SOY UNA CÁNDIDA SIN REMEDIO

By María García Baranda - noviembre 12, 2017





       Soy una cándida sin remedio. Lo soy. Pero de un tipo muy concreto. En mi descargo diré que candidez sí, pero estupidez ninguna. Sin modestia lo digo, porque es así. No me falta, habitualmente visión de las cosas. Soy rápida para identificar por dónde van los tiros. Y suelo ver venir asuntos, personas o sucesos, aunque a veces mire a otro lado y lo deje pasar en un gesto de buena voluntad o de búsqueda de tranquilidad para mi mente, según el caso. Pero soy una cándida. No de las tontas, pero cándida al fin y al cabo. Seguramente no debería decir esto, porque manifestar ciertas cuestiones de uno mismo no siempre es beneficioso. Te deja al descubierto, identifica un blanco al que disparar, y… etcétera, etcétera, etcétera,…. Ya nos sabemos la retahíla, aunque yo me inclino más por la opción de que te priva de ese halo de no saber por dónde vas a salir ni cómo vas a reaccionar, y eso infunde respeto y hace que la gente se piense dos veces las cosas antes de liártela. A pesar  de ello, lo confieso: tengo un punto catequista que no me lamo. Pasada la tormenta de las cosas, si estas no han sido verdaderamente graves, esto es, si la faena que me han hecho no ha sido fruto de maldad en estado puro, dulcifico que es un  gusto. Eso no significa que lo ocurrido me dé igual, ni que todo sirva, pero he de reconocer en voz alta -o en letra impresa en esta ocasión-, que el rencor se me va deshaciendo como el papel en el agua. Anoche hablaba sobre ello, precisamente. Rehuyo esos sentimientos de rencor y de venganza que se nos instalan a todos por efecto del dolor más agudo, y juro que con el tiempo preciso se me convierten en un deseo de que las personas acaben encontrando su camino hacia la felicidad. Evidentemente me refiero con esto a quienes tienen o han tenido en mi vida un peso específico, no al anónimo que te la lió un día sin comerlo ni beberlo. Y naturalmente, para que brote en mí ese sentimiento necesito mi tiempo de poso y de calma. De pensar en los porqués de cada uno. Y así dejar ir poco a poco mi propio dolor o mi resquemor, el rencor inicial que antes mencionaba. Dejarlo ir de manera natural. Si uno quiere, se acaba marchando. Lo aseguro. 
       Así que sí, soy una cándida. Si lo tomamos como rasgo de lo que acabo de contar, lo soy. Y en honor a la verdad he de matizar un par de cosas, porque esa candidez me hace mucho bien. Por un lado, comienzo a pensar todo lo que me unió a dicha etapa de mi vida, a esas ilusiones y proyectos, a esas personas importantes. No podría no desear el bien más absoluto para quien me quiso, ni el alcance de sus metas, la superación de sus males. De veras que no me sale sentirlo así. No es mi naturaleza y nunca lo fue. Por otro lado, no solo es buen hacer, he de ser franca. Yo misma saco un beneficio para mí con ese sentimiento y este no es otro que mi paz. Sí, el saberme en paz conmigo misma y con la otra parte, como la única vía de seguir delante de manera real y auténtica. Y de esto, creedme, que sé un rato. Podremos buscar todos los modos habidos y por haber para superar los golpes de la vida. Podremos intentar ser justicieros, revanchistas, vengadores, poner puntos sobre las íes y hasta íes sobre los puntos. Cada cual busca su vía. Pero aseguro que al final, lo que a nadie le falla, lo que sin duda siempre es infalible, es dejar ir la rabia y desear aquí paz y después gloria. Y es que si no es de esa manera, las etapas de nuestra vida se convierten en parches y en placebos de las heridas viejas. En sustitutos de lo que no pudo ser. En revanchas al grito de “mira como yo también puedo ser feliz”. Y eso no enraíza, no es duradero, y no llena lo suficiente. Yo no lo practico, eso os lo aseguro, por cuanto he comprobado en mis propias carnes y en las ajenas que no permite avanzar ni construir.
       Cándida o no cándida, pero sé de qué hablo. De que ya sé que lo que me sirve a mí puede no valerle al resto. Que mi método es solo mío. Nla, bla, bla,... Pero invito a probarlo, porque he visto sus efectos en otros, más allá de las fronteras de mi propio cuerpo. 



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