Me pregunto si compartirse con alguien supone ceder espacio o doblarlo. Nunca antes me había hecho esta pregunta, pero la verdad es que cuando una aprende a apañárseñas por sí misma se dan vuelta las tornas de lo que habita en la mente y aparecen cuestiones antes inimaginables. Y sin pretenderlo además. Salen solas. Cuando una se vuelve autónoma, independiente, casi autosuficiente, una se acostumbra a hacer de su capa un sayo. Primero midiendo movimientos aquí y allá, de esos que quedan bien en cualquier sitio, momento o circunstancia. Después ofreciendo explicaciones que los contextualicen. Más tarde justificando con el ceño fruncido. Tras eso, reivindicando privacidad y peleando a ratos. Y finalmente pasando absolutamente por encima de cualquier opinión ajena. Ese es el proceso. Con mayor o menor libertad mental o emocional, pero en eso consiste, sí. En hacer de la propia capa un sayo un tanto sexy.
Se acostumbra una a no consultar apenas nada, al menos esos asuntos que a una le reportan algún tipo de placer o disfrute, aunque sea mínimo, porque hay un gustazo inmenso en eso de hacer algo bajo el lema de "porque puedo, me da la gana y nada me lo impide". ¡Incomparable! Se habitúa una a tomarse el tiempo que considere para decidir, sea este un minuto o un mes. O incluso se habitúa a no decidir, porque a veces las soluciones se presentan por sí mismas haciendo que las cosas caigan por su propio peso. Y se hace a sonreír ante un juicio ajeno sobre un tema que, si bien para el resto es sorprendentemente novedoso o hasta motivo de shock postraumático, para una es una guerra ya muy vieja. Declarada, luchada y capitulada. Sin profundizar, sin contar detalles, pero con esa sensación de quien se pone el sombrero y echa a andar donde le lleve el camino. Un poco más vieja. Un poco más cansada. Un poco más herida. Pero también un poco más sabia y un poco más libre. Se acomoda una en esa posición en la que si ser comprendida sigue siendo importante y placentero, no se convierte en imprescindible, ya que se asume que eso rara vez ocurre por aquellos situados en posiciones vitales equidistantes a la suya. De ahí las expresiones de "ponerse en la piel de" o "calzarse sus zapatos". Compleja acción para muchos. Loable en otros. Gratis para todos, advierto.
Cuando una lleva millas de camino ya escuchando únicamente su propio latido surgen preguntas como la de hoy, en efecto. El espacio individual, privado, luchado diseñado y hasta reinventado por imperativo emocional y hasta vital, ¿se cede y se pierde al compartirse o por el contrario se dobla, complementa y enriquece? No poseo una respuesta categórica al respecto, porque si bien sé que de cesión hay mucha porción en una vida de a dos, de a tres, o de a más... también sé que la flexibilidad y el grado de independencia emocional de los componentes es primordial y cambia el resultado en cada caso. Habría que medir cada situación particular, pues.
Ahora, aun sin respuesta, inevitablemente me cuestiono aquello de cuánto y qué estaría yo dispuesta a ceder de mi espacio y de mis costumbres de resultar preciso o requerido, o si habría de renunciar a alguna parcela de quien soy yo hoy por hoy. ¿Lo haría?, ¿renegaría de algunas de esas manías, rarezas o actos que nadie entiende, y que tanto me han costado macerar? Permítanme que lo sopese. De momento lo pongo en cuarentena. Me conozco y sé que soy bastante celosa de lo mío. Supongo que es el contrapunto a que me entrego en grandes dosis y a plena disposición, en eso no hay pega. Pero mis particularidades, ¡ay, esas ni me las cuestionen, que soy tremendamente reticente a que me coman terreno! Todo un reto para quien lo pretenda. Mucho me temo que escogidísimo y muy hábil sería el conseguidor de tal propósito.
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