COMPRAVENTA SEXUAL O LA HIPOCRESÍA DEL SISTEMA

By María García Baranda - noviembre 15, 2017



SERIE:  ♀ Fémina

   Explicaba ayer en clase asuntos de semántica. Trataba con mis alumnos los significados de las palabras y de cómo guardan entre ellos diversos tipos de relaciones respecto a aquel, al concepto que expresan. Nos detuvimos, entre otras, en la antonimia, recordando que desde que íbamos al colegio nos enseñaban que dos palabras antónimas tenían significados contrarios, opuestos. Bueno y malo, alto y bajo, comer y ayunar,… Y maticé que existe un tipo de antonimia denominada recíproca, y que esta se da cuando para que exista una palabra ha de existir por fuerza su contraria, esto es, una idea no puede darse sin otra. Pagar y cobrar; dar y recibir; comprar y vender;… Comprar y vender… pensé en este par de términos más tarde. En su nacimiento como uso social, en los primeros trueques,... Y los relacioné con nuestra vida actual para acabar pensando en la ley de la oferta y la demanda, y recalar en un sector realmente amargo: la compraventa de servicios sexuales. ¿Se compra porque se vende o se vende porque se compra?
   Desde que tengo conciencia de mi sexualidad he sentido un profundísimo rechazo a la prostitución. Antes de sacar conclusiones anticipo que, como conocedora de mí misma, de mi mente y de mi cuerpo, de mis instintos, mis gustos y mis rechazos, soy una mujer abierta de mente, progresista, curiosa, y con una idea de la sexualidad en absoluto encorsetada. Por lo tanto, no niego la prostitución por ser usuaria de un ideario conservador o por principios religiosos. La censuro por principios morales directamente relacionados con el respeto y la protección de los derechos humanos. No encuentro causa ni circunstancia alguna para la defensa de quien acude a ella como cliente. Y del mismo modo no comprendo en absoluto ni una sola de las razones que justifican su existencia, menos aún arguyendo máximas peregrinas e hipócritas como el que se trata de un servicio necesario, que cada cual es libre de hacer lo que le plazca, que existe desde el principio de los tiempos,… y un largo etcétera. Señores míos, partiendo de la base de que jamás he arremetido contra aquellos que se prostituyen -al final siempre víctimas de todo esto-,  sí tacho de muy desafortunada demagogia el decir que alguien que se prostituye tiene, si le place, el derecho de hacerlo. Qué argumento tan obsceno y qué fácil. La antropóloga francesa Françoise Héritier lo manifestaba clarísimamente: “Decir que las mujeres tienen derecho a venderse es ocultar que los hombres tienen derecho a comprarlas”. Y nada más cierto. No habrá venta, si no hay quien compre. Y, aunque yo hoy no distinga por sexo ni edad y me asquee por igual el acto sea quien sea el comprado, si me remonto a los inicios de esta práctica, me cuesta muy poco pensar en que la primera vez en que alguien vendió sus servicios sexuales, esta fue una mujer; la palabra puta nació mucho antes que la de chapero. Y de igual modo que fue por el mero hecho de que un hombre se creyó en todo su derecho de obtenerlos a cambio de algún bien material. La base de todo ello se sostenía sobre unos sólidos, y entonces indiscutibles, cimientos de machismo recalcitrante. El dominio del hombre sobre la mujer en todas sus facetas, hasta el punto de poder disponer de su cuerpo como instrumento al servicio de su placer sexual. La superioridad del más fuerte. De una mitad de la población sobre la otra mitad. Y de ahí, extrapolando o ampliando el alcance del concepto, surgirían otros tantos usos, siempre bajo el yugo de creerse con el derecho de comprar, no lo olvidemos, y no de venderse. 
    Así que sí, me repugna la prostitución y me repugna quien acude a ella sin voluntad alguna de recordarse que su acto se sustenta en su conducta de cosificación de otro ser humano. Que sin su compra no habría venta. Y que siempre hay una tremenda necesidad al otro lado, tan potente y tan amarga como para olvidarse, por un rato y sin más remedio, de que alguien se está aprovechando de su autoproclamada superioridad. 



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