Soy una soñadora con los pies en el suelo. Una idealista amante de lo real. Prefiero cinco minutos de mi vida soñada que veinticuatro horas de idílicas ensoñaciones no vividas. Pero sí, vivo la vida como si fuese un sueño. Que se toca, se huele, se siente y se degusta. Así es que soy, ni más ni menos. Y puedo parecer contradictoria. Seguramente. Pero es que esos pies míos, esos que arrancan aire allá en el suelo suenan a taconeo, toc-toc, toc-toc, toc-toc, mientras piso verdad con aires de imaginación. Amo la realidad sin dejar de luchar los imposibles, hasta que pierdan su primera sílaba. O al menos lo intento. Y soy capaz de vivir cinco minutos de autenticidad del alma, darme por satisfecha, y negarme a cambiarlos por un día completo en el jardín de un edén, si solo es dibujado y no se siente en él. 

    Que la vida iba en serio, decía Gil de Biedma. Iba, iba. Y va. Y me la tomo tan en serio como soy capaz de abarcar en un mordisco generoso y jugoso. Pero es que sabe a fresco y natural, a lo que soy, a lo que eres. Que lo aprendí soñando con vivir cada día tal cual es, cuando aún era una niña. Y viviendo la vida mientras soñaba lo que habría a ser. Y lo es. En un mundo precioso creado para mí, donde todo era cierto y yo ya era una más. Pequeño ser pensante y muy sentiente, partícipe de todo. Así aprendí. Que todo cuanto he hecho me ha traído hasta aquí. Y hoy soy capaz de verle la sangre y el oxígeno a quien se halla a mi lado. Sin azúcar. Sin hielo. Tibia y espesa, pura. Bullente de todo cuanto ha hecho y lo ha traído hasta mí. Con los pies en el suelo es que lo veo. Y estoy. 

     ... Y te sueño. Y te beso. Y real, tan real, hierve esa sangre como tú me la entregas, como yo me la bebo. Que la vida va en serio y yo también. Y tú. Y este nosotros dos. Y aquello que acontezca. Soñando cada día, porque ahora ya sabemos cómo hacerlo, sin perder realidad. Con los pies en el sueño. Y viviendo verdad.