¿Sabíais
que los sentimientos funcionan en fases? Sí, sí, en fases. Caminan a
trompicones, como si se tratase de los movimientos del un motor de cuatro
tiempos. Y es precisamente ese, el tiempo, el que lo hace pasar al estado
siguiente. Para pasar de uno a otro son los estímulos sentimentales los que han
de hacer acto de aparición, agotando un movimiento para dar paso al siguiente.
Lo cierto es que en esas citadas fases no hay carteles identificativos que nos
hagan saber con certeza en cuál de ellas estamos, por aquello que el ser humano
tiende a pensar que se encuentra siempre en la cota más alta de sus
posibilidades. También cuando siente, sí. Cuando es feliz cree que nunca podrá
serlo más. Y del mismo modo cuando está triste. Cuando se enamora, cuando quiere
y cuando ama. Y del mismo modo cuando se desenamora, cuando padece y hasta
cuando odia. Pero ahí, peca de soberbio y de poco instruido en maquinarias
orgánicas. “¡Imposible querer más!”; o “¡imposible sentirse peor!”; “¡imposible
estar más dolido!”; e “¡imposible estar más enamorado!”, se dice subestimando
el asunto del que se trata y a sí mismo. ¡Ay, alma de cántaro!, ¡que pareces
nuevo en estas lides!, digo yo. ¿No sabes ya que los sentimientos, sean cuales
sean evolucionan, se encienden y se apagan en función de cómo se vean
alimentados? ¿No sabes acaso que nunca podrás saber hasta dónde eres capaz de
llegar y de sentir hasta el preciso momento en el que lo vas experimentando? Y
lo mejor de todo y más importante, primera regla: ¿no conoces acaso eso de que
el sentimiento que estás viviendo en ese preciso instante es lo más de lo más
de lo más,… y que puede parecerte que nunca fue nada tan trágico o que nada
podrá ser superable jamás? Eso es de primer curso de emociones.
Por otro
lado, no podemos perder de vista que existen dos marchas contrarias a tener en
cuenta, sentidos opuestos además: la de aceleración, marcha progresiva o hacia
adelante y la marcha atrás o regresiva. La primera sería aquella que hace
avanzar los sentimientos, aumentar su intensidad en positivo, que los hace
crecer sanamente y que los nutre. Sería el caso del amor, por ejemplo. La otra
sería la del desamor, enfriamiento y olvido, aquella a atravesar cuando nos
desenamoramos, nos desencantamos o simplemente nos apartamos de algo tóxico o
terminado. Lo que sí es cierto es que en ambos casos el motor funciona con
combustibles variados, estimulantes que potencian su andadura.
Enamorarse
de… sin duda alguna sucumbe a las risas, a la broma ingeniosa, al tema vano que
provoca la carcajada, a la tontería más simple, a la discusión de enjundia y a
ese tan necesario filosofar de la vida. Comunicación inteligente. Siempre. También
actúa como carburante de arranque la atracción física, que una vez calentado el
motor lo pone en temperatura hasta dejar que inicien su acción el deseo sexual
y la pasión desenfrenada. Todo ello habrá de contar con confianza, contarse las
cosas y compartir lo más íntimo. Complicidad, pues. ¿Los extras? Los hay,
naturalmente, aunque yo siempre los exigiría como elementos de serie: admiración,
aprendizaje del otro, enriquecimiento personal a todos los niveles y
desinhibición ante los temores, inseguridades y autofrenos. Alguien que te hace
ser tú de manera natural y creer en quién eres devolviéndote la autoconfianza. Con
todo ello, de 0 a 100 asegurado. Y el resto por llegar.
En el lado
opuesto estaría esa citada marcha atrás. Desandar el camino. Desenamorarse y
hacerse a un lado de… Aquí no hay orden ni concierto, pues los estimulantes
suelen aparecer en variadas disposiciones, así como hacer acto de presencia y
desaparecer de manera reiterada, repetida o incluso constante hasta el final
enfriamiento. Falta de deseo, pero sobre todo de sentirse deseado. Constante crítica
nada constructiva. Desconfianza en toda la extensión del concepto y
autodesconfianza respecto a nuestra imagen en la otra persona. Aburrimiento en
momentos en los que no debería aparecer. Falta de temas de conversación o de implicación
a la hora de abordarlos, esto es, de comunicación útil. Freno mutuo de
aspiraciones o intereses. Desintonización de vida. Deslealtad, desde lo más
simple hasta las traiciones varias. Discusiones continuas, celos e
infravaloraciones,…. Bueno, todos sabemos. Marcha regresiva asegurada,
igualmente, hasta la parada definitiva del motor. Y podrá darse a partir de la
aparición de una, dos, varios o todos los ingredientes anteriores.
Sea como
sea, así funciona. Vamos por fases. Hacia delante o hacia atrás. El paso de una
fase a otra dependerá de cómo nos montemos el plan de ruta las partes
implicadas, del tiempo del que
dispongamos, de las ganas y/o necesidad de viajar, del cansancio
acumulado, de
lo atractivo del destino,… Tampoco hace falta romperse la cabeza con el
GPS ni
con los mapas, improvisar un poco también es necesario y saber coger
caminos
atractivos. Lo importante es disfrutar del trayecto a cada paso y saber
que esa
experiencia es única, porque es nada más y nada menos que nuestra propia
vida y solo tenemos una. Pero ¡ojo!, nadie puede asegurarnos el pasar
obligatoriamente a la etapa siguiente, eso depende de nosotros y de lo
capaces
que seamos de pisar el acelerador o el freno. Ahora bien, una cosa sí
está
clara: si una vez en marcha te has dado cuenta de que el habitáculo en
el que
estás es el de un vehículo de primera, pongamos por ejemplo el de un
Ferrari,
sonríe porque eso no pasa dos veces en la vida. Y da gracias porque el
Ferrari
puede alcanzar velocidades realmente impresionantes hasta superar el horizonte
de la carretera. Yo lo haría, daría gracias infinitas y no me apearía ni muerta; pero claro, a mí siempre me han vuelto loca los
Ferrari.
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