¿Sabéis qué?...
No sé si es el tiempo pasado, las veces que disimulo estar herida poniendo una sonrisa o aquellas otras en las que me muerdo la lengua para no estallar de ira y colocar cada cosa en su preciso lugar. Tal vez sea un compendio de todo ello, junto a la idea de que me caso con muy pocos y con muy pocas razones ya. Pero estoy adherida a una idea de la que no hay forma de despegarme: tolero, comprendo y encajo,… pero… Pero muy pocas cosas me convencen realmente por dentro. ¿Alta exigencia? No sabría decir si se trata de eso, pero me muevo por pálpitos internos que son el mejor indicio de lo que me ocupa cuerpo, mente y espíritu. Sí o no. Bueno o malo. Valioso o vacuo. Pálpitos inequívocos que me llevan a discernir aquello que me hace sentir realmente a gusto o a punto de salir corriendo.
Me convencen tan solo ya las vivencias que me sacan una sonrisa, que me acercan a mí misma, y que me permiten hacer las paces con la versión más auténtica de mí. Me convence tan solo ya aquello que no me deja el sabor de estar traicionando mi interior. Me convencen las personas leales y limpias de corazón y de actos, consecuentes, íntegras con lo más esencial del ser humano. Conmigo. Me convencen aquellos que entienden las relaciones humanas como lo más elevado de la existencia e indicador único para sus decisiones. Me convence dormir tranquila, sin sobresaltos, sin tormentos excesivos. Me convencen tan solo los días que no me generan de nuevo desencanto o desilusión.
Todas las demás experiencias me sobran. Si no me convencen. Si no son sencillas. Si no me permiten fluir con la vida. Que no hay espacio excesivo alrededor y lo que hay lo tengo muy bien reservado y adjudicado.
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