SIN PERDÓN

By María García Baranda - noviembre 24, 2017

  


        Ciertamente, amiga. Yo no soy Dios para perdonar a nadie el agravio causado, el daño infringido o la herida provocada. Ni estoy en la obligación de hacerlo, ni se me puede juzgar por negarme a ello. Tampoco si accedo a perdonar y pasar página para siempre. En cada caso, yo decido. Y seguiré haciéndolo según me pida el cuerpo y lo merezca el subsidiario. Sé a estas alturas ya de sobra que una vez que se perdona, la mente se libera. Y que es el perdón beneficio para uno mismo más que para el perdonado. Ese suele no disfrutarlo ya, se encuentra ausente hace tiempo; de hecho no suele ni enterarse siquiera. Es una acción llevada a cabo a toro pasado y a distancia. Y también a estas alturas he repetido ya docenas de veces que el camino correcto es entender para perdonar y perdonar para crecer y, como digo, liberarse. Pero me doy cuenta de algo últimamente y es que a mí se me ha quedado parte de ello en el camino, parte de esa capacidad y de ese altruismo. No sé dónde está, ni si volverá algún día, pero hoy me falta. Y me falta con ganas. Las consecuencias de lo acontecido en otros tiempos pasan factura eternamente y modifican los rasgos de carácter hasta lograr hacerse un hueco en ellos. Como si hubieran vivido siempre allí. Como si nunca antes se hubiese actuado sin que hiciesen su labor, ni al calor de su influencia. Y es por eso, por el peaje a pagar, que no sé ya perdonar las acciones que trajeron consigo esas consecuencias, ya que estas se encargan de recordármelo todos y cada uno de mis días. No puede perdonarse aquello que te cambia por dentro, o no al menos cuando crees que es para peor. Y hay ciertas cargas que poseo ahora, que yo preferiría no tener conmigo. A qué engañarnos. Me perjudican. Pesan. Me confunden. Y me hacen replantearme el sentido de todo cuanto siempre entendí. Así que no soy Dios, no, amiga. Pero tampoco tengo la más mínima intención de serlo. Ni de serlo, ni de volver jamás a habitar un lugar que me coloque en la tesitura de tener que perdonar que me cambien el alma.


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