ENAMORARSE (II)

By María García Baranda - enero 03, 2017

No soy maravillosa, ni etérea, ni tan mágica. 
No resulto invencible ni perfecta.
No soy ni la más bella, ni la más inteligente, ni la más amorosa
Tampoco la más culta, la más equilibrada, la más dulce.
Seguro que habrá otras. O no. Quién sabe.
No siempre me tomo bien las cosas. Me encabrono a menudo, aunque menos de lo que debería.
No siempre soy tan racional, ni tampoco emotiva. Oscilo a veces, en virtud de múltiples factores.
No soy nada parecido a una diosa subida a una peana. Solo soy yo. Lo que no es poco. Pero no todo eso. 

No puedo yo, por tanto, cargar con esa cruz. Ni enamorar como lo hacen las idealizaciones. Porque yo soy real. Y porque enamorarse  -ni qué decir amar-, solo toma sentido y es verdad, cuando dos se conocen cada rincón oscuro.

No soy producto de un enamoramiento. Ni soy figura de un cuadro en la que enamorarse del amor o del concepto. Lo fui en un tiempo, sí. Y qué curioso, porque en aquel entonces era casi una extraña. Fui todo eso y más. Mucho más. Una imagen, un sueño, un proyecto en el aire. Un ideal. Hasta que tomé vida y resulté real. Tan real, tan racial, tan auténticamente yo como para agarrarse los machos y lanzarse al abismo. O bien, no hacerlo. Para gustos. Pero real.

Pero yo no soy esa, por tanto, que arriba describía. Ni tampoco lo fue ninguna otra. Ni lo es. Ni habrá de serlo. No lo fue la anterior, ni la anterior, ni aquella de hace años, ni que la que vive al lado, ni la que está tan lejos. No son, siquiera, producto de tu amor, aunque así lo creyeras o lo creas a veces; porque una imagen, una idea en la mente jamás puede tocarse, respirarse, vivirse cada día. Y el amor, mi cariño, el amor y el enamoramiento requieren conocerse hasta el tuétano, convivir cada día, subidas y bajadas, compartir los humores y verse los defectos. Padecerlos incluso. Enamorarse es saberse un desastre, es aguantar chorreos y despropósitos, es comprender acaso lo imposible, y abrazarse a pesar de todo ello. Eso es enamorarse. Eso es amar. Lo demás es jugar. Es soñar. Idealizar no ya personas, sino estados. Es amar el amor, pero no a alguien. Porque amar de verdad son palabras mayores.





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