EL ASPECTO DE LO INVISBLE

By María García Baranda - enero 17, 2017

    
     Nos rodean decenas de sentimientos, actitudes y rasgos de carácter que a veces nos pasan desapercibidos y obviamos, cuando habría sido absolutamente necesario palparlos. Pero, ¿qué pasaría si fuésemos capaces de verlos desde lejos, de saber que se acercan o que se encuentran ahí, cómodamente instalados en nuestra casa? La verdad, siempre he creído que dichas virtudes y defectos resultan identificables con un poco de sentido de la observación. Por eso te propongo algo, haz conmigo una cosa, sigue mis letras y cierra los ojos para percibir lo que en ellas describo... ¿te atreves?


Por todo lo que no se ve ni se oye, se toca ni se huele, pero que juro que tiene textura, forma, color y aroma.
Por lo no tangible con los sentidos, 
sino con las entrañas.
Por todo lo esencial, que aunque invible, 
merece ser descrito y ubicado.
Probado y delimitado. 
Por lo que pueda acontecer.
Para curarnos en salud.



La dignidad es de un color blanco luminoso y brillante. Es esponjosa, regordeta y acolchada. Tiene olor a dulce recién horneado y un tacto confuso. Aterciopelado para el poseedor, pero electrificado para el atacante. Un par de veces al día se gira de espaldas y torna en una figura similar a un altísimo y lóbrego muro de ladrillos negros. Come golpes bien digeridos y bofetadas de las que dejan marca en el hueso, pero transforma sus nutrientes en componentes energéticos para ser quemados en periodos de escasez.

La mentira huele a habitación rancia y húmeda, y sabe a almendras amargas. Es de color amarillo vergonzante y escupe al hablar. De vez en cuando suelta lágrimas de cocodrilo reclamando una atención no merecida. Se alimenta de la propia envidia e insatisfacción. Pincha, raspa y a su paso levanta costras con rastros de sangre.

La frustración posee un color tornasolado entre el morado oscuro y el gris marengo. Su voz es ronca y araña la garganta a su paso. Tiene las manos heladas y mala circulación. Sabe a café frío y sin azúcar y huele a un perfume empalagoso de los que terminan dando dolor de cabeza. Nace del complejo de inferioridad y arrasa con todo lo bueno que se encuentra suspendido en el aire.

El narcisismo es de color rosa chicle y brilla en la oscuridad porque viste de lentejuelas. Huele a perfume caro, tiene un tacto sedoso y sabe a fino chocolate suizo. Suele crear adicción a quien lo toma, pero más aún a quien lo fabrica. Se alimenta de seres mudos y pequeñitos con aires de grandeza, y está perseguido en varios países por conducción temeraria y atropello con fuga. Tiene los días contados.

La bondad tiene un tono azulado, casi blanquecino, y huele a colonia infantil. Es espesa como una manta del Pirineo, cariñosa y abrigadita. Sabe a caramelo y es ligera. Se alimenta de ganas de agradar y de los detalles más pequeños, pero sobre todo de lo que se regala sin vuelta.

La mezquindad es de color granate sangre, sabe a ácido y quema la piel. Solo sabe mirarse en su propio reflejo y huele a azufre. Come dolores encallecidos y no tiene escrúpulos a la hora de jugar con las vidas ajenas. Suele morir en el lodo, sola y vieja, toda vez que se ha hecho odiosa para todos aquellos que la rodeaban.

El hartazgo es gris jaspeado y suena a eco lejano y profundo. Escuece la piel y huele a alcohol de quemar. Al tocarlo sientes un picor compulsivo que provoca que te muevas sin parar, arriba y abajo hasta cambiar de habitación. Se alimenta de paciencias supuestamente incansables y vaivenes de columpios a los que un día se les rompen sus cadenas enroñecidas. Es veloz, eficaz e implacable. Y nunca, nunca sonríe.

La decepción es de color verde enfermizo, viscosa y pegajosa, casi sin voz y la poca que posee es temblorosa. No demasiado elocuente ha perdido las ganas de explicarse o desgastarse. Huele a almizcle y no es demasiado bella, pues luce unas marcadas ojeras y su piel tiene aspecto apagado. Se alimenta de palabras vacías y egocentrismos varios.

La inteligencia tiene un fondo físico magnífico. Está en perfecta forma, pura fibra y sin grasa, y le brillan los ojos. Huele a jabón limpio y sabe a fruta fresca. Es rápida, elocuente, justa y sabia. Suave y tersa, tibia pero contundentemente ligera. Se alimenta de constancia, paciencia y trabajo, pero resulta implacable para quienes solo la admiran de boquilla, porque al detectarlos les pone las maletas en la puerta en menos que canta un gallo.



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