CREANDO MONSTRUOS

By María García Baranda - enero 25, 2017

    Miércoles, dos últimas horas lectivas del día. Hoy he puesto en clase la película American History X (Tony Kaye, 1998). Obra genial. Soberbia la película y soberbio su protagonista, Edward Norton. Sus destinatarios, mis alumnos de Formación Profesional Básica. Majos chicos, notablemente jóvenes aún -15/16 años-, y sin muchas ganas de estudiar. Están ahí para aprovechar la oportunidad de obtener una titulación y comenzar a meter la nariz en una profesión, a ver qué se cuece ahí, a ver qué pasa,… Todos ellos están ya de vuelta de exámenes, horas de clase, riñas, expulsiones, absentismo, malas contestaciones, y boletines de notas con carros de suspensos. El aula es para ellos territorio especialmente hostil y las clases convencionales les provocan instintos incendiarios, poco menos. Tampoco penséis que una clase medianamente innovadora atrae especialmente, no. No les gustan las clases y punto. Salvo alguna excepción, les falta bagaje cultural. Y dichos casos coinciden igualmente con una visión de la vida, del mundo y de la sociedad que suele hacer que me suba por las paredes al menos un par de veces por semana. Cabe señalar que tres son los días que los veo, por cierto. Cuando sale un tema de interés público querría que supiesen decirme quién es el fulano de turno del que hablamos, el clásico de Literatura que mencionamos o cuál es la capital de Suecia, por poner. Y la mayoría no saben ni de qué les hablo. Pero hemos llegado a un punto en el que eso ya me resulta lo de menos. Algo no va, ya lo sabemos. Algo muy serio. Pero siempre hubo quien no se mataba por abrir un libro y no es cuestión ahora de demonizar a nadie. Eso mejor dejémoslo para otro día, que habrá para todos. En efecto, resulta lo de menos, porque al tomar la decisión de poner esa película, mi interés por el cine y por las buenas obras, mi afán por ofrecer proyectos que despierten su curiosidad y les acerquen la cultura estaban presentes, naturalmente. No podrían no estarlo. Pero no ha sido la fuerza generatriz que me ha hecho comenzar la proyección de uno de los filmes más aplaudidos y más duros de los últimos veinte años. Desde luego que me he planteado la carga de profundidad de una película así, las escenas desgarradoras y el trasfondo de su propio argumento. Y por supuesto que he pensado en las edades de los espectadores. Pero he tirado por la calle del medio y me he dicho: “Esto es la vida, la realidad de la calle, lo que vemos a diario ahí afuera. ¡A tomar por saco con todo!” He pensado en las imágenes de los informativos, en internet y en los videojuegos habituales. He pensado que les hace más falta que nunca ver cosas así. Pero sobre todo he pensado en expresiones que oigo en clase con más frecuencia de la esperada. Expresiones como: “negros de mierda”, “odio a los moros”, o “esa es una zorra”. Las oigo, sí. Como si nada. Como si fuesen frases hechas que, según ellos, responden a la libertad de expresión. Y os juro que lo creen de veras y que no alcanzan a rozar siquiera la gravedad de tal asunto. Creedme. No me desvío ni un centímetro de una situación que no es en absoluto puntual, sino semanal. Desconocen totalmente la palabra xenofobia. Sobrevuelan muy por encima de lo que es el racismo y, desde luego, ni asoman un pie a sus causas y consecuencias. Justifican sin fundamento lo injustificable. Y todo aquello que tiene que ver con los asuntos de desigualdad o discriminación sexual es prácticamente invisible. 
    American History X,… nacionalismo, radicalismo, racismo, xenofobia, crimen, destrucción de los Derechos Civiles, sexismo, violencia máxima,…. Y más, mucho más. El reflejo de la abducción de las mentes ignorantes de verdad y de conocimiento, la carne de un cañón que estalla en propio campo y salpica metralla a todos. Que la película contiene violencia,… ¿y qué? Más violenta me siento yo cuando comentan que un hombre negro vive hoy día en Estados Unidos, porque seguro que ha pasado la frontera desde su país, la frontera con ¿los estados del Sur? … para invadir y vivir del cuento. Violenta me siento yo cuando ni les suena el concepto de la esclavitud ni del antisemitismo. Violenta cuando lo más necesario de recordar de la historia no puede ser rememorado por ellos, porque para poder recordar algo hay que haberlo absorbido e interiorizado anteriormente. En clase y en casa. Y ahí, en ese momento, mando al carajo el adverbio, la oración y los textos argumentativos, para tratar de no perder la cordura y la noción de lo que es primordial, así como la esperanza, mientras aspiro a mejorarlos por dentro. Hay que estar allí para verlo, os lo aseguro. Hay que vivirlo. Y hay que pensar en que sin enseñar la cara esencial de la historia y de la vida estamos creando monstruos. De nada servirá lamentarse luego.




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