RELATOS ENCRIPTADOS (XV): La fábrica

By María García Baranda - enero 11, 2017



Maori Sakai

    No sabría decir si los cristales de aquella pequeña construcción reflejaban un tono azulado o verdoso. Lo cierto era que mirándolos desde la distancia adecuada simulaban una ondulación aguamarina que bien podría ser la visión de cualquier calmada costa del Mediterráneo en pleno verano. Hipnotizantes, serenos y placenteros los reflejos de aquellas ventanas invitaban a asomarse a su interior. Y así lo hizo, paso a paso y con parsimonia fue aproximándose, víctima de su propia curiosidad y atraída por una apariencia bella y sencilla. Paredes blancas, blanquísimas, de madera rústica, pero bien tratada, que enmarcaban una sutil puerta de entrada a la edificación. Aquella novedad se hallaba en un extremo de su jardín. Este, que había sido prácticamente diáfano durante años, albergaba ahora lo que muchos habrían considerado un coqueto cobertizo de casita de muñecas. Y se asomó. ¡Vaya que si se asomó! Y lo que vio allí dentro la cautivó más aún que su aspecto exterior. En perfecta sintonía, en el interior de aquel lugar se alojaba toda clase de engranajes y maquinarias en preciso  y ajustado funcionamiento. Ruedas, poleas y manivelas varias que más parecían estar bailando que fabricando lo que fuera que fabricasen. No salía de su asombro y tardó poco en pedir explicaciones de qué era aquello, de qué se cocinaba allí dentro y de porqué estaba invadiendo su jardín así sin avisar. Fue directa a resolver sus dudas y su familia no reparó en hacerlo.

-Es bonito, ¿verdad?
-Es precioso, de eso no cabe duda. Y enigmático. Pero precisamente por eso necesito saber qué se cuece ahí. ¿Podéis decirme qué demonios es y por qué está aquí?
-Naturalmente -afirmó su madre-. Es una fábrica. Pequeña, doméstica y de uso personal. Pero una fábrica.
No me puedo creer que lo hayas hecho! ¡Finalmente, lo hiciste, la compraste!

   Y lo había hecho. El tema hacía tiempo que no se tocaba en casa, pero la posibilidad de comprar aquella pequeña fábrica doméstica había ocupado más de una docena de sobremesas. El catálogo decía que aquella adquisición contribuiría decisivamente a mejorar la calidad de vida de sus compradores. De hecho, el producto era vendido bajo la nómina de Fábrica de vida (creadora de sueños). ¿Quién no se sentiría atraído por aquello? Un pequeño espacio en el hogar que rematase con final feliz todos y cada uno de los proyectos de vida que allí se desarrollaban. Una factoría de finales en color que recompesaran el esfuerzo y el largo trayecto de cuantos objetivos no acababan de alcanzarse. Se trataba de una maquinaria de justicia vital. Un premio asegurado al buen hacer y un abrillantador de vidas. ¿Era o no era un sueño? Sin duda lo era. 
    Los más incrédulos llenaron las páginas de los periódicos de argumentos en contra que tiraban por los suelos el invento y que lo acusaban de estafa en gran escala. Los más adeptos lo catalogaron como la creación más importante de la historia, después del descubrimiento del fuego y de la electricidad. Fuera como fuera, había quien creía en ello firmemente y lo veía como un elemento esencial para equilibrar la vida de las personas que obraban dentro de los límites del bien. ¿Que después de una larga entrega a los estudios, al esfuerzo por una buena formación, no te llegaba una buena oferta de empleo? La Fábrica de vida te generaba una. ¿Que un malentendido te separaba de tu amigo del alma después de años de sana y fraternal relación? La Fábrica de la vida te creaba un trato de paz. ¿Que un conflicto amoroso te alejaba de la felicidad? La Fábrica te proporcionaba un final dichoso, digno del propio Cupido. Y así con todas aquellas cuestiones que entorpecían la felicidad del individuo, siempre y cuando se tratase de alguien constante, entregado a sus causas, bondadoso y merecedor de ello. Aquel misterioso e intrigante invento creaba vidas, en efecto. Y sueños, verdaderos sueños que alejaban las contrariedades de cada día, las frustraciones y las piedras del camino. 
  Salió al jardín y se quedó observando aquella preciosidad. ¿Quién no se sentiría afortunado? Estuvo allí sentada, mirando, cerca de una hora. Recordó todas las veces que se habló del tema a la hora de comer y aquellas conclusiones que asociaban el invento con lo que cuentan películas como El Show de Truman. Vidas prediseñadas, finales garantizados, argumentos novelescos,.... Y se fue a dormir.
    A la mañana siguiente se levantó muy, muy temprano. Aún no había amanecido de hecho y entre la oscuridad salió al exterior y dirigió sus pasos hasta la Fábrica. Permaneció dentro algo más de tres horas, tratando de hacer el menor ruido posible. Cuando hubo terminado su labor salió. Se duchó, se arregló y se fue a trabajar. Su familia se levantó a tiempo de desearle un buen día y entusiasmados con la nueva adquisición salieron al jardín. Al asomarse a la Fábrica vieron que la maquinaria estaba parada. Ninguno de sus engranajes giraba. Los interruptores no funcionaban. Las poleas no tiraban de ningún peso. Algo había pasado que la Fábrica era inservible. Las llamadas a su teléfono móvil no tardaron, pero ella prefirió no responder a ninguna por el momento. Tan solo sonreía. Sonreía mucho, como aquel que sabe que cada pequeño detalle de su vida sabe a auténtico. Antes de salir del coche para entrar al trabajo dio un úlsorbo de su café para llevar y dijo en voz alta: "¡Cómo me gusta el café que sabe a café de verdad, mmmm! Aun cuando me quema la lengua".


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