ESO UNA LO SABE; SIN PREGUNTÁRSELO

By María García Baranda - noviembre 08, 2017




     Tan jóvenes, tan llenas de ellas. Apenas empezando a vivir, a experimentar las primeras sensaciones de lo que será el gran estreno de eso a lo que llaman vida adulta. Pero no han nacido ayer. Algo acumulan de vida y de sentires. De ideas, decepciones, desencuentros y alegrías. Son algo sabias ya; sabias inocentes con ojos avispados y los sentidos más despiertos de lo que los tendrán nunca. Me preguntaron ávidas, con sus semblantes llenos de inocencia y unas ganas inmensas de escuchar mis palabras, esperadas como si de ellas fuera a manar la solución al más importante de los misterios de la vida. Y tal vez fuera así. “¿Cómo sabe una que está enamorada?”, me dijeron. Y yo suspiré hondamente, muy hondo. Y asentí con mi gesto, elevando las cejas, pensando con decoro y gran cuidado mi respuesta. Con responsabilidad busqué mis expresiones. Pero no porque fueran a resultar palabras inadecuadas o confusas, sino porque no quería aportar una descripción incompleta o poco precisa, injusta para un sentimiento tan importante como ese. Les fui dando pistas según las sensaciones que me iban viniendo a la cabeza. Les hablé que algo tiene que ver con pensar en esa persona día y noche, con eso de despertar con su imagen y hablarle antes de dormir. Les hablé de los nervios cuando un encuentro está próximo, de las mariposas en el estómago -que no son otra cosa que la mezcla de puros nervios y vergüenza-, de los eternos segundos en silencio por miedo a meter la pata cuando aún hay cierto pudor y uno no se ha desnudado del todo. De no querer que pase el tiempo cuando nos acompaña. Mencioné lo ambiguo que resulta el paso del tiempo juntos. Les hablé y les hablé,… y de pronto detuve mi discurso, me callé unos instantes y simplemente dije: “Lo sabréis. Eso os lo prometo. Sin medir, sin comprobar nada de lo que os he dicho. No va a hacer falta. Lo sabréis. Simplemente ese día sentiréis sin dudarlo que estáis enamoradas.” No dijeron más. Me miraron y se quedaron a medio camino entre la duda continuada y la conformidad con lo escuchado. Me apostaría algo bueno a que inmediatamente todas y cada una de ellas se hicieron la pregunta para sus adentros: “¿Lo estoy?” Y se respondieron. En absoluto silencio y en su mente. Eso es algo que solo ellas saben. 

   Volví a casa pensando, tratando de recordar en qué momento me había formulado yo esas mismas preguntas. Y cuando me rehíce en mis respuestas, para lanzar otras. Pensé en que yo siempre había sabido por dónde iban los tiros de mis sentimientos. Y cómo con los años fui averiguando que lo que parecía nunca fue; y que lo que era en realidad resultaba mucho más grande. Distinto. Diferente. Más serio tal vez. Recordé,… descubrir que lo que nos contaron en los cuentos eran tan solo narraciones horneadas sobre una espesa capa de azúcar. Que uno no vive la vida que proyecta, sino que proyecta sobre la propia marcha de la vida que vive. Y crea. Y modifica. Borra y anota. Y hasta le coge gusto. Que ni el amor es el de las escenas de emblemáticas películas, ni todas las películas son de amor. Que este es algo más grande, mucho más. Que una sabe que ama de verdad cuando se ofrece por entero a ser reconocido, conocido y sabido desde todos los prismas. Sin miedo y sin vergüenzas. Que nuestro peor enemigo somos nosotros mismos y que el daño externo tiene fecha de caducidad, pero que el interno no. Que ese es perpetuo y acechante. Que hay que mantenerlo a raya, porque resulta traicionero. Que enamorarse es generosidad y que, aun contradictorio, es al tiempo defender posiciones y entregarlas. Pero sin planearlo ni enemigos. Y que sí. Que una lo sabe, sin preguntárselo. Y que aprenderte eso es la vida. 





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