlos, esto es, de comunicación útil. Freno mutuo de aspiraciones o intereses. Desintonización de vida. Deslealtad, desde lo más simple hasta las traiciones varias. Discusiones continuas, celos e infravaloraciones,…. Bueno, todos sabemos. Marcha regresiva asegurada, igualmente, hasta la parada definitiva del motor. Y podrá darse a partir de la aparición de una, dos, varios o todos los ingredientes anteriores.

Sea como sea, así funciona. Vamos por fases. Hacia delante o hacia atrás. El paso de una fase a otra dependerá de cómo nos montemos el plan de ruta las  partes implicadas, del tiempo del que dispongamos, de las ganas y/o necesidad de viajar, del cansancio acumulado, de lo atractivo del destino,… Tampoco hace falta romperse la cabeza con el GPS ni con los mapas, improvisar un poco también es necesario y saber coger caminos atractivos. Lo importante es disfrutar del trayecto a cada paso y saber que esa experiencia es única, porque es nada más y nada menos que nuestra propia vida y solo tenemos una. Pero ¡ojo!, nadie puede asegurarnos el pasar obligatoriamente a la etapa siguiente, eso depende de nosotros y de lo capaces que seamos de pisar el acelerador o el freno. Ahora bien, una cosa sí está clara: si una vez en marcha te has dado cuenta de que el habitáculo en el que estás es el de un vehículo de primera, pongamos por ejemplo el de un Ferrari, sonríe porque eso no pasa dos veces en la vida. Y da gracias porque el Ferrari puede alcanzar velocidades realmente impresionantes hasta superar el horizonte de la carretera. Yo lo haría, daría gracias infinitas y no me apearía ni muerta; pero claro, a mí siempre me han vuelto loca los Ferrari.






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